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»"Pero si yo no sé nadar", dice el arcanista.

Dal se terminó el vino, puso la copa boca abajo y la dejó con firmeza sobre la mesa. Hubo un momento de silencio expectante; Dal me miraba con una vaga expresión de autosuficiencia en la cara.

– No está mal -admití-. El acento Ruh estaba un poco exagerado.

Dal se dobló por la cintura con un rápido movimiento, imitando una reverencia.

– Lo tendré en cuenta -dijo; entonces levantó un dedo y me miró con complicidad-. Mi historia no está solo pensada para divertir y entretener, sino que también encierra una pizca de verdad en su interior, donde solo podrían encontrarla los alumnos más inteligentes. -Su expresión se tornó misteriosa-. Las historias contienen toda la verdad del mundo, ya lo sabes.

Esa noche les conté mi encuentro a mis amigos mientras jugábamos a las cartas en Anker's.

– Te está lanzando una indirecta, zoquete -dijo Manet, irritado. Habíamos tenido malas cartas toda la noche y habíamos perdido cinco manos-. Lo que pasa es que no quieres oírlo.

– ¿Me está insinuando que debería dejar de estudiar simpatía durante un bimestre? -pregunté.

– No -me espetó Manet-. Te está diciendo lo que yo ya te he dicho dos veces. Si te presentas a Admisiones este bimestre es que eres un idiota rematado.

– ¿Qué? -pregunté-. ¿Por qué?

Manet dejó sus cartas sobre la mesa con una calma exagerada.

– Kvothe. Eres un chico listo, pero te cuesta mucho escuchar las cosas que no quieres oír. -Miró a derecha e izquierda, donde estaban Wilem y Simmon-. ¿Por qué no intentáis decírselo vosotros?

– Tómate un bimestre de vacaciones -dijo Wilem sin desviar la mirada de sus cartas. Y añadió-: Zoquete.

– Es lo mejor que puedes hacer -coincidió Sim, muy serio-. La gente todavía habla del juicio. De hecho, no se habla de otra cosa.

– ¿Del juicio? -Me reí-. De eso ya ha pasado más de un ciclo. Lo que comentan es que me declararon inocente. Que me exoneraron ante la ley del hierro y del propio Tehlu misericordioso.

Manet dio un sonoro resoplido y bajó sus cartas.

– Habría sido mejor que te hubieran declarado culpable discretamente, en lugar de declararte inocente escandalosamente. -Me miró-. ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no acusaban a ningún arcanista de Confraternización?

– No -admití.

– Yo tampoco -dijo él-. Y eso significa que hace muchísimo tiempo. Eres inocente. Me alegro. Pero el juicio le ha dejado un ojo morado a la Universidad. Le ha recordado a la gente que aunque tú no merezcas que te quemen en la hoguera, quizá haya arcanistas que sí lo merezcan. -Sacudió la cabeza-. No te quepa duda de que los maestros están que se suben por las paredes. Todos, sin excepción.

– Y hay alumnos que tampoco están muy contentos -añadió sombrío Wil.

– ¡Yo no tengo la culpa de que se celebrara un juicio! -protesté, y luego rectifiqué un poco-. Bueno, no toda. Todo esto ha sido obra de Ambrose. El estaba entre bastidores, partiéndose de risa.

– ¿Y qué? -dijo Wil-. Ambrose ha tenido la precaución de no presentarse a Admisiones este bimestre.

– ¿Cómo? -pregunté, muy sorprendido-. ¿No va a presentarse a Admisiones?

– No -confirmó Wilem-. Se marchó a su casa hace dos días.

– Pero si no había nada que lo relacionara con el juicio -dije-. ¿Por qué se ha marchado?

– Porque los maestros no son imbéciles -terció Manet-. Os habéis estado gruñendo el uno al otro como perros rabiosos desde que os conocisteis. -Se dio unos golpecitos en los labios, con aire pensativo, adoptando una expresión de exagerada inocencia-. Ah, por cierto. ¿Qué hacías en El Pony de Oro la noche que se incendió la habitación de Ambrose?

– Jugar a las cartas -respondí.

– Ya, claro -dijo Manet con sarcasmo-. Lleváis un año lanzándoos piedras el uno al otro, y al final una de esas piedras le ha dado al nido del avispón. Lo único sensato que puedes hacer es correr hasta un lugar seguro y esperar a que pare el zumbido.

Simmon carraspeó tímidamente.

– Siento tener que unirme al coro -se disculpó-, pero circula el rumor de que te vieron comiendo con Sleat. -Hizo una mueca-. Y Fela me ha contado que ha oído decir que estabas… hummm… cortejando a Devi.

– Sabes perfectamente que lo de Devi no es verdad -dije-. Solo he ido a verla para hacer las paces. Durante un tiempo pareció que iba a comérseme vivo. Y con Sleat solo he hablado una vez. La conversación apenas duró quince minutos.

– ¿Devi? -exclamó Manet, consternado-. ¿Devi y Sleat? ¿Una expulsada y el otro algo peor? -Tiró sus cartas-. ¿Cómo te dejas ver con esa gente? ¿Cómo me dejo yo ver contigo?

– Venga, por favor. -Miré a Wil y a Sim-. ¿Tan grave es?

Wilem dejó sus cartas en la mesa.

– Mi previsión -dijo con calma- es que si te presentas a Admisiones, te pondrán una matrícula de por lo menos treinta y cinco talentos. -Miró a Sim y a Manet-. Me juego un marco de oro. ¿Alguien acepta mi apuesta?

Ninguno de los dos la aceptó.

Noté un tremendo vacío en el estómago.

– Pero esto no puede… -dije-. Esto…

Sim dejó también sus cartas, y compuso una expresión de gravedad que estaba fuera de lugar en su rostro, por lo general amable.

– Kvothe -dijo con formalidad-, te lo digo tres veces. Tómate un bimestre de vacaciones.

Al final comprendí que mis amigos me decían la verdad. Por desgracia, eso me dejaba completamente perdido. No tenía exámenes para los que estudiar, y empezar otro proyecto en la Factoría habría sido una estupidez. Ni siquiera me atraía la idea de buscar información sobre los Chandrian o sobre los Amyr en el Archivo. Llevaba mucho tiempo buscando y no había encontrado casi nada.

Le di vueltas a la idea de indagar en algún otro sitio. Había otras bibliotecas, por supuesto. En todas las residencias de nobles había al menos una modesta colección que contenía registros domésticos e historias de las tierras y la familia. La mayoría de las iglesias tenían exhaustivos archivos que se remontaban a cientos de años en los que se detallaban juicios, patrimonios y disposiciones. Lo mismo ocurría en cualquier ciudad de cierto tamaño. Los Amyr no podían haber destruido todo rastro de su existencia.

La parte difícil no era la investigación en sí. La parte difícil era conseguir acceso a esas bibliotecas. No podía presentarme en Renere vestido con harapos y cubierto de polvo del camino y pedir que me dejaran hojear los archivos del palacio.

Aquello era otro ejemplo de para qué me habría servido un mecenas. Un mecenas habría podido escribir una carta de presentación que me abriría todo tipo de puertas. Es más, con el apoyo de un mecenas, habría podido ganarme la vida decentemente mientras viajaba. En muchas ciudades pequeñas ni siquiera te dejaban tocar en la posada sin un título de mecenazgo.

Durante un año, la Universidad había sido el centro de mi vida. Ahora, enfrentado a la necesidad de marcharme, me sentía completamente perdido, y no tenía ni idea de qué podía hacer.

Capítulo 50

A perseguir el viento

Regalé mi ficha de admisiones a Fela y le dije que esperaba que le diera buena suerte. Y así terminó el bimestre de invierno.

De pronto, tres cuartas partes de mi vida desaparecieron sin más. Ya no tenía clases con las que ocupar mi tiempo, ni turnos en la Clínica que cumplir. No podía sacar materiales de Existencias, utilizar las herramientas de la Factoría ni entrar en el Archivo.

Al principio la situación no parecía muy grave. Las Fiestas del Solsticio de Invierno me proporcionaban una estupenda distracción, y sin la preocupación por el trabajo y el estudio tenía libertad para hacer lo que se me antojara y pasar todo el tiempo que quisiera en compañía de mis amigos.