Gordéyev oyó que la puerta se abría suavemente pero no se volvió.
– ¿Me ha llamado, Víctor Alexéyevich?
– Te he llamado.
Se giró despacio dando la espalda a la ventana, se sentó pesadamente en el sillón y con un apático movimiento de mano invitó a Lártsev a tomar asiento.
– Perdona que te haya hecho interrumpir el interrogatorio.
– No pasa nada, de hecho ya había terminado.
– Bueno, bueno -asintió Gordéyev-. Quería consultar tu opinión, ya que eres el mejor psicólogo del departamento. Nos ha ocurrido una desgracia, hijo.
– ¿Qué desgracia? -preguntó Lártsev tenso.
En su cara no se había movido ni un músculo, estaba pétreamente quieta. Pero detrás de esa petrificación, el coronel veía una enorme tensión interior de un hombre tan agobiado por la mala suerte que ya no tenía fuerzas para manifestar cualquier emoción.
– Me temo que nuestra Anastasia nos la ha jugado.
«Ay, Señor, perdóname, ¿cómo me atrevo a pronunciar estas palabras? Stásenka, pequeña mía, ¿cómo yo, el viejo tonto de mí, he dejado que las cosas lleguen a esto? Estaba echando mis cuentas, hacía cábalas, dudaba, le daba largas al asunto, esperaba que todo volviese a su cauce. Pues no, no ha vuelto. Ya sé, me lo has dicho mil veces, que en nuestra vida nada pasa sin consecuencias, nada se arregla solo.»
Lártsev callaba, y el coronel vio con claridad el paralizante terror que se había instalado en sus ojos.
– Hasta ayer, Anastasia tenía ideas interesantes sobre el caso de Yeriómina, pero esta mañana me ha declarado que no veía la menor posibilidad de resolver el caso, que sus hipótesis no valían nada y no se le ocurría nada más. Y que, en general, no se encontraba bien, por lo que había cogido baja por enfermedad. ¿Qué cabe deducir de todo esto?
Lártsev seguía callado pero el terror que llenaba sus ojos empezó a mudarse en desesperación.
– Lo que cabe deducir -continuaba con monotonía Víctor Alexéyevich mirando hacia un punto alejado de Lártsev- es que o bien ha aceptado dinero de los criminales, o bien le han dado un susto y ella se ha acobardado y se ha rendido en el acto y sin luchar. Tanto una cosa como la otra me revuelven las tripas.
– Pero qué dice, Víctor Alexéyevich, esto es imposible -dijo por fin Lártsev con una voz que no era suya, que sonaba demasiado estridente, y metió la mano en el bolsillo para sacar el tabaco.
«Claro que es imposible -pensó el coronel-. Has dicho bien. Pero el truco está en que tú no te lo crees. Sabes perfectamente que le dieron un susto. Lo que dices de Anastasia es pura verdad pero al mismo tiempo mientes como un bellaco. ¡Fíjate, los numeritos que nos monta la vida! Vale, de acuerdo, ya veo que no piensas confesar nada. Te he dado una oportunidad pero la has rechazado. El miedo que te inspiran es más fuerte que tu confianza en mí. Venga, saca el cigarrillo, luego tardarás media hora en encontrar el mechero, luego el mechero no se encenderá hasta que hagas veinticinco intentos. Adelante, tómate tiempo, ve pensando cómo convencerme de que Nastia es honrada pero débil. Vamos, hijo, persuádeme, no opondré resistencia. Yo ya me doy tanto asco que aceptaría cualquier cosa.»
Al fin Lártsev encendió el cigarrillo, inhaló hondamente el humo y dedicó unos segundos a buscar el cenicero.
– Me parece que usted exagera, Víctor Alexéyevich. Es el primer caso que trabaja en la calle, lleva ya un mes y medio con él, no ha conseguido resultados y es completamente natural que se sienta cansada. Porque, veamos, ¿qué es lo que hacía antes? Estar sentada en su despacho, analizar informaciones, sumar los dígitos, calcular porcentajes. Pero si nunca había visto a un criminal en persona. En cuanto empezó a trabajar como todos se dio cuenta en seguida de que sus pesquisas teóricas no valían nada, que no servían para resolver asesinatos. Y se dejó llevar por los nervios. Además, ¿quién iba a presionarla? ¿Qué cosas tan especiales pudo haber descubierto en este asesinato? Es un asunto lapidario, la víctima era una borracha, ¿qué falta le hace a nadie? ¿Qué interés puede tener todo esto para la mafia? No, es absolutamente inverosímil. Nuestra Nastasia es una chica nerviosa, se impresiona con facilidad, no tiene buena salud, de modo que tal desenlace, en mi opinión, es muy lógico. No debe pensar mal de ella por eso.
«Esto no está nada bien, hijo, nada bien. ¿Acaso te has olvidado de cómo pasó una noche entera encerrada a solas con un asesino a sueldo, Gall, que había ido allá para matarla? ¿O es que no sabes que hace dos meses desenmascaró a un grupo peligrosísimo de criminales con los que trataba a diario y que tenían en su haber una decena y media de cadáveres? No, hijo de puta, no te has olvidado de nada pero sigues en tus trece, y lo entiendo. Qué remedio te toca. Tienes que convencerme de que nadie ha querido asustar a Nastasia, de que su renuncia a seguir trabajando en el caso es una decisión enteramente voluntaria. Está bien, adelante con los faroles, dale caña. A pesar de los pesares, no descuidas tus intereses e intentas sonsacarme informaciones. ¿Qué esperas, que me ponga a contarte qué cosas tan especiales ha descubierto en el caso de Yeriómina? Ya puedes esperar sentado…»
– Este caso, Víctor Alexéyevich, es una birria, estaba claro desde el principio. Una jovencita desequilibrada, dada a la bebida, que estaba como una chota, pudo haberse marchado de casa con quien y a donde le diera la gana, cualquiera le sigue la pista. Pero Nastia ha sobrevalorado sus capacidades, se ha aferrado a sus hipótesis retorcidas, se ha volcado con todas sus energías y, como resultado, todo lo que ha obtenido es una crisis nerviosa, y el agujero del dónut. La entiendo, cuando se trata de la primera investigación propia, es natural que uno aspire a encontrarse con un caso embrollado, en el que ande involucrada la mafia. Pero no nos olvidemos de que, a pesar del crecimiento del crimen organizado, la mitad de asesinatos, o tal vez más, siguen siendo asuntos de familia. Celos, venganza, dinero, envidia, conflictos familiares, en pocas palabras: simples sentimientos humanos. La mafia no tiene nada que ver ni por casualidad. Nastia no quiso aceptarlo, le apetecía un asesinato sonado, dio en inventarse hipótesis a cuál más enrevesada, y desperdició tiempo y fuerzas intentando comprobarlas.
– No, Volodya, no creo que sea tan sencillo -dijo Gordéyev cabeceando-. Tú y yo la conocemos hace años, a Nastasia no la para un problema y nunca vuelve la cara atrás. Claro, puede dejarse llevar por los nervios, puede caer enferma pero seguirá adelante. Estará muriéndose pero apretará los dientes y hará el trabajo. No, no me lo creo. Aquí hay juego sucio, lo siento. Tenemos que actuar. Cuando se ponga bien y vuelva al trabajo, informaré a mis superiores para que le abran un expediente disciplinario. Insistiré en que la despidan y que no vuelva a trabajar más en las fuerzas del orden público. Aunque la quiero mucho, como quiero mucho a cualquiera de vosotros, no toleraré ni la traición ni la cobardía.
«Ya está, Stásenka, te he vendido viva. Veamos ahora por dónde sale nuestro Lártsev, si quiere sangre o si se nos pone como una seda. Por supuesto, no dejará que te despidan, maldita la falta que le hace que te incoen el expediente. Ahora se dará aires de nobleza y me aconsejará trasladarte a algún puesto de segunda importancia, para alejarte del trabajo operativo. Me gustaría saber qué destino querrá darte. Creo que ya se siente mejor, ha comprendido qué línea de actuación conviene adoptar. Ahora acabaré de tranquilizarle, que respire un poco antes de que le aseste la puñalada trapera, y entonces… Me juego el todo por el todo. Ay, Stásenka, pequeña, si supieras cuánto me duele, cómo todo esto me parte el corazón. Volodka me da lástima, su hija es lo más precioso que tiene en este mundo. ¡Tengo que golpear en lo más sagrado, que me parta un rayo!»