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Nastia Kaménskaya le había caído mal desde el primer día de su colaboración conjunta. Primero, y lo más importante, era que le sacaba de quicio la sola idea de tener que trabajar junto con esa tía, a la que llevaba más de diez años y que ya tenía la graduación de comandante. Encima, no se trataba sólo de trabajar con ella sino de ¡cumplir sus órdenes! No había nada que pudiese herirle más hondamente en su amor propio. Segundo, no entendía y no reconocía sus métodos de trabajo. Era una colección de chorradas: expedientes de archivo, libros en idiomas extranjeros, interrogatorios y reinterrogatorios sin fin, la clave de sol y otras pijaditas por el estilo. En su día a él, a Morózov, se le había enseñado a trabajar de otro modo muy distinto: en vez de arrellanarse con aire de suficiencia en un sofá, uno debía salir a la calle y buscar, buscar, buscar… No era por casualidad que el servicio al que había dedicado su vida se llamaba «detección y búsqueda». Ahí estaba la clave, se trataba de detectar buscando, de esto y no de ninguna de aquellas pamplinas. Además, uno de los principales procedimientos de su oficio se denominaba «búsqueda personal». Nunca había oído hablar de métodos analíticos y no tenía el menor deseo de conocerlos.

El enfado con la chavala de Petrovka, 38, llevó al capitán Morózov a concebir la prodigiosa idea de resolver el asesinato de Vica Yeriómina por cuenta propia. Trabajando en solitario. Sin ayuda de nadie. A despecho de todo el mundo. En la comisaría de policía a la que estaba asignado hacía poco se había producido una vacante que sería un buen trampolín para el rango de comandante y, cuatro años más tarde, de teniente coronel. Era una gran oportunidad y sería tonto dejarla escapar. Tenía que obtener algún éxito, hacer algo llamativo, sonado, darles un vapuleo a los sabuesos de la PCM. Entonces también el jefe de la comisaría quedaría contento, porque también éste tenía atravesados a esos creídos de la DGI. Pero, de momento, Morózov no pensaba compartir sus planes con el superior.

Al recibir la denuncia de la desaparición de Yeriómina, Morózov, fiel a su costumbre, no se mató trabajando. Una mujer joven, guapa, alcohólica, soltera… ¿por qué rayos iba a buscarla? Cuando se serenase, cuando se hartase del querindongo de turno, volvería a casa, ¿qué iba a hacer si no? En su larga experiencia lo había visto mil veces. Pero cuando encontraron a Vica, muerta por estrangulación, en el kilómetro 75 de la carretera de Savélovo, Yevgueni vio el caso de otra forma. Solamente durante la primera semana después de aparecer el cadáver, se curró a conciencia el ramal Savélovo de ferrocarril, habló con los policías, rastreó todos los trenes eléctricos en busca de usuarios habituales que pudieran haberse fijado en aquel monumento de mujer. Por experiencia, Morózov sabía que la gente que utilizaba trenes de cercanías ocasionalmente no solía prestar atención a otros pasajeros. Los viajeros habituales, en cambio, acostumbraban a hacer un «barrido visual» del vagón, esperando encontrar a los «suyos», amigos o vecinos de su ciudad o pueblo, para pasar el rato que duraba el trayecto charlando sobre cosas sin importancia.

Ese trabajo tenaz y minucioso aportó algunos frutos. Morózov consiguió encontrar a dos hombres que habían visto a Yeriómina subir en el tren acompañada de tres «tíos cachas». Ambos pasajeros se fijaron en la muchacha porque ella y sus compañeros se habían instalado en el compartimento que solían ocupar ellos mismos. Los dos pasajeros eran vecinos de Dmitrov, vivían en el mismo barrio, trabajaban en el mismo turno y en la misma empresa de Moscú. Y llevaban muchos años haciendo este viaje de ida y vuelta en los mismos trenes y, por algún motivo, siempre en el segundo vagón y en el segundo compartimento de la derecha según el sentido de la marcha. Las costumbres de muchos años son a menudo más fuertes que cualquier razonamiento. Habían llegado al extremo de acudir a la estación con mucha antelación para poder ocupar sus asientos habituales. No obstante, aquella vez otros se les adelantaron, un hecho tan inusitado que no pudo menos de grabárseles en la memoria.

Durante el trayecto estuvieron observando disimuladamente a aquella pandilla incomprensible, extrañándose en voz baja de lo que podrían tener en común aquella joven tan guapa, emperifollada, vestida con ropas tan caras, de cara altiva y mirada algo así como enfermiza, vuelta hacia dentro, y los tres «tíos cachas», cuyos rostros impecablemente afeitados no delataban la menor presencia de intelecto. En más de una ocasión, los «tíos cachas» intentaron dirigirle la palabra pero la despampanante moza contestaba con monosílabos o ni siquiera contestaba. A veces, la chica salía del vagón, con un cigarrillo en la mano, y entonces uno de los hombres se levantaba y la seguía. Una hora y media más tarde, al bajar del tren en Dmitrov, los dos viajeros habituales llegaron a la conclusión de que para la chica se trataba de un viaje de negocios y que los «tíos cachas» eran sus guardaespaldas. Aunque seguía siendo inexplicable el hecho de que viajase en tren. Si podía permitirse tener guardaespaldas, seguro que tendría coche…

Así fue como se estableció que Vica Yeriómina, acompañada por tres hombres jóvenes, viajó en el tren eléctrico Moscú-Dubna el domingo 24 de octubre. El tren salió de la estación Savélovo de Moscú a las 13.51 horas, llegó al apeadero Kilómetro 75 a las 15.34. El cadáver de Vica fue encontrado una semana más tarde, su muerte ocurrió el 31 de octubre o el 1 de noviembre. Faltaba por averiguar dónde había pasado aquella semana.

Fue justo en ese momento cuando se le comunicó a Morózov que estaba incluido en el grupo operativo encabezado por Kaménskaya. No era novato en la materia de encauzar sus relaciones con los demás conforme a sus propios intereses. Las suyas con Nastia no fueron una excepción. Yevgueni se esforzó por hacer todo lo posible para quitarle las ganas de tratar con él para lo que fuera, y lo consiguió. Nastia no le abrumó con encargos, y él pudo disponer libremente de su tiempo para seguir investigando el asesinato de Yeriómina por cuenta propia. Cumplía escrupulosamente con las tareas que se le confiaban pero informaba a Nastia sobre los resultados de un modo sumamente peculiar. No, no tergiversaba los datos obtenidos, Dios le libre de hacerlo. Se limitaba a callar parte de esos datos o a veces los ocultaba en su totalidad comunicando a Nastia sólo aquellos detalles que no afectaban en nada su propia hipótesis. Por ejemplo, Nastia nunca llegó a enterarse de que Morózov había encontrado a dos testigos oculares del viaje de Vica en el tren de cercanías, que había determinado el tiempo exacto de ese viaje e incluso había obtenido retratos verbales muy precisos de sus acompañantes. Oficialmente, la «pista ferroviaria» se había probado inoperante.

Mientras Nastia, con ayuda de Andrei Chernyshov, interrogaba a los amigos y conocidos de Vica Yeriómina, mientras se aclaraba con las complicadas relaciones que la unían a Borís Kartashov y al matrimonio Kolobov, mientras averiguaba quién y por qué había dado la paliza a Vasili Kolobov y realizaba un montón de otras pesquisas necesarias, Morózov empleó todo ese tiempo en estudiar las poblaciones situadas alrededor del apeadero Kilómetro 75, enseñaba la foto de Vica, describía a los tres «tíos cachas» y buscaba tenazmente el sitio donde Yeriómina pudo haber pasado aquella puñetera semana. Cuando Nastia descubrió que, por algún motivo, Vica había estado en la estación de Savélovo y que eso ocurrió, lo más probable, el domingo 24 de octubre, había pasado tanto tiempo desde su viaje que ya no tenía el menor sentido investigar su posible itinerario. Entretanto, Morózov ya había encontrado la casa donde, según declararon los vecinos de un pequeño pueblo, se habían alojado la joven y sus acompañantes. Se la había visto allí una sola vez, al llegar. Los lugareños no volvieron a verla nunca más. Pero Yevgueni se ganó la amistad de la dependienta de la tienda del pueblo, que recordó lo mejor que pudo qué y en qué cantidades compraban los inquilinos provisionales de la casa del tío Pasha. Todo indicaba que allí vivían, como mínimo, tres personas y que una era mujer.