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– No te estoy volviendo loca -respondí, terriblemente incómodo-. Lo que pasa es que no quiero complicar las cosas más de lo que ya lo están. De verdad, me veo incapaz ahora mismo de empezar una relación, y no quiero dar la impresión…

– ¿Una relación? -Las cejas de Cassie se dispararon hacia arriba y casi se rió-. Madre mía, ¿sólo se trata de eso? No, Ryan, no espero que te cases conmigo y seas el padre de mis hijos. ¿Qué narices te ha hecho pensar que quería una relación? Sólo quiero que las cosas vuelvan a la normalidad, porque esto es ridículo.

No la creí. La mirada burlona, la naturalidad con que apoyó el hombro contra la pared… fue una actuación convincente. Cualquier otro habría podido soltar un suspiro de alivio, darle un torpe abrazo y volver con los brazos entrelazados a alguna variante de la normalidad de antaño. Pero yo conocía las peculiaridades de Cassie como la palma de mi mano. Su respiración acelerada, esa disposición de los hombros típica de gimnasta, el infinitesimal matiz vacilante de su voz… Estaba aterrada, y eso me aterró a mí a la vez.

– Sí -dije-. De acuerdo.

– Lo sabes. ¿Verdad, Rob?

Otra vez ese temblor minúsculo.

– Dada la situación -respondí-, no estoy seguro de que sea posible volver a la normalidad. Lo del sábado por la noche fue un gran error, ojalá no hubiera ocurrido, pero ocurrió. Y ahora estamos encallados con eso.

Cassie tiró ceniza sobre los adoquines, pero vi la chispa de dolor en su rostro, duro e indignado como si le hubiera dado un bofetón. Al cabo de un momento, dijo:

– Pues yo no estoy segura de que tenga que ser un error.

– No tendría que haber pasado -insistí. Mi espalda presionaba la pared con tanta fuerza que sentía cómo se me clavaban sus protuberancias a través del traje-. No habría sucedido si yo no hubiera estado liado con otros temas. Lo siento, pero así son las cosas.

– Está bien -contestó, con mucha prudencia-. Está bien. Pero no hay que hacer una montaña de ello. Somos amigos, estamos unidos, por eso ocurrió, sólo nos acercamos un poco más; fin de la historia.

Lo que decía era sumamente razonable y sensible; sabía que era yo el que parecía inmaduro y melodramático, y eso sólo me oprimió aún más. Pero ya le había visto antes aquella mirada, frente a la aguja de un yonqui en un piso donde ningún ser humano viviría, y esa vez Cassie también sonó muy convincentemente tranquila.

– Sí -afirmé, apartando la mirada-. Puede. Necesito un poco de tiempo para ordenar mis pensamientos después de todo lo que ha sucedido.

Cassie separó las manos.

– Rob -dijo; nunca olvidaré esa vocecita nítida y perpleja-. Rob, sólo soy yo.

No pude oírla; apenas la veía, su rostro parecía el de una extraña, indescifrable y peligroso. Deseé estar casi en cualquier otra parte del mundo.

– Tengo que volver -respondí, y tiré el cigarrillo-. ¿Me das mi mechero?

No sé explicar por qué no me detuve a considerar la posibilidad de que Cassie dijera la verdad más simple y exacta sobre lo que quería de mí. Al fin y al cabo nunca la había visto mentir, ni a mí ni a nadie, y no tengo muy claro por qué di por hecho con tanta certeza que había empezado a hacerlo de pronto. Ni se me pasó por la cabeza que su desolación se debiera en realidad a la pérdida de su mejor amigo -pues creo poder afirmar, sin engañarme, que eso es lo que era-, y no a una pasión no correspondida.

Sonará arrogante, como si me creyera un Casanova irresistible, pero sinceramente no pienso que sea tan sencillo. Hay que recordar que nunca había visto a Cassie así. Nunca la había visto llorar y podría contar con los dedos de una mano las veces que la había visto asustada; ahora tenía los ojos hinchados y como doloridos bajo el maquillaje tosco y desafiante, y en ellos había esa pizca de miedo y desesperación cada vez que me miraba. ¿Qué iba a pensar? Las palabras de Rosalind (lo de los treinta, el reloj biológico, lo de no poder esperar…) me dolían como un diente roto, y todo cuanto leía sobre el tema (revistas andrajosas en salas de espera o los Cosmo de Heather que hojeaba adormilado durante el desayuno) las respaldaban: diez consejos para que una treintañera pueda aprovechar al máximo su última oportunidad, terribles advertencias sobre la decisión de tener hijos demasiado tarde y, por si fuera poco, algún artículo acerca de no acostarse nunca con los amigos porque eso despierta inevitablemente «sentimientos» en la parte femenina, miedo al compromiso en el hombre y aburridas e innecesarias complicaciones en general.

Siempre creí a Cassie a un millón de kilómetros de esos tópicos femeninos, pero también pensaba («A veces, cuando estás cerca de alguien se te escapan cosas») que éramos la excepción a toda regla, y vaya cómo habíamos acabado. Y no pretendía ser yo mismo un tópico, pero recordemos que Cassie no era la única cuya vida se había desbaratado. Yo estaba perdido, confuso, trastornado hasta la médula, y me agarré a las únicas directrices que pude encontrar.

Además, desde muy temprano aprendí a suponer algo oscuro y letal oculto en el corazón de todo lo que amaba. Al no encontrarlo reaccioné, apabullado y receloso, de la única manera que conocía: colocándolo ahí yo mismo.

Ahora, desde luego, resulta obvio que incluso una persona fuerte tiene sus puntos débiles, y que yo le miné a Cassie toda su firmeza con la precisión de un joyero que secciona el defecto de una piedra. Alguna vez debió de pensar en su tocaya, esa devota marcada por la maldición más ingeniosa y sádica de su dios: decir la verdad y no ser creída.

Sam se pasó por mi apartamento el lunes por la noche, tarde, hacia las diez. Yo acababa de levantarme para prepararme unas tostadas de cena y ya volvía a estar medio dormido, y cuando sonó el timbre tuve un fogonazo irracional y cobarde de miedo a que fuese Cassie, quizás algo bebida, exigiendo aclarar las cosas de una vez por todas. Dejé que contestara Heather. Cuando llamó de mal talante a mi puerta y dijo: «Es para ti, un tío que se llama Sam», me sentí tan aliviado que la sorpresa tardó un momento en aflorar. Sam nunca había estado en mi casa; ni siquiera era consciente de que supiera dónde estaba.

Fui hacia la puerta mientras me metía la camisa por dentro y oí cómo subía los escalones pisando fuerte.

– Hola -dije cuando llegó al rellano.

– Hola -me contestó.

No le había visto desde el viernes por la mañana. Llevaba su gran abrigo de tweed, necesitaba un afeitado y tenía el pelo sucio y con mechones largos y húmedos que le caían sobre la frente.

Aguardé, pero él no ofreció ninguna explicación a su presencia, así que lo llevé a la sala de estar. Heather nos siguió hasta allí y empezó a hablar: «Hola, me llamo Heather, y encantada de conocerte, y dónde te ha tenido escondido Rob todo este tiempo, nunca trae a sus amigos a casa, ¿no crees que eso no está bien?, y sólo estaba viendo The Simple Life [20], ¿tú lo sigues? Caray, este año está increíble», y así sin parar. Finalmente captó el significado de nuestras respuestas monosilábicas, porque dijo, en tono ofendido:

– Bueno, chicos, supongo que necesitáis un poco de intimidad.

Y como ninguno de los dos lo negó se marchó molesta, ofreciéndole a Sam una sonrisa cálida y a mí otra ligeramente más gélida.

– Siento irrumpir de esta manera -comenzó Sam.

Miró la estancia (agresivos cojines de diseño y estanterías llenas de animales de porcelana con largas pestañas) como si lo descolocara.

– No pasa nada -dije yo-. ¿Quieres tomar algo?

No tenía ni idea de qué estaba haciendo. No quería pensar siquiera en la intolerable posibilidad de que tuviera algo que ver con Cassie: «No habrá sido capaz -pensé-, espero que no haya sido capaz de pedirle que venga a tener una charla conmigo».

– Un whisky estaría bien.

Encontré media botella de Jameson's en mi armario de la cocina. Cuando volví a la sala con los vasos Sam se encontraba en un sillón, aún con el abrigo puesto, la cabeza gacha y los codos en las rodillas. Heather había dejado la tele encendida y sin volumen, y dos mujeres idénticas con maquillaje anaranjado discutían con silenciosa histeria sobre vete a saber qué; la luz se reflejaba en su cara y le daba una apariencia fantasmagórica y maligna.

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[20] Reality show protagonizado por París Hilton y Nicole Richi. (N. de la T.)