– ¿Así que la casete con los mensajes recibidos durante su viaje a Oriol está intacta?
– Sí.
– Vamos a escucharla -propuso Nastia.
Algo se crispó en el rostro de Kartashov. ¿O le había parecido?
– ¿No me cree? Palabra de honor, en la cinta no hay mensajes de Vica. Se lo juro.
– Por favor -dijo Nastia implacable.
En ese instante, su anfitrión dejó de caerle simpático y Nastia se puso en disposición de combate.
– A pesar de todo, vamos a escucharla.
Entraron en la habitación y, sin mayor dilación, Borís sacó del cajón la casete. La introdujo en la grabadora, pulsó el botón de reproducción y le tendió uno de los dibujos que contenía una carpeta que había encima de la mesa.
– Aquí tiene. Es el sueño que Vica soñaba.
Nastia estudió el dibujo mientras escuchaba las voces que sonaban en la grabadora.
– Borka, no se te olvide que el 2 de noviembre, Lysakov cumple los cuarenta. Si no le felicitas, no te lo perdonará mientras viva…
– Buenos días, Borís Grigórievich, soy Kniázev. Por favor, llámeme en cuanto vuelva. Hay que hacer algunos cambios en la maqueta de la portada…
– ¡Kartashov, eres un hijo de puta! ¿Qué pasa con ese coñac que me debes desde la última partida?…
– Boria, no te enfades. Estaba equivocada, lo reconozco. Perdóname…
– ¿Quién es? -preguntó rápidamente Nastia pulsando el botón de stop.
– Lola Kolobova -contestó Kartashov de mala gana.
– ¿Se había peleado con ella?
– No sé cómo explicárselo… Es una vieja historia, y a veces se producen recaídas. No tiene nada que ver con Vica. Se trata del marido de Lola.
– Necesito que me lo cuente -insistió Nastia.
– De acuerdo -suspiró él-. Cuando Lola conoció al que sería su marido, le advertí desde el principio que era un mujeriego. Después de la boda, Lola se enteró de que se la pegaba, y le dolió mucho. Yo, tonto de mí, aunque sabía muy bien que no debía entrometerme, no paraba de darle consejos, de decirle que sería mejor que lo dejara. Para mí él era un puñetero mamarracho y Lolka me daba mucha lástima. Pero mis palabras le sentaban como un tiro, y para desquitarse tenía que responderme con insultos a cada sugerencia mía de separarse del marido. Por ejemplo, que yo tenía que ser impotente o marica para decirle esas cosas, o que simplemente sentía envidia de su marido, que tenía mujer y familia, y otras bobadas por el estilo. Todas esas conversaciones terminaban en peleas aunque luego hacíamos las paces, faltaría más.
– ¿Y qué fue lo que le dijo la última vez? ¿Por qué le pedía perdón?
– Dijo que aunque su marido era un donjuán, al menos procuraba, en la medida de lo posible, ocultárselo, y que su comportamiento era mucho más decente que el de Vica, que sin disimulos y sin el menor escrúpulo se cepillaba a cualquiera que se le pusiera delante.
– ¿Dijo esto de su amiga íntima? -se asombró Nastia.
Kartashov se encogió de hombros.
– Mujeres… -contestó vagamente-. ¿Quién las entenderá jamás? Sigamos escuchando.
– Borís, soy yo, Oleg. Pensamos ir con toda la basca a Voronovo para celebrar allí la Nochevieja. Si te apuntas, dímelo antes del 10 de noviembre, hay que reservar el hotel…
– Borka, me he dejado en tu casa una caja de cerillas, y había apuntado en ella un teléfono muy importante. Si la encuentras, no la tires…
– Boria, te echo mucho de menos. Besos, cariño mío…
– Y ésta, ¿quién es? -preguntó Nastia parando la cinta.
– Una amiga.
Kartashov le dirigió una mirada de desafío, esperando nuevas preguntas y ya preparado para ponerse a la defensiva.
– ¿Seguro que no es Vica?
– No es Vica. Si no me cree, tengo otras cintas con grabaciones de su voz.
– Le creo -dijo Nastia sin sinceridad y volvió a poner en marcha la grabadora.
Llamadas de clientes, amigos, de los padres de Borís, de mujeres… Y de repente una pausa.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Nastia, que bruscamente paró la grabadora, pues empezaba a reproducir el saludo del siguiente comunicante.
– No lo sé -contestó Kartashov perplejo-. No me fijé cuando escuchaba los mensajes. Sabrá cómo es, enchufas el contestador y entretanto vas deshaciendo el equipaje o preparas la cena… Lo que estás haciendo te distrae y dejas de prestar atención a lo que oyes.
– ¿Quién era el que había llamado antes de la pausa?
La tensión hizo que a Nastia le temblaran las manos. Comprendió que había dado con una minúscula pista.
– Solodóvnikov, mi compañero de promoción.
– ¿Y después de la pausa?
Borís pulsó el botón y escuchó el mensaje hasta el final.
– Es mi prima Tatiana.
– Llámeles y pregunte cuándo, en qué día y, si puede ser, a qué hora le habían telefoneado. Tiene que hacerlo ahora mismo.
El pintor se sentó al lado del teléfono con docilidad, mientras Nastia volvía a mirar el dibujo que reproducía la pesadilla de Vica Yeriómina.
– Todo es muy impreciso -le comunicó Borís-. Ha pasado casi un mes, la gente empieza a olvidar los pormenores. Solodóvnikov dice que llamó a finales de la semana, el 21 o 22 de octubre, pero está seguro de que no fue más tarde porque la noche del viernes 22 se marchó a Petersburgo. En realidad, su llamada estaba relacionada con el viaje, quería que le diera el teléfono de un amigo común que vive en Píter. En cuanto a mi prima, me llamó porque había visto por televisión a mi primera mujer, estaban entrevistando a la gente por la calle y también la pararon a ella. No recuerda en absoluto qué día era pero dice que fue corriendo a llamarme en cuanto terminó el programa, quería decirme que Katia estaba en Moscú de nuevo.
– ¿Tan importante es que sepa que su primera mujer está de nuevo en Moscú?
– Verá, Yekaterina tiene un carácter complicado. Es una chica sin sustancia y algo veleta, me echa la culpa de todas sus desdichas, no me perdona el divorcio y le da por amargarme la vida lo mejor que puede. La última vez, por ejemplo, no tuvo inconveniente en pasar un día entero, el día con su noche, sentada en el rellano de arriba para espiarme, para ver si de mi piso salía alguna mujer, y cuando la vio se le acercó y le contó de mí unas barbaridades que ponían los pelos de punta.
– La mujer con la que habló su ex… ¿fue Vica?
– No -contestó Kartashov de prisa.
Algo demasiado de prisa, anotó mentalmente Nastia.
– ¿Quién entonces?
– No fue Vica -pronunció recalcando cada sílaba Borís, mirándola a los ojos-. Quién fue en concreto, no tiene por qué interesarle.
– ¿Recuerda su prima el título del programa que la hizo llamarle?
– «Navegando a la deriva», en la cuarta cadena.
Nastia reflexionó. Había que requisar la casete, eso era evidente. La pausa podía deberse a dos causas: el comunicante oyó la señal, decidió no decir nada y se quedó callado sin colgar el teléfono, o bien alguien borró la grabación. En el primer caso, la pausa no aportaba novedad alguna para la investigación; en el segundo, le proporcionaba serios motivos para sospechar que Borís Kartashov había borrado el mensaje, y no se podía descartar que el mensaje en cuestión se lo hubiera dejado la propia Yeriómina o que estuviera relacionado con su muerte. El Buñuelo le había advertido de que el asesinato de Vica podía tener que ver con los negocios de la mafia, la cual, como era bien sabido, contaba con los servicios de los mejores abogados, por lo que sería un error imperdonable llevarse la casete sin más, pues cualquiera podría acusar a la policía de haber borrado el mensaje para implicar a Kartashov. Tenía que cumplir con las formalidades y obtener el mandato judicial para incautarse de la prueba. Pero ¿cómo hacerlo? Si Borís le decía la verdad, cosa que Nastia dudaba mucho, podría volver a la mañana siguiente con el mandato y acompañada de testigos. ¿Y si estaba involucrado en el asesinato y la pausa de la cinta tenía algo que ver con esto? Cualquiera sabía, qué cinta y en qué estado iba a encontrar aquí al día siguiente. Y sin embargo, tenía que hacerse con ella, pues si la grabación hubiera sido borrada, en la cinta tampoco se oirían los ruidos de fondo, que habrían quedado grabados si alguien simplemente hubiese esperado en silencio, sin colgar el auricular. Eran los expertos a los que correspondía dar respuesta a la pregunta sobre la naturaleza de la incomprensible pausa. ¿Qué hacer?