– ¿Qué te ocurre, Nikolay? -preguntó Grádov.
– Me urge llevar a la mujer a la clínica, he llamado la ambulancia pero no sé por qué no vienen. Tengo miedo a que Antonina se desangre, necesito parar a algún particular.
– Os llevo -contestó Grádov en seguida-. ¿Podrá bajar ella sola o la bajamos nosotros?
– ¡Pero qué dice, Serguey Alexándrovich! -dijo Nikolay atónito-. Le dejará la tapicería perdida…
El coche de Grádov la tenía suntuosa, confeccionada con unas pieles blancas y peludas.
– Bobadas, vamos allá -ordenó Grádov-. En cuanto a la tapicería, descuida, si la estropeas, pagarás en especie, vas a repararar mis retretes mientras vivas.
Serguey Alexándrovich no llevó a Tonia a un hospital cualquiera sino a una buena clínica, donde dijo que era familiar suya. Fistín, al ver aquellos lujos -sala individual, equipos inconcebibles, enfermeras solícitas y ágiles, desayunos con caviar negro-, se quedó patidifuso. Consiguieron salvar el embarazo y, cuando nació el hijo, Nikolay se creyó en deuda eterna con el vecino del quinto Serguey Alexándrovich Grádov.
En 1991, Grádov, cenando con amigos en un restaurante, fue testigo de un ajuste de cuentas más bien brutal, en el que se hizo uso de puños americanos e incluso tiros. Las caras de algunos participantes le parecieron familiares.
Grádov subió al despacho de la directora, su vieja conocida de muchos años, y le preguntó por qué no había llamado a la policía.
– ¿Por qué iba a hacerlo? -dijo la directora encogiéndose de hombros-. Esos chicos se encargan de mantener el local en orden. Cuando algún cliente se desmadra, le llaman la atención. La policía no tiene nada que hacer aquí.
– Creo haber visto a esos chicos en varias ocasiones cerca de mi casa, charlando con nuestro fontanero, Kolia Fistín -observó Grádov pensativo.
– ¿No está enterado? -se sorprendió sinceramente la directora-. Es su jefe. Le llaman tío Kolia.
Cuando, pasados unos días, Grádov invitó a Nikolay a su casa y, expresándose con suma claridad, le propuso cambiar de empleo, éste aceptó con alegría. Fistín se daba cuenta de que controlar el territorio se hacía cada vez más difícil. Había conseguido arrancar un trozo de la tarta y retenerlo durante cierto tiempo pero, poco a poco, fueron apareciendo otros cocodrilos, jóvenes y dotados de mejores dentaduras, que no reconocían las reglas del juego y con los que Nikolay nunca podría competir. Las nuevas circunstancias requerían, además de la potencia muscular, un buen cerebro, y el del tío Kolia no daba mucho de sí. Para empezar, se habían quedado con una gasolinera situada en su territorio, luego, con una manzana de casas entera, justo aquella donde estaba emplazado un hotel, y ahora andaban rondando la estación de metro y los tenderetes que la rodeaban. Todos los intentos de restablecer el orden solían tropezar con ciertos ininteligibles papeles que se exhibían ante el tío Kolia y que hablaban de la propiedad municipal y de que ésta quedaba exenta de cualquier tributo, ya que todos los beneficios derivados estaban rigurosamente controlados por las autoridades municipales. La proposición de Serguey Alexándrovich le venía como llovida del cielo, pues le permitía desentenderse del cobro por la protección sin quedar mal ante los chicos, para dedicarse a otro trabajo, bien remunerado y más tranquilo. Además, el propio Grádov había insistido en que abandonase los chanchullos ilegales: estaba haciendo carrera en la política y precisaba gente para su servicio de seguridad, para mantener el orden durante actos multitudinarios organizados por su partido, así como para cumplir diversos recados confidenciales. La gente vería a los chicos acompañándole, por lo que sería inconveniente que anduviesen implicados en grescas del mundillo criminal. El tío Kolia tenía cierta vaga idea de la clase de trabajo que le esperaba pero estaba dispuesto a servir a Grádov con devoción y lealtad, como un perro fiel.
Desde aquel entonces habían pasado dos años, y ahora, por primera vez, el tío Kolia se olía problemas. El peligro no tenía nada que ver con la policía, que, había que reconocerlo, podría pasarle una factura imponente; no, el peligro estaba relacionado con Arsén. Le había caído mal al tío Kolia desde que le vio por primera vez. ¿Por qué demonios su amo tuvo que meter a ese calvorota escuchimizado en sus manejos?
El tío Kolia lo hizo todo tal como Grádov le había ordenado: alquiló la casa que ya habían utilizado en otras ocasiones, encontró a la muchacha, los chicos le explicaron que eran amigos de Bondarenko, quien por un imprevisto no iba a poder llevarla a ver a Smelakov el lunes y les había pedido que la acompañaran a aquel pueblo el domingo. La llevaron a un sitio tranquilo, le hicieron contarles todo cuanto sabía, aunque a decir verdad, no sabía gran cosa, y lo único útil de todo aquello fue que le sacaron el nombre de un tal Kosar. Los chicos los mataron a los dos, visitaron la casa del pintor, borraron el mensaje con el número de Bondarenko que Kosar había dejado en el contestador, y asunto despachado. ¿Qué falta, pues, les hacía Arsén? Además, Arsén no paraba de criticarle. Desde el principio mismo se mostró escéptico con el equipo de Kolia y quiso obligar al amo a pagar a su propia gente. Lo cierto era que el amo no les dejó colgados, declaró que el equipo estaba altamente calificado, que haría todo cuanto fuese menester y que lo haría de la mejor manera. Aquellas palabras animaron a Fistín, y su sentimiento de gratitud y devoción hacia Grádov se consolidó aún más. Pero a pesar de todo, Arsén no perdía ocasión de restregarle por los morros alguna porquería y de humillarle, diciéndole sin parar cosas incomprensibles.
Al tío Kolia le dolía y le atormentaba que el amo le hablase a Arsén en un lenguaje que sólo ellos dos comprendían, que aceptase las órdenes y exigencias del vejestorio, mientras que él, Nikolay, por más que se devanaba los sesos, veía que se le escapaba lo más importante. ¿Y si el amo se diese cuenta de que el tío Kolia, como se suele decir, no estaba a la altura, y le pusiese de patitas en la calle para contratar en su lugar a ese piojo casposo, a Arsén? Por supuesto, se consolaba a sí mismo Fistín, el amo no podía echarle así como así, había demasiados asuntos feos y manchados de sangre que los unían. Pero era un consuelo débil, el tío Kolia no quería que Grádov, al percatarse de su insuficiencia, lo mantuviese a su lado por puro miedo. Fistín tenía un amor propio descomunal y una situación así le hubiese resultado inaceptable. Durante las negociaciones, el tío Kolia ponía toda su voluntad en desentrañar el sentido de la conversación entre el amo y Arsén, esforzándose por disimular el miedo, que iba en aumento, y sonriendo con esa extraña sonrisa suya. Así enseña los dientes un chacal arrinconado, consciente de que el adversario es más fuerte, que de un momento a otro llegará su fin pero sin perder la esperanza de asustarle…
Ese día, el 30 de diciembre, Nikolay Fistín comprendió que el momento decisivo había llegado. Arsén declaró rescindido su contrato con el amo y dijo que no trabajaría más para él aunque el asunto estaba lejos de estar concluido. Apenas el tío Kolia hubo exhalado un suspiro de alivio, Arsén le dejó anonadado con su requerimiento de encontrar a Sasha Diakov tan pronto como pudiera. ¿Para qué? ¿Para qué querían a Diakov si habían disuelto el contrato? Por si fuera poco, había sido el propio Arsén quien le había encargado arreglar la situación del chico. El tío Kolia la arregló a la maravilla, le ordenó a Sasha poner tierra por medio, largarse a otra ciudad, estarse allí quietecito durante tres o cuatro meses y avisar de todo eso a los suyos, a la familia, decirles que un negocio reclamaba su presencia en otro sitio y que volvería hacia la primavera. Acto seguido, dio otra orden, a la gente de aquella ciudad, para que «recibieran» a Diakov. Antes de abril, nadie le buscaría, en abril la nieve se derretiría pero hasta que le encontrasen, hasta que le identificasen… ¿Qué tripa se le habría roto a ese carcamal? Aunque, a decir verdad, Arsén se lo explicó todo a Fistín con la mejor urbanidad: