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– Quería liquidar mi préstamo -dije-. Vine cuatro veces.

– Te conviene andar -dijo ella sin compadecerse lo más mínimo de mí; me hizo señas para que entrara y cerró la puerta con cerrojo. La habitación olía a…

Olfateé un poco.

– ¿A qué huele? -pregunté.

Devi adoptó una expresión compungida.

– Tendría que oler a pera.

Dejé el estuche del laúd y el macuto en el suelo y me senté a la mesa. Pese a todos mis esfuerzos, se me fueron los ojos hacia el círculo negro del tablero.

Devi se apartó el cabello rubio rojizo de la cara y me miró a los ojos.

– ¿Quieres la revancha? -me preguntó esbozando una sonrisa-. Volveré a ganarte, con gram o sin gram. Puedo ganarte dormida.

– Confieso que siento curiosidad -dije-, pero prefiero ocuparme de nuestros negocios.

– Muy bien -dijo ella-. ¿De verdad vas a pagármelo todo? ¿Has encontrado por fin un mecenas?

– No, pero me ha surgido una oportunidad interesante. La oportunidad de conseguir un muy buen mecenas. -Hice una pausa-. En Vintas.

– Eso está muy lejos -dijo ella arqueando una ceja-. Me alegro de que hayas pasado para saldar tu deuda antes de largarte a la otra punta del mundo. Quién sabe cuándo volverás.

– Sí, desde luego -dije-. Pero… económicamente me encuentro en una situación un tanto precaria.

Devi empezó a menear la cabeza antes de que hubiera terminado la frase.

– Ni hablar. Ya me debes nueve talentos. No pienso prestarte más dinero el día que te marchas de la ciudad.

Levanté ambas manos a la defensiva.

– Me has interpretado mal -dije. Abrí la bolsa y la vacié sobre la mesa. Entre los talentos y las iotas estaba también el anillo de Denna, que rodó por la mesa. Lo atrapé antes de que cayera por el borde.

Señalé el montón de monedas que tenía delante, poco más de trece talentos.

– Este es todo el dinero que tengo -expuse-. Lo necesito para llegar a Severen cuanto antes. Mil quinientos kilómetros y alguno más. Eso significa pasaje en al menos un barco. Comida. Alojamiento. Dinero para diligencias o para adquirir una carta de postas.

Mientras enumeraba esas cosas, fui deslizando monedas de un lado de la mesa al otro.

– Cuando por fin llegue a Severen, tendré que comprarme ropa para poder moverme por la corte sin parecer el músico andrajoso que soy en realidad. -Deslicé más monedas.

Señalé las pocas monedas restantes del primer montoncito.

– Con eso no tengo suficiente para saldar mi deuda contigo.

Devi me observaba por encima de sus manos, que mantenía juntas por las yemas de los dedos.

– Entiendo -dijo con seriedad-. Tenemos que encontrar un método alternativo para que saldes tu deuda.

– Mi idea es esta -planteé-: puedo dejarte una garantía hasta mi regreso.

Devi deslizó brevemente la mirada hacia el elegante estuche de mi laúd.

– No, mi laúd no -me apresuré a decir-. Lo necesito.

– Entonces, ¿qué? -me preguntó-. Siempre me has dicho que no tenías nada que ofrecer como garantía.

– Tengo algunas cosas -dije hurgando en mi macuto, del que extraje un libro.

El rostro de Devi se iluminó. Entonces leyó el título grabado en el lomo.

– ¿Retórica y lógica? -Hizo una mueca.

– Ya, yo opino lo mismo -dije-. Pero tiene cierto valor. Sobre todo para mí. Además… -Metí la mano en un bolsillo de mi capa y saqué una lámpara de mano-. También tengo esto. Una lámpara simpática diseñada por mí. Tiene un haz concentrado y un regulador de intensidad.

Devi la cogió de encima de la mesa.

– Ya me acuerdo -dijo-. Una vez me dijiste que no podías dármela porque le habías hecho una promesa a Kilvin. ¿Qué ha pasado?

Esbocé una brillante sonrisa, en dos tercios falsa.

– De hecho, esa promesa es lo que convierte a esta lámpara en una garantía perfecta -dije-. Si le llevas esta lámpara a Kilvin, estoy seguro de que te pagará una cifra muy generosa solo para alejarla… -carraspeé- de manos poco escrupulosas.

Devi le dio al regulador distraídamente con el pulgar, girándolo de tenue a intenso y a la inversa.

– Y supongo que me impondrías eso como condición, ¿no? Que se la devolviera a Kilvin.

– Qué bien me conoces -dije-. Es casi bochornoso.

Devi dejó la lámpara sobre la mesa, junto a mi libro, e inspiró bruscamente por la nariz.

– Un libro que únicamente tiene valor para ti -dijo- y una lámpara que únicamente tiene valor para Kilvin. -Sacudió la cabeza-. No es una oferta muy atractiva.

Con mucho dolor, me llevé una mano al hombro, desenganché mi caramillo de plata y lo puse también sobre la mesa.

– Esto es de plata -dije-. Y cuesta mucho conseguirlo. Además, te permite entrar gratis en el Eolio.

– Ya sé qué es. -Devi lo cogió y lo examinó con mirada calculadora. Entonces soltó-: He visto que también tenías un anillo.

Me quedé helado.

– Eso no puedo dártelo. No es mío.

– Lo tienes en el bolsillo, ¿verdad? -dijo riendo, y chasqueó los dedos-. Venga, déjame verlo.

Me saqué el anillo del bolsillo, pero no se lo di.

– He tenido muchos problemas por culpa de este anillo -dije-. Se lo quitó Ambrose a una amiga mía. Estoy esperando la ocasión para devolvérselo.

Devi permaneció callada, con el brazo estirado y la palma hacia arriba. Le puse el anillo en la mano.

Devi acercó el anillo a la lámpara; se inclinó hacia delante y entrecerró un ojo, exagerando su carita de duende.

– La piedra es muy bonita -observó.

– El engarce es nuevo -dije con abatimiento.

Devi puso el anillo con cuidado encima del libro, junto a mi caramillo y mi lámpara de mano.

– Este es el trato que te propongo -dijo-. Me quedo todo esto como garantía contra tu deuda actual de nueve talentos. El acuerdo seguirá vigente durante un año.

– Un año y un día -dije.

Devi torció una comisura de la boca sin llegar a sonreír.

– Cómo te gustan los cuentos de hadas. Está bien. Esto aplaza tu pago durante un año y un día. Si transcurrido ese tiempo no me has pagado, perderás estos artículos y consideraremos saldada tu deuda. -Afiló la sonrisa-. Aunque quizá podrías persuadirme para que te los devolviera a cambio de cierta información.

Oí la campana de la torre a lo lejos y di un hondo suspiro. No tenía mucho tiempo para regatear, pues ya llegaba tarde a mi cita con Threpe.

– De acuerdo -concedí, irritado-. Pero el anillo lo guardarás en lugar seguro. Y no podrás llevarlo a menos que yo incumpla mi parte del trato.

Devi frunció el ceño y dijo:

– ¿Cómo te…?

– En eso no voy a transigir -dije con seriedad-. Pertenece a una amiga mía. Tiene un gran valor para ella. No quiero que lo vea en la mano de otra persona. Y menos después de todo lo que tuve que hacer para quitárselo a Ambrose.

Devi no dijo nada, y su rostro de duendecillo mantuvo una expresión adusta. Yo también compuse una expresión adusta y la miré a los ojos. Cuando es necesario, sé adoptar un gesto tan grave como el que más.

Se produjo un largo silencio.

– ¡De acuerdo! -cedió Devi por fin.

Nos estrechamos la mano.

– Un año y un día -insistí.

Capítulo 51

Todo hombre sabio teme

Pasé por el Eolio, donde Threpe me esperaba sin parar de moverse de la impaciencia. Me dijo que había encontrado un barco que zarpaba río abajo al cabo de menos de una hora. Es más, ya me había pagado el pasaje hasta Tarbean, donde me resultaría fácil encontrar pasaje en otra nave rumbo al este.

Nos dirigimos a toda prisa hacia los muelles, y llegamos cuando el barco realizaba los últimos preparativos. Threpe, colorado y resoplando, se apresuró a darme consejos para toda una vida en solo tres minutos.