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El protocolo del interrogatorio del jefe de Yeriómina, el director general de la empresa, hacía constar: Vica bebía mucho pero acudía al trabajo sin falta. Naturalmente, a veces salía con alguna extravagancia, como no podía ser menos tratándose de una alcohólica. Por ejemplo, podía marcharse fuera dos o tres días en compañía de un hombre desconocido. Pero aun en estos casos Yeriómina nunca olvidaba pedirle permiso a su jefe, al cual le explicaba sin inhibiciones para qué necesitaba esos dos o tres días. Últimamente se la veía muy cambiada, se había vuelto taciturna, imprevisible, a menudo sus respuestas no tenían nada que ver con las preguntas que se le hacían, o se quedaba con la mirada clavada en el vacío sin oír lo que se le decía. Daba la impresión de padecer alguna enfermedad grave.

Protocolo del interrogatorio de Borís Kartashov, novio de Yeriómina: «Estoy absolutamente convencido de que Victoria estaba enferma. Hace un mes más o menos concibió la idea de que alguien se conectaba con ella por radio y le robaba sus sueños. Intenté convencerla para que consultase con un psiquiatra pero se negó en redondo. Entonces, por iniciativa propia, hablé con un médico, el cual expresó su certidumbre de que Vica padecía psicosis aguda y debía ser hospitalizada de inmediato. Pero Vica desoyó mis consejos. A veces se portaba con una ligereza extrema, entablaba amistad con gente que no conocía de nada e intimaba con sujetos sospechosos, sobre todo en períodos de borracheras prolongadas. A veces desaparecía durante varios días para pasarlos con el amante del momento. Un viaje de trabajo me obligó a salir de Moscú el 18 de octubre, regresé el día 26 y me puse a buscar a Victoria, temiendo que, dada su enfermedad, pudiese haberle ocurrido una desgracia. No tenía noticia de que pensara marcharse fuera. No me había dejado mensaje alguno.»

Protocolo del interrogatorio de Olga Kolobova, amiga de Yeriómina: «Conozco a Vica de toda la vida, nos hemos criado juntas en un orfanato. Por supuesto, también conozco a Borís Kartashov. Hace un mes aproximadamente, Borís me dijo que Vica estaba enferma, obsesionada con la idea de que alguien utilizaba la radio para robarle sus sueños. Borís me pidió que hablara con Vica, que la convenciera de que tenía que consultar a un médico. Vica dijo que ni hablar, que se encontraba perfectamente bien. Cuando le pregunté si era cierto lo que le había contado a Borís, que alguien le robaba los sueños, confirmó que así era. Hablé con Vica por última vez la noche del 22 de octubre, la llamé a casa alrededor de las once. Quedamos en vernos el domingo. No he vuelto a ver a Yeriómina o a hablarle.»

Protocolo del interrogatorio del doctor en medicina Máslennikov, médico psiquiatra consultado por Kartashov: «Sí, hace dos o tres semanas, a mediados de octubre, Borís Kartashov me pidió opinión sobre el estado de una amiga suya que manifestaba ciertas ideas fijas. Los síntomas que me describió permitían concluir que la joven estaba a punto de sucumbir a un trastorno gravísimo y debía ser ingresada sin tardanza. Estados similares al suyo son conocidos bajo el nombre de síndrome de Kandinsky-Clerambault. Los enfermos afectados por una psicosis aguda pueden ser extremadamente peligrosos, ya que empiezan a oír voces y esas voces pueden ordenarles cualquier cosa, hasta matar a un transeúnte anónimo. Esos enfermos corren igualmente el riesgo de ser víctimas de un crimen, debido a su incapacidad de valorar correctamente las situaciones, sobre todo si en ese momento interviene la voz para darles un "consejo". Le expliqué a Kartashov que no se podía ingresar a su amiga sin el consentimiento de ésta, a menos que sus problemas psíquicos afectasen su comportamiento de forma grave y quedase detenida por la policía. Kartashov me contó que se negaba categóricamente a dejarse examinar por un especialista y que creía gozar de buena salud. Lamentablemente, en casos así, uno no puede hacer nada, ya que la hospitalización forzosa está reservada, como ya he dicho, a conductas anómalas que fuercen la intervención de la policía.»

Había unos cuantos protocolos más que incluían las declaraciones de los empleados de la empresa donde trabajaba Yeriómina, así como las de los amigos de la víctima y de Kartashov. Estos protocolos no le descubrieron a Nastia nada nuevo. Luego vio una hoja con la lista de locales, junto con sus direcciones, donde Victoria acostumbraba a acudir a tomarse un trago. La lista llevaba grapados seis informes según los cuales en el período del 23 de octubre al 1 de noviembre en aquellos locales nadie había visto a Yeriómina. Faltaban por comprobar dos direcciones más.

Nastia cerró el expediente y miró a Olshanski. El juez, sentado de espaldas a Nastia y encorvado sobre una silla incómoda, escribía rápidamente a máquina.

– ¡Konstantín Mijáilovich! -le llamó.

El hombre se volvió hacia ella con brusquedad, empujando con el codo una pila de papeles que se erguía sobre la mesa. Los documentos se desparramaron por la mesa y algunos cayeron al suelo. Sin embargo, a Olshanski su propia torpeza no pareció preocuparle lo más mínimo.

– Dime -contestó con calma, como si nada hubiera ocurrido, mientras se quitaba las gafas y con saña frotaba sus cristales con los dedos.

– Tengo que hacerle tres preguntas. Una tiene que ver con el caso y las otras dos no.

– Empieza por las que no tienen que ver con el caso -dijo el juez, campechano, ladeando la cabeza como lo hacen los pájaros y frotándose el puente de la nariz.

Como todos los miopes, sin las gafas parecía desorientado e indefenso. Se había producido un cambio imperceptible, y de pronto Nastia se dio cuenta de que Olshanski tenía un rostro sorprendentemente bello y unos ojos bordeados por pestañas largas como las de una muchacha. Los gruesos cristales de sus gafas de miope le empequeñecían los ojos, y la montura, mil veces rota y remendada, manchada por el pegamento, afeaba al juez hasta volverle irreconocible.

– ¿Le alcanza su sueldo?

– Según para qué -respondió Olshanski encogiéndose de hombros-. Para no morirme de hambre en un arroyo, para esto sí que alcanza, hasta me sobra. Pero para sentirme a gusto, en absoluto.

– ¿Qué es para usted «sentirse a gusto»? -siguió indagando Nastia.

– ¿Para mí personalmente? ¡Tienes un morro, Kaménskaya! Te lo diré y tú me meterás los dedos en la boca. Querrás que te cuente cuáles son mis gustos, aficiones, pasatiempos favoritos, problemas familiares y sabe Dios qué más. ¿A qué viene esto? ¿Qué eres, mi madrina, mi hermana, mi mejor amiga? Pasa a la segunda pregunta.

El juez le había contestado con malos modos, sin disimularlos, pero, al mismo tiempo, con una amplia sonrisa en los labios que dejaba a la vista una dentadura sana y deslumbrante. No había manera de comprender si estaba enfadado o bromeaba.

– No le agrada que yo lleve el caso de Yeriómina en vez de Lártsev, ¿verdad?

La sonrisa de Olshanski se hizo más amplia aún pero tardó en contestarle.

– Me gusta trabajar con Volodya, es un profesional de primera, un gran especialista. Le tengo una enorme simpatía. Disfruto cuando me toca tratar con él, disfruto como juez de instrucción y como ser humano. En lo que se refiere a ti, Anastasia, no había trabajado contigo nunca y apenas te conozco. Gordéyev prodiga elogios sobre ti pero para mí son un sonido hueco. Acostumbro a formar mi propia opinión de la gente. ¿Estás satisfecha con mi respuesta?

– A decir verdad, no. Pero ¿no habrá otra?

– No.

– Entonces, la pregunta número tres: ¿dónde está aquel empresario que acompañó a Yeriómina hasta su casa el viernes 22 de octubre, después del banquete?

– Desgraciadamente, se marchó a casa, a Holanda. Pero todo indica que nunca entró en el piso de Yeriómina. ¿Has leído el protocolo del registro del piso?