– Volvamos de prisa a la Sociedad de Cazadores -ordenó el más bajito y de más edad.
Su compañero, un muchacho moreno y simpático, maniobró con agilidad y se incorporó al torrente de gente que le venía de frente en dirección opuesta, cuidando de abrir paso al agente de más edad.
La jornada laboral había terminado, la empleada de la Sociedad de Cazadores que había atendido a Lártsev se había ido a casa. Los agentes le pidieron su dirección al guardia, avisaron del patinazo a Zherejov en Petrovka y se marcharon zumbando a Kúntsevo. Les costó Dios y ayuda convencer a la mujer de que subiera en el coche para regresar a su lugar de trabajo. Ella, sin ocultar su enojo, abrió la caja fuerte y tiró las fichas sobre la mesa.
Había hecho planes concretos para esa noche y esos extraños policías, que andaban persiguiéndose unos a otros, no le merecían otra reacción que una ira sorda.
– ¿A quién buscaba? -preguntó el muchacho alto educadamente mientras ojeaba las fichas con las fotos de las cazadoras.
– No lo sé. No tomó notas. Examinó las fichas y eso fue todo.
– Por favor, haga memoria, tal vez miró una ficha más tiempo que otras, tal vez le preguntó algo o tuvo alguna duda. Cualquier detalle puede ser importante para nosotros.
– No hubo nada de eso. Simplemente estudió todas las fichas con atención, dio las gracias y se marchó.
– Entonces, ¿puede ser que no haya encontrado lo que buscaba? ¿Qué impresión le dio?
– Se lo pregunté y me dijo que sí, que lo había encontrado. ¿Piensan tenerme aquí mucho tiempo todavía?
– Nos iremos en seguida, sólo vamos a anotar las direcciones. Oye -dijo de pronto el muchacho al agente mayor-, fíjate, la mayor parte de esas mujeres trabajan aquí mismo, en la sociedad. Si Lártsev no se ha quedado aquí para hablar con una de ellas, significa que la que le interesa es sólo socia. Mujeres que trabajan en otros sitios hay pocas.
– Ya es algo -se alegró el agente mayor-. Buen chico, la cabeza te carbura. De prisa, vamos a hacer una lista de las direcciones, planeamos el recorrido y le pedimos refuerzos a Zherejov.
La primera dirección, según su plan, era un piso en la calle Domodédovo, la segunda, en la Lublín, con lo que habrían cubierto la parte sur de Moscú, para luego avanzar, pasando por el centro, primero hacia oriente y luego al norte. Las señas de Natalia Yevguénievna Dajnó -un piso en la avenida Lenin- ocupaban el tercer puesto de su plan de visitas. Eran las 19.40 horas.
Hacia las siete de la tarde, Serguey Alexándrovich Grádov reconoció al fin que las cosas estaban muy mal. Cuando, alrededor de las dos y media, se despidió de Arsén y, sentado en el bar, intentó ordenar más o menos las ideas, tuvo una súbita revelación. ¡Todo aquello era un malentendido! Arsén había mencionado a Nikiforchuk, y Grádov se asustó tanto que perdió toda capacidad de razonar y, sobre todo, de oponer resistencia a Arsén. Pero ahora, al repasar los detalles de la conversación, recordó que éste le había echado en cara sus excesivas iniciativas. ¿A qué se refería? El, Grádov, no se había permitido actuar por iniciativa propia. Se trataba de un error, de un error fastidioso, que debía ser rectificado, después de que Arsén retomase el contrato y acabase con el asunto. Tenía que hablarle con toda urgencia.
Serguey Alexándrovich salió del bar rápidamente, se metió en el coche y fue a casa. Desde allí llamó varias veces a cierto número y se puso a esperar la llamada de retorno, para convenir el lugar y la hora de la cita. Sin embargo, la llamada nunca se produjo. Repitió el intento pero el resultado fue el mismo. Grádov empezó a ponerse nervioso, telefoneó a un amigo del Ministerio del Interior para pedirle que averiguara el nombre del abonado del número que le interesaba. La respuesta no se hizo esperar y fue desconcertante: el número en cuestión no estaba asignado a nadie y figuraba en la lista de números disponibles desde hacía cinco años.
Había otra vía, la misma que le había conducido hacia Arsén inicialmente. Serguey Alexándrovich llamó al hombre que le facilitó su primer contacto con la Oficina.
– Piotr Nikoláyevich, soy Grádov -dijo de prisa-. Dígame cómo puedo encontrar a su amigo rápidamente.
– ¿Grádov? -preguntó una voz con un tono bajo y lleno de perplejidad-. No me acuerdo. ¿Quién le ha dado mi teléfono?
– Pero qué dice, Piotr Nikoláyevich, le llamé hace dos meses y me dio el número de un hombre que iba a ayudarme a resolver cierto asuntillo delicado. Ahora me urge hablar con ese caballero.
– No sé de qué me está hablando. Tal vez se ha equivocado de número.
Grádov no podía ni sospechar que Arsén, precavido y astuto, había llamado a Piotr Nikoláyevich nada más terminar de hablar con él y le había dicho:
– Si su protegido se atreve a buscarme, explíquele que es un error por su parte.
Horrorizado, Serguey Alexándrovich pensó que todo estaba perdido. No encontraría a Arsén. Nunca. Le quedaba una última esperanza. Esta última esperanza era Fistín.
Seriozha Grádov había crecido como un niño mimado y agasajado. Le causaba profundo sufrimiento el que todos sus amigos tuvieran padres permanentes, mientras que el suyo era algo así como un turista; y aun así cada vez que se producía una de sus raras visitas, la madre enviaba al niño a jugar en el patio. El padre siempre llegaba cargado de regalos, juguetes y golosinas, la madre le amaba con locura y no dejaba de repetir: «Nuestro papá es el mejor, lo que ocurre es que simplemente tiene otra mujer y dos hijos a los que, como hombre honrado que es, no puede abandonar.» El padre, a su vez, no dejaba de repetirle a Seriozha: «Hijo, si algo sucediese, siempre te ayudaría, no te abandonaré en la adversidad, cuenta conmigo, tú y mamá sois mis seres más queridos.» Con frecuencia, Seriozha hacía las típicas travesuras de niño o adolescente pero nunca fue castigado por ellas, todo lo contrario, papá y mamá, sintiéndose culpables ante el hijo por no poder ofrecerle una familia normal, se encargaban de reparar los daños y jamás le reñían sino que se hubiese dicho que hasta le compadecían.
Con los años, Seriozha desarrolló una total incapacidad y desgana de pensar en las consecuencias de sus actos, de anticipar siquiera el futuro más inmediato. Lo hacía todo como mejor le parecía, concediendo a los padres el honroso deber de enmendar sus acciones precipitadas y, en ocasiones, temerarias. El resultado fue lo que los psicólogos llaman disociación afectiva del pensamiento. En situaciones de estrés, el cerebro le fallaba a Seriozha, el chico no conseguía razonar con lucidez y comenzaba a desbarrar, de obra y de palabra. Lo malo era que el menor cambio de situación que requiriese atención, reflexión, reacción y toma de decisión podía causarle el estrés. La menor tensión psicológica le resultaba inaguantable.
Después de que Serguey cumplió el servicio militar, papá le apañó la admisión en el Instituto de Relaciones Internacionales. En el IRI estudiaban principalmente hijos de altos dignatarios, que tenían suficientes influencias para matricular a sus vástagos en seguida después de cursar los estudios secundarios, por lo que estudiantes que hubiesen hecho el servicio militar había pocos. Éstos llamaban la atención con su madurez, conocimiento de la vida cuartelera, chistes subidos de color, conversaciones sobre mujeres y borracheras, y unos modales adquiridos en su época de «abuelos». Todo el mundo buscaba su atención, les respetaba, les hacía caso.
En su entorno más inmediato, Serguey destacó particularmente a Arkady Nikiforchuk porque no se le parecía en nada. Arkady, hijo de un diplomático, se había criado en el extranjero, su infancia había transcurrido entre libros, un piano de cola y el aprendizaje de idiomas. Había crecido tratando casi exclusivamente con su madre y cociéndose en el escaso jugo de la reducida colonia soviética. Terminó el colegio en Moscú y en seguida fue admitido en el instituto. Al descubrir la libertad de la vida estudiantil, Arkady se encontró influido en todo y para todo por Grádov, y se desmelenó por completo. Sus padres volvieron a marcharse al extranjero, donde permanecerían varios años todavía, dejando a la disposición del hijo el piso y proveyéndole regularmente de dinero y modelitos de última moda.