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Acompañé a lady Lackless hasta la mesa y le retiré la silla. Mientras recorríamos el salón, había evitado mirarla, pero al ayudarla a sentarse, vi su perfil, y me resultó tan familiar que no podía apartar los ojos de ella. La conocía, estaba seguro. Pero no conseguía recordar dónde podíamos habernos encontrado…

Me senté y traté de pensar dónde podía haberla visto antes. Si las tierras de los Lackless no hubieran estado a mil quinientos kilómetros de distancia, habría pensado que la conocía de la Universidad. Pero eso era ridículo. La heredera de los Lackless no podía estudiar tan lejos de su hogar.

Mi mirada erraba por aquellas facciones tan asombrosamente familiares. ¿Me la habría encontrado en el Eolio? No parecía probable. Me acordaría. Era una mujer muy hermosa, con una mandíbula fuerte y ojos castaño oscuro. Estoy seguro de que si la hubiera visto allí…

– ¿Ha visto algo que le interese? -me preguntó sin volverse hacia mí. Lo dijo con tono cordial, pero no lejos de la superficie se percibía una acusación.

Me había quedado mirándola fijamente. Apenas llevaba un minuto sentado a la mesa y ya estaba metiendo el codo en la mantequilla.

– Le ruego que me perdone, pero suelo fijarme en las fisonomías, y la suya me ha impresionado mucho.

Meluan se volvió y me miró, y su irritación se redujo un tanto.

– ¿Es usted turagior?

Los turagiores aseguraban poder adivinar la personalidad o el futuro a partir de la cara, los ojos y la forma de la cabeza. Típica superstición víntica.

– Algo sé, milady.

– ¿De verdad? Y ¿qué le dice mi cara? -Levantó la barbilla y miró hacia otro lado.

Examiné detenidamente las facciones de Meluan, deteniéndome en su pálido cutis y en su cabello castaño, ingeniosamente rizado. Tenía los labios carnosos y rojos sin necesidad de carmín. Las líneas de su cuello eran elegantes y orgullosas.

Asentí con la cabeza y dije:

– Su cara me revela un fragmento de su futuro, milady.

Meluan arqueó ligeramente una ceja.

– Adelante.

– En breve recibirá una disculpa. Perdone a mis ojos, revolotean de un lado a otro como los calanthis. No podía apartarlos de la hermosa flor de su rostro.

Meluan sonrió, pero no se sonrojó. No era inmune a los halagos, pero tampoco le eran desconocidos. Me guardé esa información.

– Esa ha sido una predicción muy fácil -dijo-. ¿Le dice algo más mi rostro?

Volví a estudiarla.

– Dos cosas más, milady. Me dice que es usted Meluan Lackless, y que yo estoy a su servicio.

Sonrió y me tendió una mano para que se la besara. Se la cogí e incliné la cabeza sobre ella. No llegué a besársela, como habría sido lo indicado en la Mancomunidad, sino que me limité a posar brevemente mis labios sobre mi propio pulgar, con el que le sujetaba la mano. Besarle la mano habría sido un gesto excesivamente atrevido en esa parte del mundo.

Nuestras lisonjas se interrumpieron cuando llegaron las sopas, que cuarenta criados colocaron ante los cuarenta invitados al mismo tiempo. Probé la mía. ¿A quién en nombre de Dios se le ocurriría servir una sopa dulce?

Tomé otra cucharada y fingí deleitarme con ella. Con el rabillo del ojo observé a mi vecino, un anciano diminuto cuya identidad conocía: era el virrey de Bannis. Tenía la cara y las manos arrugadas y cubiertas de manchas, y el cabello canoso y alborotado. Le vi meter un dedo en la sopa sin la más mínima inhibición, probarla y apartar el cuenco.

A continuación rebuscó en los bolsillos y abrió la mano para mostrarme lo que había encontrado.

– Siempre me traigo un paquete de almendras caramelizadas a estas cenas -me susurró en tono conspirativo, mirándome con ojos de niño travieso-. Nunca sabes lo que intentarán darte. -Me acercó la mano-. Si quiere, puede coger una.

Cogí una almendra y le di las gracias al virrey, que no volvió a fijarse en mí en toda la noche. Unos minutos más tarde, lo miré y vi que comía sin ningún reparo de su bolsillo mientras hablaba con su esposa sobre si los campesinos podían o no hacer pan con bellotas. Me dio la impresión de que solo era un fragmento de una discusión mucho más amplia que mantenían desde hacía años.

A la derecha de Meluan había una pareja de Yll que hablaba en su cadenciosa lengua. Eso, combinado con unas decoraciones estratégicamente colocadas que me impedían ver a los invitados del otro lado de la mesa, hacía que Meluan y yo estuviéramos más aislados que si paseásemos juntos por los jardines. El maer había distribuido muy bien los asientos.

Nos retiraron los cuencos de sopa y nos sirvieron un trozo de carne que debía de ser de faisán, cubierta con una gruesa capa de salsa „ cremosa. Me sorprendió encontrarla bastante de mi agrado.

– Y dígame, ¿por qué motivo cree que nos han sentado juntos -me preguntó Meluan-, señor…?

– Kvothe. -Hice una pequeña reverencia sin levantarme-. Quizá se deba a que el maer quería que estuviera usted entretenida, y a veces soy entretenido.

– Ya veo.

– Aunque también podría tener algo que ver con la generosa suma que le he pagado al mayordomo.

Volvió a sonreír brevemente mientras daba un sorbo de agua. «Se le puede hablar sin tapujos», me dije.

Me limpié los dedos y estuve a punto de dejar la servilleta encima de la mesa, lo que habría sido un terrible error. Esa era la señal para que te retiraran el plato que se estuviera sirviendo en ese momento. Si la hacías demasiado pronto, implicaba una crítica silenciosa pero mordaz hacia la hospitalidad del anfitrión. Una gota de sudor empezó a resbalarme por la espalda, entre los omoplatos; doblé con mucho cuidado la servilleta y me la puse en el regazo.

– ¿A qué dedica usted su tiempo, señor Kvothe?

No me había preguntado cuál era mi ocupación, lo que significaba que daba por hecho que yo era miembro de la nobleza. Por suerte, yo ya había preparado el terreno para eso.

– Escribo un poco. Genealogías. Alguna obra de teatro. ¿Le gusta el teatro?

– A veces. Depende.

– ¿De qué depende? ¿De la obra?

– Depende de los actores -me contestó, y detecté una extraña tensión en su voz.

Se me habría escapado ese detalle si no hubiera estado observando a Meluan con tanta atención. Decidí cambiar de tema y pasar a terreno menos peligroso.

– ¿Cómo han encontrado los caminos para llegar a Severen? -pregunté. A todo el mundo le gusta quejarse sobre el estado de los caminos. Es un tema tan seguro como el tiempo-. Me han dicho que ha habido algunos problemas con bandidos en el norte. -Confiaba en animar un poco la conversación. Cuanto más hablara ella, mejor la conocería.

– En esta época del año, los caminos siempre están infestados de bandidos Ruh -dijo Meluan con frialdad.

No dijo bandidos, sino bandidos Ruh. Pronunció esa palabra con tal carga de fría animadversión que al oírla me quedé helado. Odiaba a los Ruh. No era el simple desprecio que la mayoría de la gente sentía por nosotros, sino un odio sincero e hiriente, un odio con dientes.

La llegada de unos pastelillos de frutas me ahorró tener que responder a eso. A mi izquierda, el virrey seguía hablando de bellotas con su esposa. A mi derecha, Meluan partió lentamente un pastelillo de fresas por la mitad; tenía el rostro pálido como una máscara de marfil. La observé mientras lo partía con sus impecables uñas, y supe que estaba pensando en los Ruh.

Dejando aparte esa breve mención de los Edena Ruh, la velada fue todo un éxito. Poco a poco conseguí que Meluan se relajara, a base de charlar de cosas sin importancia. La cena, muy elaborada, duró dos horas, y tuvimos tiempo de sobra para conversar. Descubrí que Meluan era tal como Alveron la había descrito: inteligente, atractiva y de habla educada. Ni siquiera saber que odiaba a los Ruh impidió que disfrutara de su compañía.