Выбрать главу

Alveron asintió lentamente con la cabeza; a medida que escuchaba, su expresión denotaba una mayor satisfacción.

– Y ¿también sabes componer?

Asentí.

– Sí sé, excelencia. Pero hacer esas cosas como es debido lleva tiempo.

– ¿Cuánto tiempo?

– Un día o dos, o tres. Depende de la clase de canción que desee. Las cartas son más fáciles.

– Me complace comprobar que las alabanzas de Threpe no eran exageradas -dijo el maer inclinándose hacia delante-. Debo reconocer que si te he trasladado a estas habitaciones no ha sido solo para demostrarte mi gratitud. Hay un pasillo que las conecta con mis aposentos. Tendremos que reunimos con frecuencia para hablar de mi cortejo.

– Eso nos ayudará mucho, excelencia -dije, y luego escogí con cuidado mis siguientes palabras-: Me he informado acerca de la historia de la familia de la dama, pero eso no basta para cortejar a una mujer.

Alveron rió.

– Debes de tomarme por necio -dijo con cordialidad-. Ya sé que necesitarás conocerla. Llegará dentro de dos días; viene de visita con otros nobles. He decretado un mes de celebraciones con motivo de mi recuperación de una larga enfermedad.

– Muy listo -lo congratulé.

Alveron se encogió de hombros.

– Organizaré algún encuentro social para que coincidáis. ¿Necesitas algo para la práctica de tu arte?

– Bastará con una provisión generosa de papel, excelencia. Tinta y plumas.

– ¿Nada más? He oído hablar de poetas que necesitan ciertos lujos para ayudarse a componer. -Hizo un gesto ambiguo-. ¿Alguna bebida o algún decorado en especial? Me han hablado de un poeta bastante famoso de Renere que tiene un baúl lleno de manzanas podridas siempre a mano. Cuando le falla la inspiración, abre el baúl y aspira los vapores que desprenden las manzanas.

Me reí.

– Yo soy músico, excelencia. Los poetas son otro cantar. Lo único que necesito es mi instrumento, dos buenas manos y conocer el tema.

Esa idea parecía preocupar a Alveron.

– ¿Seguro que no te faltará nada para inspirarte?

– Le pediría permiso para pasear libremente y a mi antojo por el palacio y por Bajo Severen, excelencia.

– Por supuesto.

– En ese caso, tengo cuanto necesito para inspirarme al alcance de la mano.

La vi nada más llegar a Hojalateros. Después de tanto buscarla en vano los últimos meses, resultaba extraño encontrarla tan fácilmente.

Denna se movía entre la multitud con lenta elegancia. No era la rigidez que pasa por distinción en escenarios selectos, sino una desenvoltura natural. Los gatos no piensan en estirarse, sino que se estiran. Pero los árboles ni siquiera hacen eso. Los árboles simplemente oscilan sin el esfuerzo de moverse. Denna se movía así.

La alcancé tan deprisa como pude sin llamar su atención.

– Disculpe, señorita.

Denna se volvió, y su rostro se iluminó al verme.

– ¿Sí?

– Normalmente nunca abordaría así a una mujer, pero no he podido evitar fijarme en que tiene usted los ojos de una dama de la que una vez estuve locamente enamorado.

– Es una pena amar solo una vez -dijo ella, y su sonrisa traviesa dejó entrever sus blancos dientes-. He oído decir que hay hombres que consiguen amar dos veces, e incluso más.

Ignoré la burla.

– Yo solo he delirado una vez. Nunca volveré a enamorarme.

Denna adoptó una expresión dulce y apoyó suavemente una mano en mi brazo.

– ¡Pobre hombre! Esa mujer debió de hacerle mucho daño.

– Cierto, me hirió de varias maneras.

– Pero eso tan solo era de esperar -dijo con naturalidad-. ¿Cómo no iba a amar una mujer a un hombre tan apuesto como usted?

– No lo sé -dije con modestia-. Pero creo que no me amaba, porque me atrapó con una sonrisa adorable y luego desapareció sin decir palabra. Como el rocío bajo la débil luz del amanecer.

– Como un sueño al despertar -añadió Denna con una sonrisa.

– Como una doncella feérica deslizándose entre los árboles.

Denna se quedó callada un momento.

– Esa mujer debía de ser verdaderamente maravillosa para enamorarlo tanto -dijo entonces mirándome con seriedad.

– Era incomparable.

– ¡Bueno! -Adoptó un tono más jovial-. Todos sabemos que a oscuras todas las mujeres son igual de altas. -Soltó una risita y me hincó el codo en las costillas con complicidad.

– Eso no es cierto -dije con firme convicción.

– Está bien -dijo ella lentamente-. Supongo que tendré que creer lo que me dice. -Volvió a mirarme-. Quizá algún día logre convencerme.

Me sumergí en el castaño profundo de sus ojos.

– Esa ha sido siempre mi gran esperanza.

Denna sonrió, y me dio un vuelco el corazón.

– Mantenía. -Deslizó un brazo en la curva del mío y echó a andar a mi lado-. Porque sin esperanza, ¿qué nos queda?

Capítulo 67

El lenguaje de las caras

Me pasé los dos días siguientes bajo la tutela de Stapes, hasta que el valet quedó convencido de que yo conocía todos los detalles de la etiqueta para una cena formal. Estaba familiarizado con el ceremonial desde la infancia, pero agradecí aquel repaso. Las costumbres difieren de un lugar a otro y de un año a otro, y hasta las equivocaciones más insignificantes pueden causar un gran bochorno.

Entonces Stapes preparó una cena para nosotros dos solos, y después me señaló una docena de errores, pequeños pero importantes, que había cometido. Dejar un cubierto sucio en el plato o encima de la mesa se consideraba basto, por ejemplo. Lo que significaba que era perfectamente aceptable lamer el cuchillo para limpiarlo. De hecho, si no querías ensuciar la servilleta era lo más correcto que podías hacer.

No estaba bien visto comerse todo el pan. Siempre había que dejar una porción en el plato, preferiblemente algo más que la corteza. Sucedía lo mismo con la leche: siempre había que dejar un poco en el vaso.

Al día siguiente, Stapes montó otra cena y volví a cometer errores. Hacer comentarios sobre la comida no era grosero, pero sí rústico. Pasaba lo mismo con oler el vino. Y, por lo visto, el trocito de queso blando que me habían servido tenía corteza. Una corteza que cualquier persona civilizada habría reconocido como incomestible, habría separado y habría dejado en el plato.

Yo, que soy un bárbaro, me había comido el queso con corteza y todo. Y lo encontré muy bueno. Sin embargo, tomé nota de ese detalle y me resigné a dejar en el plato media porción de queso excelente si me lo servían. La civilización tiene un precio.

Llegué al banquete con un traje que me habían hecho especialmente para la ocasión. Los colores me favorecían: verde hoja y negro. Tenía demasiados brocados para mi gusto, pero esa noche decidí rendirme a la moda, aunque fuera a regañadientes, pues iba a sentarme a la izquierda de Meluan Lackless.

Stapes había montado seis cenas formales de entrenamiento para mí en los tres días anteriores, y yo me sentía preparado para todo. Cuando llegué a la puerta del salón donde se celebraba el banquete, supuse que lo más difícil de la velada sería fingir interés por la comida.

Pero si bien me había entrenado para no hacer el ridículo en la mesa, no estaba preparado para ver a Meluan Lackless. Por suerte, mi experiencia teatral no me falló, y pude sonreír con naturalidad y ofrecerle mi brazo a la dama tal como exigía el ceremonial. Ella dio una cabezada cortés, y juntos nos dirigimos hacia la mesa.

Había altos candelabros con docenas de velas. En unas jarras de plata labrada había agua caliente para los cuencos para lavarse las manos y agua fría para beber. Unos jarrones antiguos con elaborados arreglos florales perfumaban el ambiente. Las cornucopias rebosaban de fruta brillante. Personalmente, yo lo encontraba chabacano; pero era tradicional, una exhibición de la riqueza del anfitrión.