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Apagué el televisor y le ofrecí un vaso. Lo miró con cierto asombro y luego se tragó la mitad con un torpe giro de muñeca. Pensé que quizá ya estuviera un poco borracho. No estaba vacilante ni arrastraba las palabras ni nada de eso, pero tanto sus gestos como su voz parecían diferentes, bruscos y pesados.

– ¿Qué? -dije, a lo tonto-, cuéntame.

Sam se tomó otro trago. La lámpara de pie que tenía al lado lo dejaba medio dentro y medio fuera de su haz de luz.

– ¿Sabes lo del viernes? -dijo-. ¿La cinta?

Me relajé un poco.

– Sí.

– No he hablado con mi tío -admitió.

– ¿No?

– No. Lo he pensado durante el fin de semana. Pero no le he llamado. -Se aclaró la garganta-. He ido a ver a O'Kelly -continuó, y se la aclaró otra vez-. Esta tarde, con la cinta. Se la he puesto y luego le he dicho que el del otro lado era mi tío.

– Vaya -dije.

Creo que no me esperaba que contara la verdad. Estaba impresionado, a pesar de mí mismo.

– Luego… -continuó Sam. Pestañeó mirando el vaso en su mano y lo dejó en la mesa de centro-. ¿Sabes qué me ha dicho?

– ¿Qué?

– Me ha preguntado si estaba mal de la puta cabeza. -Se rió de un modo algo alocado-. Dios, creo que lleva algo de razón… Me ha dicho que borre la cinta, que deje de pinchar ese teléfono y que no moleste más a Andrews. «Es una orden», eso es lo que me ha dicho. Ha dicho que no tengo la menor prueba de que Andrews tuviera algo que ver con el asesinato, y que si esto llegaba más lejos volveríamos a llevar uniforme tanto él como yo; no enseguida, ni por algún motivo que tuviera que ver con esto, pero un día no muy lejano despertaríamos y nos encontraríamos patrullando en el puto culo del mundo por el resto de nuestras vidas. «Esta conversación nunca ha tenido lugar, porque esta cinta no ha existido nunca.»

Estaba alzando la voz. El dormitorio de Heather está al lado de la sala de estar, y estaba casi seguro de que tendría una oreja pegada a la pared.

– ¿Quiere que lo encubras? -pregunté, manteniendo un tono bajo con la esperanza de que Sam captara la indirecta.

– Yo diría que eso es lo que insinuaba, sí -respondió, con una gran dosis de sarcasmo. No era algo natural en él, y en vez de sonar cínico y duro le hizo parecer terriblemente joven, como un adolescente deprimido. Se recostó en el sillón y se retiró el pelo de la cara- No me lo esperaba, ¿sabes? De todas las cosas que me preocupaban… Ni siquiera pensé en esto.

A decir verdad, supongo que nunca había podido tomarme muy en serio toda la línea de investigación de Sam. Holdings internacionales, taimados promotores inmobiliarios y tratos bajo mano con terrenos; siempre me pareció extremadamente remoto y burdo y casi ridículo, típico de una peli mala y taquillera con Tom Cruise de protagonista, no algo que pudiera afectar de una manera real. La expresión del rostro de Sam me pilló con la guardia baja. No había estado bebiendo, nada de eso; el doble revés -su tío y O'Kelly- le había caído encima como dos autobuses. Tratándose de Sam, no lo había visto venir. Por un instante, a pesar de todo, deseé hallar las palabras adecuadas para consolarle; explicarle que llega un momento en que eso le sucede a todo el mundo y que sobreviviría, como casi todas las personas.

– ¿Qué voy a hacer? -preguntó.

– No tengo ni idea -respondí, sorprendido. Es cierto que Sam y yo habíamos pasado mucho tiempo juntos recientemente, pero eso no nos convertía en amigos del alma, y en cualquier caso yo no estaba en posición de dar un sabio consejo a nadie-. No quiero parecer insensible, pero ¿por qué me lo preguntas a mí?

– ¿A quién si no? -preguntó Sam con calma. Cuando alzó la vista vi que tenía los ojos enrojecidos-. No puedo irle a nadie de mi familia con esto, ¿no? Los mataría. Y tengo muy buenos amigos, pero no son policías y esto es un asunto policial. Y Cassie… preferiría no meterla en esto. Ella ya tiene bastante con lo suyo. Estos días se la ve horriblemente tensa. Tú ya lo sabías y sólo necesitaba hablar con alguien antes de decidirme.

Estaba bastante convencido de que a mí también se me había visto muy tenso esas últimas semanas, aunque me agradó la implicación de que lo había disimulado mejor de lo que creía.

– ¿Decidirte? No parece que tengas muchas opciones.

– Tengo a Michael Kiely -respondió Sam-. Podría darle la cinta a él.

– Dios. Perderías tu trabajo antes de que el artículo llegara a imprenta. Incluso podría ser ilegal, no estoy seguro.

– Lo sé. -Se presionó los ojos con la parte carnosa de las palmas-. ¿Crees que es lo que debería hacer?

– No tengo ni la más remota idea -admití.

El whisky le estaba sentando ligeramente mal a mi estómago semivacío. Había utilizado cubitos de la parte trasera del congelador, y sabían rancios y adulterados.

– ¿Qué pasaría si lo hiciera, lo sabes?

– Pues que te despedirían. Y a lo mejor te llevarían a juicio. -No dijo nada-. Supongo que se constituiría una comisión de investigación. Si decidieran que tu tío ha hecho algo malo, le advertirían de que no volviera a hacerlo, lo inhabilitarían un par de años para ejercer un cargo específico y luego todo volvería a la normalidad.

– Pero ¿y la autopista? -Sam se frotó la cara-. No puedo pensar con claridad… Si no digo nada, esa autopista cruzará toda la zona arqueológica sin que haya un buen motivo.

– Lo hará de todos modos. Si vas a los periódicos, el gobierno se limitará a decir: «Uy, lo sentimos, demasiado tarde para trasladarla», y seguirán como si nada.

– ¿Tú crees?

– Pues sí -dije-. Sinceramente.

– ¿Y Katy? -siguió-. Se supone que es en eso en lo que debemos pensar. ¿Y si Andrews contrató a alguien para que la matara? ¿Dejamos que se salga con la suya y ya está?

– No lo sé -respondí.

Me preguntaba cuánto tiempo pensaba quedarse allí.

Guardamos silencio durante un rato. Los del apartamento de al lado celebraban una cena o algo parecido; se oía un batiburrillo de voces alegres, a Kylie en el estéreo y a una chica exclamando con coquetería: «¡Te lo dije, ya lo creo!». Heather golpeó la pared; hubo un instante de silencio y después un estallido de risas medio sofocadas.

– ¿Sabes cuál es mi primer recuerdo? -dijo Sam. La luz de la lámpara le hacía sombras en los ojos y yo no lograba adivinar su expresión-. El día en que Red entró en la Cámara yo sólo era un crío, tendría tres o cuatro años, pero la familia al completo subimos a Dublín para acompañarle. Hacía un sol espléndido. Yo llevaba un trajecito nuevo. No tenía muy claro qué pasaba exactamente, pero intuía que se trataba de algo importante. Todo el mundo parecía tan feliz, y mi padre… estaba entusiasmado, se le veía tan orgulloso… Me subió a los hombros para que pudiera ver y gritó: «¡Ése es tu tío, hijo!». Red estaba en lo alto de las escalinatas, sonriendo y saludando, y yo chillé: «¡Ese señor es mi tío!», y todos se rieron y me guiñaron el ojo. Aún tenemos la foto colgada en la sala de estar.

Se hizo otro silencio. Se me ocurrió que al padre de Sam tal vez no le impresionaran tanto como éste creía las hazañas de su hermano, aunque decidí que eso le proporcionaría un consuelo muy discutible.

Sam volvió a echarse el pelo hacia atrás.

– Y está la casa -continuó-. Sabes que soy propietario de mi casa, ¿verdad? -Asentí. Me dio la sensación de que sabía adonde iría a parar-. Sí. Está muy bien, cuatro dormitorios y todo. Yo sólo buscaba un apartamento, pero Red dijo… en fin, para cuando tenga una familia. Yo no creía que pudiera permitirme nada decente… pero él sí. -Se aclaró la garganta de nuevo, con un ruido agudo e inquietante-. Me presentó al constructor de la urbanización, dijo que eran viejos amigos y el tipo me hizo un buen trato.