– «Asesino. Un hombre que asesina a una mujer debería ser condenado a muerte.» No he sido capaz de seguir escuchando. Creo que iba bebido.
– Será mejor que no le deis importancia -les advirtió Yoriko antes de encaminarse hacia el salón.
Maki se quedó allí plantada, observando el teléfono.
– Mamá, ¿ha habido más llamadas como esta? -Yoriko enmudeció ante la pregunta-. ¿Por qué no nos lo contaste?
Mamoru, inmóvil, miraba sucesivamente a madre e hija. Maki prorrumpió en sollozos.
– ¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¡No es justo!
– Pues las lágrimas no solucionarán nada -le reprendió Yoriko.
– Cuando fui al trabajo, el jefe de mi departamento me convocó en su despacho y me enseñó la noticia del periódico. Sabía que se trataba de papá.
– ¿Y qué? -espetó Yoriko con semblante grave-. ¿Acaso te van a despedir por ello?
– No, no dijo nada parecido. Pero todos están al tanto de lo que ha sucedido. Que si es cierto que se saltó un semáforo en rojo… Que si lo van a meter en la cárcel… -Maki se mordió el labio; las lágrimas le perlaban el rabillo de los ojos-. Apuesto a que pasó lo mismo contigo, Mamoru. A ver, cuéntanos lo que has tenido que aguantar en el instituto. ¡La gente no tiene corazón! -vociferó y salió corriendo hacia su habitación en la que se encerró de un portazo.
Mamoru se volvió hacia su tía.
– A partir de ahora yo responderé al teléfono.
Yoriko miró de reojo a su sobrino y le lanzó una débil sonrisa.
– Tú ya tienes bastante… No quiero que cargues con nada más. -De súbito, como si acabara de tener una revelación, se volvió hacia él-. Tras la desaparición de tu padre, tuviste que soportar este tipo de humillaciones, ¿verdad?
«No tienes ni idea», pensó Mamoru, pero las palabras que pronunció fueron bien distintas.
– No lo sé. Era demasiado pequeño como para comprender lo que me decían los demás.
El teléfono sonó dos veces más en el transcurso de la hora siguiente. La primera llamada, de una mujer algo fuera de sus cabales que despotricó sobre la inseguridad vial. La segunda, sin embargo, era tan singular como escalofriante.
– Me habéis hecho un favor al encargaros de Yoko Sugano. -Una voz algo afónica y agitada-. Hablo en serio. Gracias por asesinarla. Se lo estaba buscando. -El anónimo colgó antes de que Mamoru pudiese articular palabra.
Hacia las once de la noche, hubo otra llamada. Mamoru respondió con una voz que esperó sonara amenazante.
– ¡Si no cambias el tono, jamás te echarás novia! -Era Anego.
Mamoru se echó a reír y se disculpó.
– Te agradezco de veras lo que has hecho hoy.
– ¿Te refieres a lanzar a la basura ese artículo? No ha sido para tanto. Te llamo porque tengo algo que decirte. Después de clase fui a por Miura para cantarle las cuarenta. Y resulta que, según él, no ha sido obra suya. Dice que tiene una coartada.
– ¿Una coartada?
– Esta mañana llegó tarde, como de costumbre, ¿no? Pues bien, cuando se disponía a entrar en clase, le sorprendió un profesor. Dice que no tuvo tiempo de colgar nada en el tablón ni de escribir lo que fuera en la pizarra. Y añade que el profesor puede confirmarlo. No sé a quién pretende engañar ese gilipollas.
Mamoru era todo oídos. Apreciaba la franqueza de Anego, aunque le sorprendió la brusquedad de su lenguaje.
– Si no fue él, ha tenido que ser uno de sus compinches. ¿Qué más da? Anego, quiero que te mantengas al margen. ¿Para qué echar leña al fuego? El tipo ya echa chispas solo.
– No te preocupes, Miura no va a tomarla conmigo. Pero qué extraño, ¿no? -Anego estaba absorta en sus cavilaciones-. Miura no es un chico feo. Yo diría incluso que es atractivo. A las chicas les gustan los chicos como él. Juega al baloncesto y es el titular más joven del equipo. Aparte, sus notas no están del todo mal. Entonces, ¿por qué la toma con los que están pasando por un mal momento?
– ¡Yo qué sé! Estará enfermo. Es mejor pensar eso.
– Sí, o puede que tenga algún tipo de complejo. -añadió Anego antes de dar las buenas noches y colgar.
Tenía razón, pensó Mamoru. Miura debía de esconder algo. Un padre que trabajaba en una gran compañía de seguros, una familia pudiente… «Debe de ser la avaricia», imaginó. Lo tenía todo, pero era uno entre tantos otros privilegiados. Quizás el único modo de sentirse superior a los demás fuera pisotearlos un poco. Para Miura y un sinfín de chicos de la misma especie, el camino para alcanzar la felicidad ya no consistía en acumular riquezas sino en arrebatárselas a los demás.
En algún momento pasada la medianoche, la discusión se reanudó con fuerza entre Maki y Yoriko. Mamoru, solo en su cuarto, constató cómo las voces que ascendían por la escalera se hacían cada vez más audibles.
– ¡No me lo puedo creer! -gritó Maki a su madre entre sollozos. Su voz se ahogó al final de la frase-. ¿Cómo puedes hablar así de papá? ¿Me estás diciendo que crees que sería capaz de hacer algo así?
– Esto es entre tu padre y yo. No tengo nada más que añadir. -Yoriko también estaba gritando pero, de algún modo, parecía más serena que Maki-. No sé si tu padre es responsable. De todos modos, tanto da lo que yo crea. ¡He sido la esposa de un taxista desde que ibas en pañales! Sé mucho más que tú sobre lo que implica o deja de implicar un accidente.
– Papá nunca se saltaría un semáforo en rojo, atropellaría y mataría a alguien y después lo negaría.
– ¿Y quién dice lo contrario?
– ¡Si acabas de insinuarlo! Pretendes presentar tus disculpas ante los padres de esa chica y dejar el asunto zanjado. ¡Es como si admitieses su culpabilidad!
– ¡No sabes lo que dices! -Mamoru oyó un ruido sordo: el puño de Yoriko golpeando la mesa-. Una chica ha muerto. No hay nada vergonzoso en dar nuestro pésame a la familia. No dejo de repetírtelo una y otra vez: ¡esto también es por el bien de tu padre!
– No estoy de acuerdo -Maki seguía en sus trece-. Jamás te perdonaré por comprometerte de este modo.
Pues allá tú -contestó Yoriko. Enmudeció unos segundos antes de retornar la palabra con voz temblorosa-: Maki, insistes en que solo piensa? en tu padre, pero ¿realmente has considerado qué significa contar con antecedentes penales? ¿No te preocupa lo que pueda decir la gente? Si quieres mi opinión, me parece algo egoísta por tu parte.
Silencio.
Mamoru oyó a continuación que su prima rompía a llorar, enfurecida, mientras subía corriendo la escalera. El portazo que retumbó después de que entrara en su habitación selló el silencio de la casa.
Unos diez minutos más tarde, Mamoru se asomó al pasillo y se encaminó hacia el cuarto de Maki. Llamó a la puerta, pero no hubo respuesta.
¿Maki? -susurró su nombre y entreabrió la puerta. Su prima, sentada en la cama, escondía la cara entre las manos.
Me da igual que sea mi madre -sollozó-. Una ha de saber cuándo morderse la lengua.
Mamoru se inclinó contra la puerta y la observó sin mediar palabra.
¿Acaso he dicho alguna barbaridad? -preguntó ella.
No, por supuesto que no.
Entonces, ¿por qué…?
Porque ella tampoco lo ha hecho.
Maki se retiró el pelo de la cara y alzó la mirada.
¿Cómo puedes ponerte del lado de las dos?
Es que ambas tenéis razón -sonrió el chico.
¿Qué opinas tú, Mamoru?
Estoy seguro de que el tío Taizo no sería capaz de cometer un delito como ese.
No me refiero a mi padre, sino al tuyo. -Maki lo miró, aún tenía las mejillas empapadas.
Eso fue harina de otro costal. Mi padre sí tenía algo que reprocharse. La malversación de fondos es un delito grave.
Pero ¿consiguieron reunir pruebas contra él? ¿Demostraron su culpabilidad?
Mamoru asintió.
Debió de ser una pesadilla para ti.
Mamoru no respondió. No quería soltar toda la amargura acumulada a lo largo de esos dichosos años. ¿Podría contarle la verdad? ¿Podría explicar a su prima que la razón por la que nunca perdonaría a su padre nada tenía que ver con ese maldito dinero? Los abandonó, sencillamente. Prefirió no afrontar el peso de la ley y huyó como un cobarde. Dejó que fueran los que se quedaban atrás quienes asumieran las consecuencias de sus actos.