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Entonces empezó el bimestre de primavera. Mis amigos seguían allí, pero estaban ocupados con sus estudios. Cruzaba el río muy a menudo. Seguía sin encontrar a Denna, pero Deoch y Stanchion siempre estaban dispuestos a compartir una copa y un poco de conversación.

También estaba Threpe, y aunque a veces me instaba a que fuera a cenar a su casa, me daba cuenta de que no lo decía con mucho entusiasmo. Mi juicio tampoco había gustado a la gente de ese lado del río, y todavía se comentaba. No volvería a ser bien recibido en ningún círculo social respetable hasta pasado mucho tiempo, o nunca.

Me planteé la posibilidad de marcharme de la Universidad. Sabía que la gente se olvidaría del juicio más deprisa si no me veía por allí. Pero ¿adónde podía ir? Lo único que se me ocurría era ir a Yll con la vana esperanza de ver a Denna. Pero sabía que eso no era más que un delirio.

Como no necesitaba ahorrar dinero para la matrícula, fui a saldar mi deuda con Devi, pero por primera vez no la encontré en su casa.

Pasé unos días muy nervioso. Incluso deslicé varias notas de disculpa por debajo de su puerta, hasta que me enteré por Mola de que Devi estaba de vacaciones y regresaría pronto.

Pasaban los días. Yo seguía sin hacer nada mientras, poco a poco, el invierno se retiraba de la Universidad. Ya no se formaba escarcha en las esquinas de los cristales de las ventanas, los ventisqueros se reducían y en los árboles empezaron a aparecer los primeros brotes. Llegó el día en que Simmon alcanzó a ver la primera pierna desnuda bajo la ondulación de un vestido, y declaró oficialmente inaugurada la primavera.

Una tarde, mientras estaba sentado bebiendo metheglin con Stanchion, Threpe entró por la puerta rebosante de entusiasmo. Me agarró por el brazo y me llevó a un reservado del segundo piso; parecía que fuera a estallar si no soltaba pronto la noticia que traía.

Entrelazó las manos encima de la mesa.

– Como no hemos tenido mucha suerte buscándote un mecenas por los alrededores, empecé a echar mis redes un poco más allá. Está muy bien tener un mecenas cerca. Pero si cuentas con el apoyo de un noble muy influyente, en realidad no importa dónde resida.

Asentí. Mi troupe había deambulado por los cuatro rincones bajo la protección del nombre de lord Greyfallow.

– ¿Has estado alguna vez en Vintas? -me preguntó Threpe sonriendo.

– Es posible -contesté. Al ver su expresión de perplejidad, expliqué-: De pequeño viajé bastante. No recuerdo si alguna vez llegamos tan al este.

Asintió.

– ¿Sabes quién es el maer Alveron?

Lo sabía, pero era evidente que Threpe se moría de ganas de decírmelo él mismo.

– Creo que recuerdo algo… -dije con vaguedad.

– ¿Conoces la expresión «más rico que el rey de Vint»? -me preguntó sonriendo.

Afirmé con la cabeza.

– Pues es él. Sus tatarabuelos fueron los reyes de Vint, antes de que se impusiera el imperio convirtiendo a todos a la ley del hierro y al Libro del camino. Si no llega a ser por unos cuantos caprichos del destino una docena de generaciones atrás, los Alveron serían ahora la familia real de Vintas, y no los Calanthi, y mi amigo el maer sería el rey.

– ¿Tu amigo? -dije con interés-. ¿Conoces al maer Alveron?

Threpe hizo un gesto vacilante.

– Llamarlo amigo quizá sea exagerar un poco -admitió-. Mantenemos correspondencia desde hace unos años, intercambiamos noticias de nuestros diferentes rincones del mundo y nos hacemos algún que otro favor. Sería más apropiado decir que somos conocidos.

– Un conocido excepcional. ¿Cómo es?

– Sus cartas son muy educadas. Nunca se da importancia, pese a que su rango es superior al mío -dijo Threpe con modestia-. Lo único que le falta para ser rey es el título y la corona. Cuando se formó Vintas, su familia se negó a renunciar a sus plenos poderes. Eso significa que el maer tiene autoridad para hacer prácticamente todo lo que puede hacer el propio rey Roderic: conceder títulos, reclutar un ejército, acuñar moneda, recaudar impuestos…

Threpe agitó bruscamente la cabeza.

– Me estoy yendo por las ramas -dijo, y empezó a buscar en sus bolsillos-. Ayer recibí una carta suya.

Sacó un trozo de papel, lo desdobló, carraspeó y empezó a leer:

– «Sé que vives rodeado de poetas y músicos y yo necesito a un joven con elocuencia. Aquí, en Severen, no encuentro a nadie adecuado. Y si tengo que decir la verdad, preferiría al mejor.

»Por encima de todo debe tener don de palabra; quizá me convendría algún tipo de músico. Dicho eso, desearía que fuera inteligente, de habla educada, buenas maneras, cortés y discreto. Supongo que cuando leas esta lista comprenderás que hasta ahora no haya encontrado a esa persona. Si por azar conoces a un hombre con esas raras cualidades, aliéntale a que venga a visitarme.

»Te diría qué tarea pienso encomendarle, pero se trata de un asunto privado…»

Threpe siguió leyendo la carta en silencio.

– Sigue un poco. Luego dice: «Respecto al asunto que he mencionado antes, tengo cierta prisa. Si no hay nadie adecuado en Imre, te agradecería que me enviaras una carta por correo. Si encuentras algún candidato y me lo envías, pídele que no se demore». -Volvió a revisar las líneas, moviendo los labios en silencio-. Eso es todo -dijo por fin, y se guardó la carta en un bolsillo-. ¿Qué te parece?

– Es para mí un gran…

– Sí, sí. -Agitó una mano, impaciente-. Te sientes halagado.

Ahórrate todo eso. -Se inclinó hacia delante, muy serio-. ¿Lo harás? ¿Te permitirán tus estudios -hizo un ademán desdeñoso hacia el oeste, hacia la Universidad- ausentarte durante una estación?

Carraspeé.

– De hecho, me estaba planteando tomarme un descanso de mis estudios.

El conde sonrió de oreja a oreja y golpeó el brazo de su butaca.

– ¡Estupendo! -dijo riendo-. ¡Creía que tendría que arrancarte de tu preciosa Universidad como si fueras un penique encerrado en el puño de un mendigo muerto! Esto es una oportunidad maravillosa, supongo que te das cuenta. De las que pasan una vez en la vida. -Me guiñó un ojo-. Además, un joven como tú difícilmente encontraría mejor mecenas que un noble más rico que el rey de Vint.

– Sí, tienes parte de razón -admití en voz alta. Y pensé: «¿Qué mejor ayuda podría encontrar para investigar a los Amyr?».

– Tengo toda la razón -dijo Threpe riendo-. ¿Cuándo crees que podrías partir?

– ¿Mañana? -dije encogiendo los hombros.

Threpe arqueó una ceja.

– No dejas mucho tiempo para que el polvo se asiente, ¿verdad?

– En su carta dice que tiene prisa, y prefiero llegar pronto que tarde.

– Cierto, cierto. -Sacó un reloj de engranajes de su bolsillo, lo miró, suspiró y lo cerró-. Esta noche voy a tener que redactar una carta de presentación, aunque eso me quite horas de sueño.

– Todavía no ha oscurecido -dije mirando por la ventana-. ¿Cuánto tiempo crees que tardarás?

– ¡Uf! -dijo Threpe, contrariado-. Escribo despacio, sobre todo cuando se trata de una carta para alguien tan importante como el maer. Además tengo que describirte, lo cual no va a resultar nada fácil.

– Pues déjame ayudarte -propuse-. No quiero que pierdas horas de sueño por mi culpa. -Sonreí-. Además, si en algo estoy versado es en enumerar mis propias cualidades.

Al día siguiente me despedí apresuradamente de todas las personas que conocía en la Universidad. Wilem y Simmon me estrecharon la mano con sincero cariño y Auri me dijo adiós con la mano alegremente.

Kilvin gruñó un poco sin levantar la vista de la inscripción que estaba haciendo y me dijo que anotara cualquier idea que tuviese para la lámpara de llama perpetua durante mi ausencia. Arwyl me lanzó una mirada larga y penetrante a través de las gafas y me aseguró que a mi regreso encontraría una plaza en la Clínica.