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– Tehlu misericordioso -dijo, casi sin aliento-. Y ¿todas las noches tocan músicos de esta categoría?

– Todavía es temprano -dije sonriéndole-. Y no me has oído tocar a mí.

Wilem pagó la siguiente ronda de bebidas e iniciamos nuestra charla frívola sobre la Universidad. Manet llevaba allí más tiempo que la mitad de los maestros y sabía más historias escandalosas que nosotros tres juntos.

Un músico con una poblada barba gris tocó con su laúd una conmovedora versión de «En Faeant Morie». Después, dos mujeres adorables -una de cuarenta y tantos años y la otra lo bastante joven para ser su hija- cantaron un dueto sobre Laniel la Rejuvenecida que yo no había oído nunca.

Pidieron a Marie que volviera a subir al escenario, y la joven interpretó una sencilla giga con tanto entusiasmo que la gente se puso a bailar en el espacio que había entre las mesas. Hasta Manet se levantó en el estribillo final y nos sorprendió exhibiendo la notable agilidad de sus pies. Nosotros le aplaudimos, y cuando volvió a sentarse, Manet tenía las mejillas coloradas y la respiración entrecortada.

Wil lo invitó a una copa, y Simmon me miró con ojos chispeantes.

– No -dije-. No voy a tocar. Ya te lo he dicho.

Sim se quedó tan profundamente decepcionado que no pude contener la risa.

– Mira, voy a dar una vuelta. Si veo a Threpe, le pediré que toque.

Fui avanzando despacio por la abarrotada sala, y aunque tenía un ojo puesto en encontrar a Threpe, la verdad es que buscaba a Denna. No la había visto entrar por la puerta principal, pero con la música, las cartas y el alboroto general, cabía la posibilidad de que se me hubiera escapado.

Tardé un cuarto de hora en recorrer metódicamente toda la planta principal, mirando todas las caras y deteniéndome a charlar con algunos de los músicos por el camino.

Subí al primer piso, y justo entonces las luces volvieron a atenuarse. Me situé junto a la barandilla para escuchar a un camarillero de Yll que interpretó una canción triste y cadenciosa.

Cuando la sala volvió a iluminarse, recorrí el primer piso del Eolio, un balcón ancho con forma de creciente de luna. Más que otra cosa, mi búsqueda era un ritual. Buscar a Denna era un ejercicio de futilidad, como rezar para que hiciera buen tiempo.

Pero esa noche fue la excepción que confirmaba la regla. Todavía iba paseándome por el primer piso cuando la vi caminando con un caballero alto y moreno. Rectifiqué mi rumbo entre las mesas para fingir que los interceptaba por casualidad.

Denna me vio medio minuto más tarde. Me sonrió con gesto emocionado, se soltó del brazo del caballero y me hizo señas para que me acercara.

El hombre que la acompañaba era atractivo y orgulloso como un halcón, con una mandíbula que parecía de cemento. Llevaba una camisa de seda de un blanco cegador, y una chaqueta de ante de color sangre con pespuntes de plata. También eran de plata la hebilla y los gemelos. Era el prototipo del caballero modegano. Con lo que valía su ropa, sin contar los anillos, habría podido pagar mi matrícula de todo un año.

Denna interpretaba el papel de acompañante hermosa y encantadora. En el pasado, la había visto vestida más o menos como yo, con ropa sencilla y resistente, apropiada para trabajar y para viajar. Pero esa noche llevaba un vestido largo de seda verde. Su oscuro cabello formaba rizos sutiles alrededor de su cara y caía en cascada por sus hombros. En el cuello llevaba un collar con una lágrima de esmeralda cuyo color hacía juego con el del vestido. Una combinación tan perfecta no podía ser una coincidencia.

Me sentí un poco andrajoso a su lado. Más que un poco. Mi vestuario se reducía a cuatro camisas, dos pantalones y algunas piezas sueltas. Todo de segunda mano y más o menos raído. Esa noche llevaba mis mejores prendas, pero comprenderéis que cuando digo «mejores» no quiero decir que fueran muy lujosas.

La única excepción era mi capa, regalo de Fela. Era caliente y maravillosa, hecha a medida, de color verde y negro con numerosos bolsillos en el forro. No era en absoluto ostentosa, pero era la prenda más bonita que tenía.

Al acercarme a ella, Denna dio un paso adelante y, con gesto comedido, casi altanero, me tendió una mano para que se la besara.

Mostraba una expresión sosegada y una sonrisa cortés. Cualquiera que la hubiera visto habría podido pensar que era la típica dama refinada que se mostraba amable con un joven músico empobrecido.

Pero si se hubiera fijado en sus ojos, habría visto algo más. Eran oscuros y profundos, del color del café y el chocolate. Destellaban divertidos y risueños. El caballero que estaba de pie a su lado frunció levemente el entrecejo cuando Denna me ofreció la mano. Yo ignoraba a qué estaba jugando Denna, pero imaginaba cuál era mi papel.

Así que me incliné sobre su mano y la besé suavemente al mismo tiempo que hacía una pronunciada reverencia. Me habían enseñado los modales de la corte desde muy pequeño, de modo que sabía muy bien lo que hacía. Cualquiera puede doblarse por la cintura, pero para hacer una buena reverencia hay que tener estilo.

La mía fue elegante y halagadora, y cuando posé los labios en el dorso de la mano de Denna, me aparté la capa hacia un lado con una delicada sacudida de la muñeca. Ese último detalle era el más difícil, y, de niño, me había pasado horas practicando con tesón ante el espejo de la casa de baños hasta lograr que el movimiento pareciera natural.

Denna me devolvió una reverencia grácil como una hoja que cae y se retiró un poco hasta colocarse junto a su caballero.

– Kvothe, te presento a lord Kellin Vantenier. Kellin, te presento a Kvothe.

Kellin me miró de arriba abajo, formándose una opinión de mí en lo que tardas en coger aire. Adoptó una expresión desdeñosa y me saludó con un gesto de la cabeza. Estoy acostumbrado al desdén, pero me sorprendió lo mucho que me dolió el de aquel hombre.

– A su servicio, mi señor. -Hice una educada reverencia y desplacé el peso del cuerpo para apartar la capa de mi hombro, exhibiendo mi caramillo de plata.

El caballero se disponía a desviar la mirada con ensayado desinterés cuando sus ojos se fijaron en mi reluciente broche de plata. Como joya no era nada especial, pero allí tenía mucho valor. Wilem tenía razón: en el Eolio, yo formaba parte de la nobleza.

Y Kellin lo sabía. Tras considerarlo un instante, me devolvió el saludo. En realidad no fue más que una brevísima inclinación de cabeza, lo indispensablemente pronunciada para que pudiera considerarse educada.

– Al suyo y al de su familia -dijo en un atur perfecto.

Tenía una voz más grave que la mía, de bajo, dulce y con suficiente acento modegano para conferirle un deje levemente musical.

Denna inclinó la cabeza hacia él.

– Kellin me está enseñando a tocar el arpa.

– He venido a ganar mi caramillo -declaró él con una voz cargada de confianza.

Al oírlo, las mujeres de las mesas de alrededor giraron la cabeza y lo miraron con avidez, entornando los ojos. Su voz tuvo el efecto contrario sobre mí. Que fuera rico y atractivo era bastante insoportable, pero que además tuviera una voz como la miel sobre una rebanada de pan caliente era sencillamente inexcusable. Al oír el sonido de su voz me sentí como un gato al que agarran por la cola y al que frotan el lomo a contrapelo con la mano mojada.

– ¿Es usted arpero? -pregunté mirándole las manos.

– Arpista -me corrigió él con aspereza-. Toco el arpa pendenhale. El rey de los instrumentos.

Inspiré y apreté los labios. La gran arpa modegana había sido el rey de los instrumentos quinientos años atrás. Hoy en día solo era una curiosidad, una antigualla. Lo dejé pasar y evite la discusión pensando en Denna.

– Y ¿piensa probar suerte esta noche? -pregunté.

Kellin entornó ligeramente los ojos.

– Cuando toque, la suerte no entrará en juego. Pero no. Esta noche quiero disfrutar de la compañía de milady Dinael. -Le levantó la mano a Denna, se la acercó a los labios y la besó distraídamente. Con aire de amo y señor, paseó la mirada por la muchedumbre que murmuraba, como si toda aquella gente le perteneciera-. Me parece que aquí estaré en respetable compañía.