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– ¿Qué les apetece? -preguntó el posadero, un tipo alto y delgado, en cuanto nos hubimos sentado-. ¿Algo de beber? ¿Un surtido de quesos? También tenemos una deliciosa trucha al limón.

– Para mí, la trucha y los quesos -contestó Dal.

– ¿Y usted? -me preguntó el posadero.

– Yo también tomaré la trucha -contesté.

– Estupendo -dijo él frotándose las manos-. ¿Y para beber?

– Sidra -contesté.

– ¿Tiene tinto de Fallows? -preguntó Dal, vacilante.

– Sí -contestó el posadero-. Y permítame que le diga que es de un año muy bueno.

– Me tomaré una copa -dijo Dal, y me miró-. Supongo que una copa no alterará mucho mi criterio.

El posadero se marchó y me dejó a solas con Elxa Dal. Resultaba extraño estar sentado con él a una mesa. Me removí, nervioso, en el asiento.

– Bueno, ¿cómo va todo? -preguntó Dal con tono amistoso.

– Bastante bien -respondí-. Ha sido un buen bimestre, con excepción de… -Hice un gesto apuntando hacia Imre.

Dal chascó la lengua.

– Fue como volver a los viejos tiempos, ¿verdad? -Sacudió la cabeza-. Confraternización con Poderes Diabólicos. Madre mía.

El posadero regresó con nuestras bebidas y se marchó sin decir nada.

El maestro Dal levantó su copa de barro cocido y la sostuvo en alto.

– Brindemos por no ser quemado vivo por los supersticiosos -dijo.

Sonreí pese a mi turbación y levanté mi jarra de madera.

– Una tradición muy bonita -comenté.

Bebimos, y Dal dio un suspiro en señal de apreciación.

– Cuéntame -dijo mirándome desde el otro lado de la mesa-. ¿Has pensado ya qué vas a hacer cuando termines aquí? Es decir, cuando consigas tu florín.

– Pues no, no lo he pensado mucho -admití sinceramente-. Ese día parece todavía muy lejano.

– Con lo rápido que estás ascendiendo de categoría, quizá no esté tan lejos como crees. Ya eres Re'lar y solo tienes… ¿cuántos años tienes?

– Diecisiete -mentí sin ningún reparo. Era susceptible respecto a mi edad. Muchos estudiantes tenían casi veinte años cuando se matriculaban en la Universidad, y muchos más cuando ingresaban en el Arcano.

– Diecisiete -caviló Dal-. Es fácil olvidar ese detalle. Pareces mayor de lo que eres. -Con la mirada ausente, añadió-: Divina pareja, yo era un desastre cuando tenía tu edad. En los estudios, tratando de encontrar mi lugar en el mundo, con las mujeres… -Sacudió lentamente la cabeza-. Pero la cosa mejora. Espera tres o cuatro años y verás que todo se pone en su sitio.

Levantó su copa de cerámica en un brindis silencioso antes de volver a beber.

– Aunque no parece que tú tengas muchos problemas. Re'lar a los diecisiete. Eso es toda una señal de distinción.

Me ruboricé un poco, sin saber qué decir.

El posadero regresó y empezó a poner platos en la mesa. Una pequeña tabla con un surtido de quesos ya cortados. Un cuenco con pan tostado. Un cuenco de confitura de fresa. Un cuenco de mermelada de arándanos. Un platillo de nueces peladas.

Dal cogió una tostadita y un trozo de queso blanco y desmenuzado.

– Eres buen simpatista -afirmó-. Para una persona tan habilidosa como tú siempre hay oportunidades ahí fuera.

Extendí un poco de confitura de fresa sobre un trozo de pan con queso y me lo metí en la boca para tener tiempo para pensar. ¿Estaba insinuando Dal que quería que me concentrara más en el estudio de la simpatía? ¿Estaba insinuando que pensaba proponer que me ascendieran a El'the?

Elodin había sido quien había propuesto mi ascenso a Re'lar, pero yo sabía que no tenía que ser necesariamente él quien propusiera mi siguiente ascenso. A veces los maestros peleaban por algún alumno especialmente prometedor. Mola, por ejemplo, había sido secretaria antes de que Arwyl se la llevara a la Clínica.

– Me interesa mucho el estudio de la simpatía -dije, precavido.

– De eso no hay ninguna duda -dijo Dal componiendo una sonrisa-. A algunos de tus compañeros de clase les gustaría que no te interesara tanto, te lo aseguro. -Comió otro trozo de queso y continuó-: Sin embargo, tampoco es conveniente pasarse. ¿No fue Teccam quien dijo «Demasiado estudio perjudica al estudiante»?

– Creo que fue Ertram el Sabio -le corregí. Ese dato aparecía en uno de los libros que el maestro Lorren había escogido para que lo estudiáramos los Re'lar ese bimestre.

– En cualquier caso, es cierto -dijo él-. ¿No te has planteado tomarte un bimestre de descanso para relajarte un poco? Viajar, tomar el sol. -Volvió a beber-. Resulta chocante ver a un Edena Ruh tan poco bronceado.

No supe cómo responder a eso. Nunca se me había ocurrido tomarme unas vacaciones de la Universidad. ¿Adónde podía ir?

El posadero llegó con los platos de pescado, humeante y con un agradable aroma a limón y mantequilla. Ambos nos concentramos en la comida. Me alegré de tener una excusa para no hablar. ¿Por qué me felicitaría Dal por mis estudios, para luego animarme a abandonarlos?

Al cabo de un rato, Elxa Dal dio un suspiro de satisfacción y empujó su plato.

– Déjame contarte una pequeña historia -dijo-. Una historia que me gusta llamar «El Edena ignorante».

Levanté la cabeza al oír eso y seguí masticando lentamente el pescado que tenía en la boca. Me esforcé para mantener una expresión serena.

Dal arqueó una ceja, dándome pie a hacer algún comentario.

Como no dije nada, continuó:

– Erase una vez un arcanista muy instruido. Conocía todos los secretos de la simpatía, la sigaldría y la alquimia. Tenía diez docenas de nombres bien guardados en su cabeza, hablaba ocho lenguas y dominaba la caligrafía. En realidad, lo único que le impedía ser maestro era su escaso don de la oportunidad y cierta carencia de habilidades sociales.

Dal dio un sorbo de vino.

– Pues bien, ese hombre salió a perseguir el viento, con la esperanza de hallar fortuna en el ancho mundo. Y cuando iba por el camino de Tinué, llegó ante un lago que necesitaba cruzar.

Dal esbozó una amplia sonrisa.

– Por suerte, había un barquero Edena que se ofreció a pasarlo al otro lado. El arcanista, al ver que el trayecto duraría varias horas, intentó iniciar una conversación.

»"¿Qué opina -preguntó al barquero- de la teoría de Teccam de la energía como sustancia elemental y no como propiedad material?"

»E1 barquero contestó que nunca se había parado a pensar en ella. Es más, no tenía intención de hacerlo.

»"Pero supongo que su educación incluiría la Teofanía de Teccam", preguntó el arcanista.

»"Yo nunca tuve lo que usted llama una educación, señoría -repuso el barquero-. Y no reconocería a ese Teccam que me mienta aunque se me presentara para venderle agujas a mi esposa."

»Intrigado, el arcanista hizo algunas preguntas y el Edena admitió que no sabía quién era Feltemi Reis ni para qué servía un termógiro. El arcanista siguió interrogándolo durante una larga hora, al principio por curiosidad, y luego con consternación. El colmo fue descubrir que el barquero ni siquiera sabía leer ni escribir.

»"La verdad, señor -dijo el arcanista, horrorizado-, todo hombre tiene el deber de mejorarse. Un hombre sin el beneficio de la educación es poco más que un animal."

»Como podrás imaginar -dijo Dal, sonriendo-, después de eso la conversación no llegó muy lejos. Pasaron una hora sumidos en un silencio tenso, pero cuando empezaba a divisarse la orilla opuesta, estalló una tormenta. Las olas empezaron a zarandear la pequeña embarcación, haciendo crujir y gemir la madera.

»El Edena escudriñó las nubes y vaticinó: "Dentro de cinco minutos la situación se nos pondrá fea de verdad, y para luego un poco peor, antes de que despeje. Esta barca mía no aguantará la tormenta. Vamos a tener que recorrer a nado el último tramo". Y dicho eso, el barquero se quita la camisa y empieza a atársela alrededor de la cintura.