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Pero desde niña había comprobado que podía captar las emociones, ya que no los pensamientos, y sabía cuándo alguien mentía o decía la verdad. La última vez que vio a Derguín, encadenado en la mazmorra, lo encontró sinceramente desesperado, convencido de que lo había perdido todo. No, él no la había engañado, del mismo modo que ella no engañaba a Agmadán al asegurarle que no sabía nada.

Lo que suscitaba otras preguntas. ¿Qué había ocurrido? ¿Quién o qué había ayudado a Derguín a recuperar la Espada de Fuego?

Agmadán llevaba un rato callado, mirando al suelo y moviendo la cabeza a los lados como si discutiera con una presencia invisible. Cuando un criado le trajo una copa de oro con vino tinto fresco, hizo ademán de rechazarla. Pero luego cambió de opinión, chasqueó los dedos para que le volviera a traer la copa, la vació de un trago y le ordenó que se la llenara de nuevo.

– Es posible que no lo supieras, que ese tipejo lograra engañarte a ti como hizo con los demás -dijo por fin.

No es necesario que le insultes, pensó Neerya. Pero prefirió no avivar más la cólera del politarca.

– Es tal como te he dicho.

– ¡Pero no puedes negar que te alegras! ¡Lo veo en tu cara! ¡Te alegras de que me haya dejado en ridículo!

– Lo que ocurra dentro de mi corazón es asunto mío.

– ¡Juraste pertenecerme sólo a mí, puta!

Neerya no soportaba la vulgaridad ni la grosería, y ahora fue ella quien estalló. De un palmetazo, arrancó la copa de la mano de Agmadán y derramó el vino en el suelo.

– ¡Pero no juré olvidarme de él! ¡Ningún juramento puede domar los recuerdos!

Agmadán levantó el brazo derecho para abofetearla. En vez de eludirlo, Neerya se acercó más, y casi le escupió en la cara al decir:

– ¡Adelante! ¡Pégame! ¡Ya sabes que también te juré otra cosa!

Pocos días después de que la Rauda se llevara a Derguín de Narak, Agmadán se enojó con Neerya por una simple mirada que le pareció insolente, la agarró del pelo y le propinó dos guantazos. Ella se libró de él y corrió hasta la balaustrada que había junto a la piscina, se subió a ella, sacó las piernas fuera, colgando sobre el abismo, y dijo:

– Por el voto que hice, no puedo tomar represalias contra ti. Pero si vuelves a ponerme la mano encima, juro por todos los demonios del Prates y el inframundo que me tiraré desde aquí.

Agmadán tragó saliva recordando aquello.

– Juramentos, juramentos… Ya que los sacas a colación, te recordaré a qué te obligan los tuyos. ¡Ve a la alcoba y espérame allí!

9 DE BILDANIL DEL AÑO 1002 DE TRAMÓREA

PASONORTE

A media mañana, el grueso de la Horda Roja ha llegado a la región conocida como Pasonorte, limitada al este por los montes Crisios, al oeste por las nevadas montañas de Atagaira, al sur por la planicie de Malabashi y al norte por el fértil país de Abinia. La vanguardia, formada por trescientos jinetes, alcanzó su destino tres días antes. En lugar de tomar el desvío al este que nos acercó a los demás a las inmediaciones de Atagaira, los exploradores cabalgaron en línea recta hacia el norte, atravesando con meritorios sacrificios un vasto y árido pedregal.

A nuestra llegada, dichos ojeadores nos informaron de que en la comarca de Pasonorte existen una ciudad digna de tal nombre, tres villas y una docena de aldeas. Todas ellas, a partir de ahora, pertenecen al feudo de la Horda Roja, según cédula concedida y firmada por la Divina Samikir, reina de Malib, que por propia voluntad acompaña graciosamente a nuestra expedición, junto con el noble Urusamsha-go-Bazu. Aunque por el campamento han corrido rumores de que ambos son en realidad rehenes, este cronista, por orden expresa del general en jefe de la Horda Roja, tah Kratos, desmiente aquí tal infundio.

Tah Kratos no desea desalojar a los habitantes de las mencionadas poblaciones ni, por el momento, mezclar a los Invictos con ellos. En el extremo occidental de Pasonorte, en las últimas estribaciones de los montes Crisios, hay una ciudad en ruinas que fue destruida por un terremoto en el año 923. Las crónicas de la época cuentan cómo días antes de la catástrofe se percibía en las calles un olor fétido, similar a los efluvios mefíticos que se captan cerca de ciertas ciénagas, y cómo desaparecieron misteriosamente todos los insectos, sabandijas y alimañas de los alrededores. El terremoto se produjo de noche y, según algunos supervivientes, se abrió en el centro de la ciudad una abismal grieta de la que brotaron unos monstruosos tentáculos de lodo que recorrieron las calles, derribaron edificios, atraparon a decenas de vecinos y los arrastraron a las profundidades.

Como fuere, la ciudad de Tolkar, pues tal era su nombre, no volvió a ser habitada desde entonces. Pero tah Kratos y los oficiales de su estado mayor han considerado que, puesto que se eleva más de cien metros sobre las tierras de Pasonorte y domina la región, se trata de un enclave asaz apropiado para que la Horda asiente aquí sus reales. Las ruinas se hallan en un estado no mucho menos calamitoso que las de Nidra, pero, tomando en cuenta la fuerza de trabajo de la Horda, los sueldos que gracias al botín arrebatado a los Aifolu se pueden pagar a los lugareños, la cantidad de materia prima disponible en el propio lugar y las condiciones del clima de Pasonorte, este humilde cronista calcula que la reparación de las murallas, menester el más urgente de todos, podrá terminarse en tres meses, y la del resto de la ciudad en un máximo plazo de un año, un mes y dos semanas, tres días arriba, tres días abajo.

Por el momento, la Horda Roja se ha instalado en las ruinas de Tolkar, y

el estandarte de nuestro orgulloso narval ondea en el único torreón que permanece intacto, sobre el baluarte meridional. Hoy, 9 de Bildanil, se han llevado a cabo los rituales deprecatorios para propiciarse a los espíritus de los antiguos moradores de la ciudad, y también se han ofrecido sacrificios a la gran estatua de Anfiún que, milagrosamente, se ha encontrado intacta entre los escombros de un templo. También se ha procedido a cambiar el nombre de la ciudad, para lo cual se ha votado en asamblea formal de guerreros. Algunos nostálgicos han propuesto el nombre de Mígranz. Otros, llevados por la admiración a nuestro nuevo general, que no por vulgar adulación, han sugerido llamarla Kratine, Kraturia u otras variantes, cada uno ateniéndose a las reglas de su propio idioma. Tah Kratos, de natural modesto y discreto, se ha negado a que la nueva capital de la Horda Roja lleve su nombre y ha propuesto, tras consultar al joven erudito Mikhon Tiq, versado en lenguas del pasado, que sea conocida como Nikastu, que en el idioma de los Arcanos significa «ciudad de la victoria».

La moción ha sido aprobada por aclamación. Así termino esta entrada del diario oficial de la Horda Roja hoy, 9 de Bildanil, en la ciudad refundada de Nikastu. De lo que queda constancia con mi firma y con la de tah Kratos, general en jefe de los gloriosos Invictos.

AHRI DE ÁTTIM, Diario de la Horda Roja

Mientras a más de mil kilómetros de distancia Neerya se tumbaba boca arriba en el lecho y se dejaba hacer pensando en el hombre al que amaba, éste se retorcía las manos, tratando de aliviar la torturante comezón que le producía la ausencia de la Espada de Fuego.

– Deberías comer, tah Derguín. Así al menos tendrías algo en que entretener los dedos -le dijo Kybes.

Estaban sentados en El Mirador de Nikastu, la primera taberna de la joven ciudad, inaugurada por Gavilán. El capitán de la compañía Terón no había perdido el tiempo. «Es la primera noche en nuestra nueva ciudad», había dicho, «y sería de muy mal agüero que no la celebráramos con una buena borrachera.» Por el momento, las paredes de la cantina, allí donde las había, no levantaban más de un metro del suelo, pues el lugar que había elegido Gavilán era un solar donde antes del terremoto debió levantarse una mansión señorial.

Según explicaba a la clientela mesa por mesa, Gavilán había escogido aquel lugar por las vistas: el solar se hallaba en la parte norte de la ciudad, en una elevación que superaba incluso la altura de la muralla. Desde allí se divisaban las llanuras de Abinia y el aire que soplaba era fresco. Tal vez en exceso. Entraba el otoño y el viento venía del norte, donde el clima era más húmedo y menos cálido que en la tórrida Malabashi.