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Pensé recordarle que si me hubiera creído desde el principio, no estaría pasando aquello, pero decidí callarme.

– Yo aconsejaría a sus hombres que no se acerquen a la torre, excelencia. Caudicus ha tenido tiempo para preparar todo tipo de maldades allí, trampas y cosas así.

El maer asintió con la cabeza y se pasó una mano por delante de los ojos.

– Sí, claro. Encárgate de eso, Stapes. Creo que voy a descansar un rato. Quizá nos lleve un tiempo solucionar este asunto.

Me disponía a marcharme, pero el maer me indicó con una seña que siguiera sentado.

– Quédate un momento y prepárame una infusión, Kvothe.

Stapes llamó a los criados. Mientras se llevaban los restos de nuestra cena, me observaron con curiosidad. No solo estaba sentado en presencia del maer, sino que había compartido una comida con él en sus aposentos privados. Al cabo de menos de diez minutos, esa noticia ya circularía por todo el palacio.

Tras retirarse los criados, le preparé otra infusión al maer. Me disponía a marcharme cuando, por encima del borde de la taza, en voz baja para que el guardia no pudiera oírlo, Alveron me dijo:

– Has demostrado ser digno de confianza, Kvothe, y lamento las pequeñas dudas que tuve sobre ti. -Dio un sorbo y tragó antes de continuar-: Por desgracia, no puedo permitir que se extienda la noticia del envenenamiento. Sobre todo habiendo huido el envenenador. -Me miró con elocuencia-. Eso interferiría con el asunto de que hemos hablado anteriormente.

Asentí, dándole la razón. La noticia de que su propio arcanista había estado a punto de matarlo no ayudaría a Alveron a ganar la mano de la mujer con que esperaba casarse.

– Por desgracia -continuó-, esta necesidad de discreción también me impide ofrecerte la recompensa que mereces. Si la situación fuera diferente, regalarte tierras me parecería una muestra de agradecimiento muy pobre. Te concedería también un título. Mi familia todavía conserva ese poder, y no depende para ello del rey.

Me daba vueltas todo de pensar en las repercusiones que podía tener lo que estaba diciendo el maer.

– Sin embargo -prosiguió-, si hiciera eso, tendría que dar explicaciones. Y si hay algo que no puedo permitirme es dar explicaciones.

Alveron me tendió una mano, y tardé un momento en darme cuenta de que lo que pretendía era que se la estrechara. Estrecharle la mano al maer Alveron no era algo que uno hiciera todos los días. Lamenté inmediatamente que la única persona presente para verlo fuera el guardia. Confié en que fuera chismoso.

Le di la mano con solemnidad, y Alveron continuó:

– Estoy en deuda contigo. Si alguna vez necesitas ayuda, tendrás a tu disposición toda la que pueda prestarte un noble agradecido.

Asentí con la cabeza y traté de aparentar serenidad pese a lo emocionado que estaba. Aquello era exactamente lo que yo esperaba conseguir. Con los recursos del maer, podría realizar una investigación bien coordinada sobre los Amyr. Él podría conseguirme acceso a los archivos eclesiásticos, bibliotecas privadas, lugares donde los documentos importantes no habían sido expurgados ni editados como en la Universidad.

Pero sabía que aquel no era el momento adecuado para decírselo. Alveron me había prometido su ayuda. Preferí esperar que llegara el momento y, entretanto, decidir qué clase de ayuda quería pedirle.

Salí de los aposentos del maer, y Stapes me sorprendió con un abrazo mudo. Su semblante no habría transmitido mayor agradecimiento si yo hubiera salvado a toda su familia de un edificio en llamas.

– Joven señor, dudo que entienda usted lo mucho que le debo. Si alguna vez necesita algo, no tiene más que hacérmelo saber.

Me cogió una mano y me la estrechó con entusiasmo. Al mismo tiempo, noté que me clavaba algo en la palma.

Ya en el pasillo, abrí la mano y vi un fino anillo de plata con el nombre de Stapes grabado en una cara. Junto a él había otro anillo que no era de metal. Era blanco y liso, y también llevaba grabado el nombre del valet con letras toscas. No tenía ni idea de cuál podía ser su significado.

Volví a mis habitaciones, casi ebrio de tanta buena fortuna

Capítulo 65

Una hermosa partida

Al día siguiente, trasladaron mis escasas pertenencias a unas habitaciones que el maer consideraba más adecuadas para alguien que contaba con todo su apoyo. En total había cinco, tres de ellas con ventanas que daban al jardín.

Fue un detalle bonito, pero yo no pude evitar pensar que esas habitaciones aún estaban más lejos de las cocinas, por lo que la comida me llegaría fría como la piedra.

Ni siquiera llevaba una hora instalado allí cuando vino un mensajero con el anillo de plata de Bredon y una tarjeta que rezaba: «En tus espléndidas habitaciones nuevas. ¿A qué hora?».

Le di la vuelta a la tarjeta y escribí en el dorso: «Cuando quieras», y envié al chico con ella.

Coloqué el anillo de plata de Bredon en una bandeja, en mi salón. En el cuenco contiguo ya había dos anillos de plata que relucían entre los de hierro.

Abrí la puerta y vi los ojos castaños de Bredon escudriñándome como los de un búho desde el halo blanco que formaban su pelo y su barba. Me sonrió y me saludó con una inclinación de cabeza, con el bastón bajo un brazo. Le ofrecí un asiento; luego me disculpé educadamente y lo dejé un momento a solas en el salón, tal como marcaba la etiqueta.

Nada más salir por la puerta, oí su risa cantarina en la otra habitación.

– ¡Ja, ja! -exclamó-. ¡Esta sí que es buena!

Cuando regresé, Bredon estaba sentado junto al tablero de tak, con los dos anillos que yo había recibido recientemente de Stapes en la mano.

Esto sí que es una novedad -comentó-. Por lo visto, ayer interpreté mal las cosas cuando un hosco guardia echó a mi mensajero de tu puerta.

– Han sido un par de días moviditos -dije sonriendo.

Bredon metió la barbilla y rió entre dientes; su parecido con un búho se acentuó aún más.

– No hace falta que me lo jures. -Sostenía en alto el anillo de plata-. Esto es revelador. Pero eso… -señaló el anillo blanco con el bastón-, eso es muy diferente.

Me senté enfrente de él.

– Seré sincero contigo -dije-. Ni siquiera estoy seguro de con qué material está hecho, y mucho menos de qué significa.

Bredon arqueó una ceja.

– Normalmente no eres tan franco.

– Es que ya me siento un poco más seguro de mi posición aquí -admití encogiendo los hombros-. Lo suficiente para no mostrarme tan reservado con las personas que se han portado bien conmigo.

Bredon volvió a reír y dejó el anillo de plata sobre el tablero.

– Más seguro -dijo-. Sí, me imagino que sí. -Cogió el anillo blanco-. Sin embargo, no es extraño que no sepas qué significa esto.

– Yo creía que solo había tres tipos de anillos -dije.

– Así es, básicamente -dijo Bredon-. Pero el intercambio de anillos se remonta a tiempos muy antiguos. El pueblo llano ya lo hacía mucho antes de que la nobleza lo convirtiera en un juego. Y si bien Stapes respira el mismo aire enrarecido que nosotros, no cabe duda de que su familia tiene orígenes humildes.

Bredon dejó el anillo blanco sobre el tablero y luego entrelazó las manos.

– Esos anillos se hacían con materiales que el pueblo llano tenía a mano. Un joven enamorado podía regalar a la muchacha a la que cortejaba un anillo hecho con hierba verde. Un anillo de cuero promete un servicio. Etcétera.

– ¿Y un anillo de cuerno?

– Un anillo de cuerno significa enemistad -repuso Bredon-, Enemistad intensa y duradera.

– Ah -dije, un tanto sorprendido-. Ya veo.

Bredon sonrió y levantó el anillo blanco para acercarlo a la luz.

– Pero esto no es cuerno-observó-. Fíjate en la textura. Además, Stapes nunca daría un anillo de cuerno junto con otro de plata. -Meneó la cabeza-. No. Si no me equivoco, esto es un anillo de hueso. -Me lo pasó.