Pero entre todos ellos había unos cuantos elegidos. Eran los que no habían sido fichados en vísperas de ser llamados a filas sino mucho antes. Aquellos a los que se había seleccionado y mimado cuando eran adolescentes todavía, cuando iban al colegio y sólo empezaban a aficionarse al alcohol y a las parrandas celebradas en patios oscuros. A éstos se los seducía con el romanticismo. Con el romanticismo de la lucha contra un régimen injusto, contra un sistema cruel y zafiamente organizado, con el romanticismo del entusiasmo a propósito de su propia superioridad y la posibilidad de manipular destinos ajenos, mandando desde los bastidores sobre la gente, sobre sus pensamientos y sus actos. A los futuros elegidos se los buscaba entre los huérfanos que vivían en asilos, se los adoptaba, para lo cual en ocasiones había que pagar sobornos costosísimos. Se los preparaba cuidadosamente, ya que les esperaba una carrera brillante.
Uno de los elegidos era Oleg Mescherínov, quien actualmente estaba pasando el período de prácticas en Petrovka, 38, en el departamento dirigido por el coronel Gordéyev. Había sido él quien había propuesto un plan sencillo y eficaz del secuestro de Nadia Lártseva. Había oído en muchas ocasiones al padre de la niña hablar con ella por teléfono y se había formado buena idea tanto sobre el talante de la hija como sobre la esencia de las instrucciones que Volodya se empeñaba en meterle en la cabeza. La primera condición de la operación era no llamar la atención, para que a nadie se le ocurriera pensar que alguien estaba secuestrando a una niña delante de sus mismos ojos. Había que asustar a Nadia y empujarla a los brazos de alguien a quien solicitaría auxilio. Encontrar a ese alguien y colocarle en el lugar adecuado y en el momento propicio fue cuestión técnica, de puesta en escena. También la muñeca Barbie había sido una idea de Oleg. La niña no se percataría de la cara del hombre que la persiguiera, es decir pasaría por alto su propia presencia y, así, no se asustaría. Difícilmente entendía de coches y no se daría cuenta de que a lo largo del día la había estado siguiendo el mismo automóvil, por muy raro, por muy caro, por muy de importación que fuese. Pero no dejaría de fijarse en la Barbie. Y si era una niña despierta, no dejaría de asustarse. Por otra parte, si fuera tonta y no hubiera tomado en serio los consejos de su padre, se quedaría mirando boquiabierta a la muñeca y no tendría inconveniente en contestar cuando se le hablara. Sí, la Barbie era todo un hallazgo, en todos los sentidos. Arsén estaba contento. Le encantaría escuchar los cantos que entonaría ahora esa Kaménskaya, con toda su sangre fría e imperturbabilidad.
El timbre de la puerta la hizo estremecer. Nastia echó una mirada de soslayo a Liosa, que estaba pegado a la pantalla de televisión.
– ¿Vas a abrir?
– ¿Es preciso? -contestó sin moverse del sitio.
Nastia se encogió de hombros. El timbre volvió a sonar.
– Tal vez sean «ellos». Cualquiera sabe…
Liosa salió al recibidor y entornó la puerta.
Se oyó el chasquido de la cerradura y Nastia reconoció la voz familiar de Volodya Lártsev:
– ¿Está Asia?
Dejó escapar un suspiro de alivio. ¡Gracias a Dios, no eran «ellos»! Lártsev estaba irreconocible. Su cara morena se había vuelto gris, los labios habían adquirido un tono violáceo propio de los enfermos de corazón y tenía los ojos de demente. Sin quitarse el abrigo, pasó del recibidor al salón, cerró la puerta en las narices de Chistiakov y se apoyó en ella jadeante. «¿Habrá venido corriendo hasta aquí?», pensó Nastia.
– Se han llevado a Nadia -espiró Lártsev.
– ¿Cómo que… llevado? -preguntó Nastia de repente afónica.
– Se la han llevado, eso es todo. Vuelvo a casa, no está, y en seguida me llaman por teléfono y dicen que tienen a mi niña, que está sana y salva, pero que lo está sólo de momento.
– ¿Qué es lo que quieren?
– Para, Anastasia. Te lo suplico, para, no toques más el caso de Yeriómina. Sólo me devolverán a Nadia si paras el caso.
– Espera, espera -se sentó en el sofá y se apretó las sienes con las manos-. Dímelo todo otra vez, no entiendo nada.
– No me vengas con ésas, lo entiendes todo perfectamente. Has tenido suficiente presencia de ánimo y confianza en ti misma para no asustarte y eludir todo contacto con ellos. Han decidido actuar a través de mí. Te juro, Anastasia, te lo juro por todo lo sagrado que tengo en este mundo, que si le sucede algo a Nadia, te pegaré un tiro. Iré pisándote los talones hasta que…
– De acuerdo, esta parte ya la he cogido -atajó Nastia-. ¿Y qué tengo que hacer para que te devuelvan a tu hija?
– Debes decirle a Kostia Olshanski que es imposible hacer nada más con el caso de Yeriómina. Kostia te creerá y parará el caso.
– De todas formas va a pararlo después de las fiestas. Y no podría hacerlo antes, va contra la ley. ¿Pero qué quieres que haga yo?
– Quiero que dejes de investigar el asesinato de Yeriómina y que cierren el caso. De verdad, no sólo en apariencia -pronunció lentamente Lártsev sin apartar de Nastia sus ojos y sin parpadear.
– No te entiendo…
– ¿Qué te crees, que no conozco al Buñuelo? -explotó Lártsev-. ¡Un caso como éste! ¡Está que revienta de la basura que hay dentro! Me tiré diez días haciendo lo imposible para «peinarlo», para limarlo, para tapar la cochambre y ni con diez días he tenido suficiente si al final tú has conseguido verla. El Buñuelo no suelta casos como ése, lo estará royendo hasta que muera. Así que no me sorbas el seso con tus engañifas, no me vengas con el cuento de que van a parar este caso.