– Sería un principio -respondió Cassie de forma automática, y mi corazón se elevó.
Abrió el libro (le encanta Emily Brontë) y pasó los dedos sobre la portada.
– ¿Estoy perdonado? Me pondré de rodillas si quieres. En serio.
– Me encantaría que lo hicieras -aseguró Cassie-, pero alguien podría verte y a radio macuto le saltarían los fusibles por eso. Ryan, eres un capullo: has arruinado mi cabreo.
– De todos modos no habrías podido mantenerlo -respondí, enormemente aliviado-. Antes del almuerzo te habrías rajado.
– No me provoques y ven aquí. -Extendió un brazo y yo me agaché y le di un fuerte abrazo-. Gracias.
– De nada. Y lo digo de verdad, ya no volveré a ser detestable.
Cassie me observó mientras me quitaba el abrigo.
– Oye -dijo-, no se trata sólo de que hayas sido un grano en el culo. Es que he estado preocupada por ti. Si no quieres seguir con esto… no, escúchame. Puedes cambiarte con Sam e ir a por Andrews y dejar que él se encargue de la familia. Llegados a este punto, cualquiera de nosotros podría relevarlo; no vamos a necesitar ayuda de su tío ni nada. Sam no hará preguntas, ya sabes cómo es. No hay motivo para que te vuelvas chaveta con esto.
– Cass, sinceramente, estoy bien, te lo juro por Dios -aseguré-. Lo de ayer me ha hecho despabilar. Te prometo por lo que quieras que he averiguado cómo afrontar este caso.
– Rob, ¿recuerdas que me dijiste que te diera una patada en el culo si te ponías muy raro con todo esto? Pues te la estoy dando. Metafóricamente, de momento.
– Oye, dame una semana más. Si a finales de la que viene continúas pensando que no puedo ocuparme, me cambiaré con Sam, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -respondió Cassie al fin, aunque no muy convencida.
Yo estaba de tan buen humor que aquella inesperada reacción protectora, que normalmente me habría puesto de los nervios, me pareció enternecedora, quizá porque sabía que ya no era necesaria. Le di un pequeño y torpe apretón en el hombro de camino a mi escritorio.
– En realidad -continuó mientras yo me sentaba-, todo ese asunto de Sandra Scully nos abre un gran resquicio de esperanza. Ya sabes cuánto deseábamos echar mano a los informes de Rosalind y Jessica, ¿no? Bueno, pues tenemos síntomas físicos de abusos en Katy y síntomas psicológicos en Jessica, y ahora Jonathan admite una violación. Es muy probable que ahora tengamos los elementos circunstanciales suficientes para conseguir los informes.
– Maddox -contesté-, eres la reina. -Era lo que más me fastidiaba, el hecho de haberme puesto en ridículo por iniciar una búsqueda inútil. Por lo visto no había sido en vano, al fin y al cabo-. Pero creía que pensabas que Devlin no es nuestro hombre.
Cassie se encogió de hombros.
– No exactamente. Oculta algo, pero podrían ser sólo abusos (en fin, ya sabes qué quiero decir con «sólo») o podría encubrir a Margaret, o… No estoy tan segura como tú de que sea culpable, pero me gustaría ver qué hay en esos informes, nada más.
– Yo tampoco estoy seguro.
Levantó una ceja.
– Ayer sí lo parecías.
– Ya que sacas el tema -dije, con cierta torpeza-, ¿tienes idea de si ha presentado alguna queja contra mí? No tengo huevos para comprobarlo.
– Como te has disculpado tan bien -me contestó Cassie-, voy a pasar por alto tu maravillosa estratagema. A mí no me dijo nada al respecto, y de todos modos si lo hubiera hecho lo sabrías: los gritos de O'Kelly se oirían desde Knocknaree. Por eso supongo que Cathal Mills tampoco se ha quejado de mí por decir que la tenía pequeña.
– No lo hará. ¿Realmente te lo imaginas sentado con algún sargento de escritorio y explicándole que tú has sugerido que tiene una minipolla renqueante? En cambio, lo de Devlin es otra historia. Aunque a estas alturas ya está medio ido…
– No critiquéis a Jonathan Devlin -dijo Sam, que irrumpió de un salto en la sala de investigaciones. Estaba colorado y sobreexcitado, con el cuello de la camisa torcido y un mechón de pelo cayéndole en los ojos-. Devlin es el hombre del año. Sinceramente, si no creyera que podía malinterpretarme le llenaría la cara de besos.
– Haríais una pareja encantadora -afirmé, dejando mi bolígrafo-. ¿Qué ha hecho?
Cassie se giró; en su cara empezaba a dibujarse una sonrisa expectante.
Sam cogió su silla con mucha floritura, se desplomó en ella y puso los pies encima de la mesa como un sabueso en una película antigua; si hubiera llevado sombrero, lo habría lanzado volando al otro extremo de la habitación.
– Tan sólo oír la voz de Andrews en una rueda de identificación. A Andrews y su abogado casi les da un ataque, y Devlin tampoco estaba encantado cuando se lo conté (¿qué diablos le dijisteis?), pero al final todos han accedido. He llamado a Devlin; he pensado que era la mejor manera de proceder (ya sabéis que todo el mundo suena diferente por teléfono), y he hecho que Andrews y un grupo de chicos de aquí repitieran algunas frases de las llamadas: «Tienes una niña muy dulce», «No tienes ni idea de dónde te estás metiendo»…
Se apartó el pelo con la muñeca; su rostro, franco y risueño, aparecía triunfante como el de un niño.
– Andrews farfullaba, arrastraba las palabras y hacía de todo para intentar que su voz sonara diferente, pero mi amigo Jonathan lo ha pillado en cinco segundos sin ningún problema. Se ha puesto a chillarme por teléfono porque quería saber quién era; yo tenía a Devlin por el altavoz para que lo oyeran ellos mismos, porque no quería excusas más adelante, y Andrews y su abogado se han quedado ahí sentados con cara de culo. Ha sido buenísimo.
– Vaya, muy bien hecho -dijo Cassie y se inclinó sobre la mesa para chocar la mano con él.
Sam, sonriendo, me alzó su otra palma a mí.
– La verdad es que estoy muy contento. No basta ni de lejos para culparle de asesinato, pero quizá podamos acusarle de algún tipo de acoso, y eso sí que nos bastará para retenerle e interrogarle y ver adónde nos lleva.
– ¿Lo has encerrado? -pregunté.
Sam negó con la cabeza.
– Después de la rueda no le he dicho ni una palabra, sólo le he dado las gracias y le he dicho que estaríamos en contacto. Quiero que se preocupe un poco con el asunto.
– Vaya, eso es muy poco limpio, O'Neill -señalé con gravedad-. No me lo habría esperado de ti.
Era divertido tomarle el pelo a Sam. No siempre picaba, pero cuando lo hacía se ponía muy serio y tartamudeaba. Me lanzó una mirada fulminante.
– Y también quiero ver si es posible pincharle el teléfono unos días. Si se trata de nuestro hombre, apuesto a que no lo hizo él mismo. Su coartada encaja, y en cualquier caso no es de los que se manchan su bonito traje haciendo el trabajo sucio, sino que contrataría a alguien. La identificación de voz puede ponerle lo bastante nervioso como para llamar a su sicario, o al menos decirle alguna estupidez a alguien.
– Repasa también sus llamadas antiguas -le recordé-. A ver con quién ha hablado en el último mes.
– O'Gorman ya está en ello -respondió Sam con suficiencia-. Le concederé a Andrews una semana o dos, a ver si sale algo, y luego le traeré aquí. Y… -de pronto pareció tímido, a caballo entre la vergüenza y la picardía-, ¿recordáis que Devlin dijo que Andrews sonaba borracho por teléfono? ¿Y que ayer nos preguntábamos si iba entonado? Creo que nuestro chico podría tener un problema con el alcohol. Me pregunto cómo estaría si fuéramos a verle a las ocho o a las nueve de la noche, pongamos el caso. Puede que estuviera… ya sabéis, que le diera más por hablar y no tanto por llamar a su abogado. Sé que no está bien aprovecharse de la debilidad del pobre hombre, pero…
– Rob tiene razón -afirmó Cassie, sacudiendo la cabeza-: tienes una vena cruel.