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El Mazo le contó cómo los «machos» del harén de Acruria habían desnudado a Ariel para tirarla a la piscina, si bien pasó de puntillas sobre la clase de actividades en las que andaba enfrascado él mientras eso ocurría. Cuando se descubrió que Ariel era una niña, se había organizado un buen barullo. El Mazo había quitado de en medio a dos guardianas, Falfar y Biariya, de un modo bastante expeditivo. Biariya murió más tarde por el golpe, pero Falfar se salvó.

– No era lo que aseguraba Ziyam. Según ella, mataste a las dos guardianas.

– Pues no fue así.

Cuando estaba negociando con Ziyam para que les dejara salir con vida del harén, El Mazo cometió el error de darle la espalda. Recordaba que ella lo había apuñalado una vez y, cuando estaba perdiendo el conocimiento, notó vagamente otro pinchazo.

– Lo sorprendente es que yo vi tu cadáver.

– ¿Seguro?

– ¿Cuántos osos barbudos de dos metros y tan feos como tú crees que puede haber en toda Tramórea?

– Sería yo, pero no estaba muerto.

– Evidentemente. Por eso he pensado en el veneno de los inhumanos.

– Muy listo. Se nota que eres hombre de lecturas.

– Esta vez no han sido mis lecturas, sino mi experiencia. Después de tu supuesto entierro, cuando estábamos en Iyam, los Fiohiortói le clavaron a Ariel sus espinas y la dejaron paralizada. Al principio creí que había muerto, porque tenía el cuerpo helado y no le notaba la respiración ni pegándole la oreja a la boca.

El Mazo contuvo el aliento un instante.

– Pero…

– Se salvó, no te preocupes. -Para robarme a mí la espada, añadió mentalmente, pero de eso ya hablarían luego-. ¿Cómo te metió el veneno en el cuerpo exactamente? ¿Untó en él un puñal?

El Mazo se volvió hacia él y le mostró una marca roja en el hombro izquierdo, por encima de la clavícula. Parecía un pinchazo.

– Di cómo me lo mete, porque lleva haciéndolo constantemente desde entonces. Esa furcia siempre lleva encima una especie de estilete. En realidad es una empuñadura en la que encastra una espina de inhumano.

Derguín abrió los dedos y los separó unos diez centímetros.

– Las espinas de inhumano son así de largas. No parecen un arma tan impresionante. Además, a Ariel le clavaron cinco y despertó al amanecer.

– Ziyam tiene una buena provisión de espinas de un palmo de largo -dijo El Mazo, abriendo bien la mano para mostrar la longitud-. Se las arrancan a los machos más grandes. Por lo que me contó, le cuestan un buen dinero. Atrapar a uno de esos machos es más peligroso que cazar un jabalí a pedradas.

Derguín silbó entre dientes.

– Un palmo de los tuyos. No es ninguna menudencia.

– La pelirroja tuvo la amabilidad de enseñarme una de esas espinas de cerca antes de clavármela. No están untadas de veneno como yo creía.

– Ya. Tienen un agujerito muy pequeño en la punta, y el veneno…

– ¿Quién está contando la historia, tú o yo?

– Perdona. Sigue, por favor.

– El veneno está dentro de la espina. Cuando los inhumanos disparan esos dardos, fffut, fffut-El Mazo acompañó su onomatopeya con un rápido movimiento de los dedos-, hay una especie de bolsita dentro de la parte posterior de la espina que cuando choca con algo revienta, lanza el veneno por el agujero y lo eyacula dentro de su víctima.

– Lo inocula -le corrigió Derguín, conteniendo una carcajada.

– Lo que tú digas. Para hacer lo mismo, Ziyam tiene que asestar un buen golpe con ese estilete, no vale tan sólo con pinchar la piel. ¡Y mira que lo disfruta la muy puta!

– ¿Cuántas veces te ha inoculado ese veneno?

– He perdido la cuenta.

El Mazo le explicó que en su primer despertar tras su supuesto fallecimiento se encontró encadenado a una cama de piedra, fuera del harén. La alcoba que describió era como todas las de Acruria, de paredes talladas en la roca; no obstante, por la descripción de los relieves Derguín supuso que no era la de Ziyam. Lógico por otra parte, ya que tras su intento simultáneo de regicidio y matricidio la princesa estaba muy vigilada.

– Ziyam me contó que Ariel y tú me habíais visto en un ataúd y que os habíais ido al país de los inhumanos convencidos de que yo estaba muerto. «Da igual», me dijo Ziyam, «porque no van a regresar vivos de allí.» Yo le contesté que no te conocía bien.

– ¡Gracias por tu fe en mí!

– De todos modos, la zorra pelirroja me dijo que me iba a conservar con vida por si volvías, para tener algo con lo que chantajearte. Por si le hacía falta.

– Es una mujer práctica y utilitaria. Eso hay que reconocérselo.

– A mí, desde luego, me utilizó a conciencia.

Esta vez fue Derguín quien se detuvo y se quedó mirando a su amigo de hito en hito.

– ¿Cómo has dicho?

– ¿Hace falta que te lo explique? Ella me… ¿Por qué pones esa cara? No me digas que a ti también te…

– Sí, a mí también me.

El Mazo soltó una carcajada.

– Vaya, pues eso no me lo contó.

Derguín siguió caminando y apretó el paso. A sabiendas de que era ilógico, le había invadido un absurdo ataque de celos. Ziyam podía resultar taimada y malvada como una serpiente, pero no dejaba de ser princesa y ahora reina de Atagaira, amén de una mujer bellísima. Aunque haber hecho el amor con ella le hubiese acarreado muchos inconvenientes, era algo que mentalmente guardaba entre los trofeos que había conquistado sólo gracias a ser Zemalnit. ¡Y ahora resultaba que Ziyam también se había acostado con ese oso velludo de las Kremnas!

Otrosí, Derguín había tenido más de una ocasión de ver al Mazo desnudo y no le hacía gracia que pudieran establecerse ciertas comparaciones.

– ¿Y cómo has acabado en Narak? -preguntó por cambiar de tema cuanto antes.

– Eso es lo que me gustaría saber. Sé que me sacaron de Atagaira para llevarme a una batalla, pero la pelirroja sólo me dejaba despierto el tiempo suficiente para darme de comer y, si le apetecía, para ponerse en…

– Ya sé a qué te refieres. Sigue.

– No hacía más que clavarme esas malditas espinas. Normalmente aquí. – El Mazo se frotó los glúteos-. Debo tener el culo como un alfiletero. Los pocos ratos que me despertaba, me sentía tan mareado como si me hubiera bebido un barril de cerveza. Al final, no sabía ni dónde estaba ni quién ganó esa batalla ni nada.

– ¿Y del viaje hasta aquí recuerdas algo?

El Mazo sacudió la cabeza.

– A veces creí que me despertaba, pero no debía ser cierto, porque soñaba que navegaba por un túnel oscuro y oía susurros y salpicar de agua. Llegué a pensar que a fuerza de pinchazos la pelirroja me había matado de verdad y estaba en el inframundo.

Después de subir algunas rampas y escaleras agrietadas, sorteando cascotes, rescoldos humeantes y restos que podrían ser cuerpos humanos abrasados, habían llegado al lugar que buscaba Derguín. De los hermosos jardines de Orbine no quedaban más que unos troncos calcinados y un manto de ceniza gris que la víspera debió ser hierba fresca. Al menos, por la fuente que brotaba del saliente del acantilado seguía manando agua. Derguín acercó las manos con precaución. Estaba más caliente de lo que esperaba, pero parecía limpia. Primero bebió y luego metió la cabeza bajo el caño y se lavó lo mejor que pudo. Cuando terminó, El Mazo le separó los pelos para buscar la herida.

– Bah, un rasguño sin importancia. ¿Cómo te lo has hecho?

Derguín se incorporó. No sabía muy bien cómo explicárselo.

– Creo que deberíamos seguir cierto orden temporal. Mejor será que termines de contarme tú y luego hablo yo. ¿Qué pasó cuando te despertaste?