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Corrí hacia la fachada del edificio. Abajo, en la calle, descubrí a Denna y a la otra mujer de pie bajo una farola. Allí había más luz, y vi que la mujer era mucho más joven de lo que me había parecido, no más que una chiquilla, a quien los sollozos le hacían temblar los hombros. Denna le frotaba la espalda describiendo pequeños círculos, y poco a poco la muchacha se tranquilizó. Al cabo de un momento echaron a andar por la calle.

Volví hacia el callejón, donde había visto una vieja cañería de hierro, una forma relativamente fácil de bajar hasta el suelo. Pero aun así me costó dos largos minutos, y casi toda la piel de mis nudillos, descender hasta el suelo de adoquines.

Necesité de toda mi fuerza de voluntad para no salir corriendo del callejón y alcanzar a Denna y a la muchacha. Tenía que evitar que Denna descubriera que la había seguido.

Por suerte, no andaban muy deprisa, y no me costó encontrarlas. Denna guió a la muchacha hacia la parte más agradable de la ciudad; una vez allí, la llevó a una posada de aspecto respetable con un gallo pintado en el letrero.

Me quedé fuera un minuto, mirando a través de una de las ventanas para hacerme una idea de la distribución del interior. Entonces me calé la capucha, entré con aire desenvuelto, fui hasta la parte trasera de la posada y me senté a una mesa al otro lado de una pared divisoria, que hacía esquina con el reservado donde estaba sentada Denna con la muchacha. Si hubiera querido, me habría bastado con inclinarme hacia delante para verlas, pero si no me movía, no las veía, ni ellas a mí.

La taberna estaba prácticamente vacía, y una camarera se me acercó nada más sentarme. Al ver la rica tela de mi capa, sonrió.

– ¿Qué le apetece tomar?

Contemplé el impresionante despliegue de botellas de vidrio que había detrás de la barra. Hice señas a la camarera para que se acercara un poco más y le hablé en voz baja, con voz áspera, como si me estuviera recuperando de un crup.

– Me tomaré un tentempié de vuestro mejor whisky -contesté-.

Y una copa de tinto de Feloran.

La camarera asintió con la cabeza y se marchó.

Agucé el oído, bien entrenado, para espiar la conversación de la mesa de al lado.

– … tu acento -oí decir a Denna-. ¿De dónde eres?

Hubo una pausa, y luego la muchacha murmuró algo. Como estaba de espaldas a mí, no oí lo que dijo.

– Eso está en el farrel occidental, ¿verdad? -dijo Denna-. Estás muy lejos de tu casa.

La muchacha murmuró algo. Luego hubo otra larga pausa y no oí nada más. No sabía si había dejado de hablar o si lo hacía en voz tan baja que yo no alcanzaba a oírla. Contuve el impulso de inclinarme hacia delante y echar un vistazo a su mesa.

Entonces volví a oír el murmullo.

– Ya sé que dijo que te quería -dijo Denna con voz dulce-. Todos dicen lo mismo.

La camarera me puso delante una copa alta de vino y me dio el tentempié.

– Dos sueldos.

Tehlu misericordioso. Con esos precios, no me extrañaba que el establecimiento estuviera casi vacío.

Me pulí el whisky de un solo trago y contuve el impulso de toser, porque me ardió la garganta. Entonces me saqué un disco de plata de la bolsa, puse la gruesa moneda sobre la mesa y le coloqué encima el vaso vacío, boca abajo.

Volví a hacer señas a la camarera para que se acercara.

– Voy a proponerte una cosa -dije en voz baja-. Ahora mismo, lo único que quiero es sentarme aquí tranquilamente, beberme este vino y pensar en mis cosas.

Di unos golpecitos en el vaso, bajo el que estaba la moneda.-Si puedo hacerlo sin interrupciones, todo esto, menos el precio de las bebidas, será tuyo. -La camarera abrió un poco más los ojos y dirigió la mirada hacia la moneda-. Pero si viene alguien a molestarme, aunque sea con buena intención, aunque sea para preguntarme si quiero beber algo, me limitaré a pagar y marcharme. -La miré-. ¿Quieres ayudarme a tener un poco de intimidad esta noche?

La chica asintió con entusiasmo.

– Gracias-dije.

Se marchó inmediatamente y le hizo señas a otra camarera que estaba detrás de la barra, apuntándome con un dedo. Me relajé, bastante convencido de que no se me acercaría nadie.

Di un sorbo de vino y me puse a escuchar.

– … hace tu padre? -preguntó Denna. Reconocí su tono de voz. Era el mismo, bajo y suave, que utilizaba mí padre cuando hablaba con algún animal asustadizo. Era un tono que conseguía calmar y apaciguar.

La muchacha murmuró, y Denna respondió:

– Es un buen trabajo. Entonces, ¿qué haces aquí?

Otro murmullo.

– Le gustaba toquetearte, ¿verdad? -dijo Denna con naturalidad-. Bueno, los primogénitos son así.

La muchacha volvió a hablar, esa vez con más ímpetu, aunque yo seguía sin entender lo que decía.

Froté la copa de vino con el dobladillo de mi capa, la incliné y la alejé un poco de mí. El vino era de un rojo tan oscuro que parecía negro, y convertía el lado de la copa en un espejo. No era un espejo perfecto, pero veía reflejadas en la copa unas diminutas figuras.

Oí suspirar a Denna interrumpiendo el débil murmullo de la muchacha.

– A ver sí lo adivino -dijo con un deje de exasperación-. Robaste la plata, o algo parecido, y huiste a la ciudad.

El diminuto reflejo de la muchacha permaneció inmóvil.

– Pero aquí las cosas no son como te habías imaginado, ¿verdad? -continuó Denna, esa vez con más dulzura.

Vi que los hombros de la muchacha empezaban a temblar y oí una serie de sollozos, débiles pero desgarradores. Desvié la mirada de la copa de vino, que volví a dejar sobre la mesa.

– Toma. -Oí el golpe de una copa sobre la mesa-. Bébete esto -dijo Denna-. Te ayudará un poco. No mucho, pero algo hará.

Cesaron los sollozos. La muchacha tosió, sorprendida; se había atragantado.

– Pobrecilla -dijo Denna en voz baja-. Conocerte ha sido peor que verme en un espejo.

Por primera vez, la muchacha habló lo bastante fuerte para que yo la oyera.

– Pensé: si se me va a llevar y lo tendrá gratis, será mejor que vaya a algún sitio donde pueda elegir y me paguen…

Siguió hablando, pero no distinguí las palabras, sino solo el débil ascenso y descenso de su voz amortiguada.

– ¿El rey Diezpeniques? -la interrumpió Denna, incrédula. Lo dijo con un tono de voz ponzoñoso que no le había oído nunca-. Kist y crayle, odio esa maldita obra. No es más que un repugnante cuento de hadas modegano. En la vida real no pasan esas cosas.

– Pero… -empezó la muchacha.

– Ahí fuera no hay ningún joven príncipe vestido con harapos dispuesto a salvarte -la interrumpió Denna-. Y aunque lo hubiera, ¿a qué te conduciría eso? Serías como un perro que él hubiera encontrado en el arroyo. Le pertenecerías. Cuando te hubiera llevado a su casa, ¿quién te salvaría de él?

Un momento de silencio. La muchacha volvió a toser, pero solo un poco.

– Bueno, ¿qué podemos hacer contigo? -preguntó Denna.

La muchacha se sorbió la nariz y dijo algo.

– Si supieras cuidar de ti misma no estaríamos aquí sentadas -replicó Denna.

Un murmullo.

– Es una posibilidad -continuó Denna-. Se quedarían la mitad de lo que ganaras, pero eso es mejor que no cobrar nada y que encima te corten el cuello. Creo que esta noche ya lo has comprobado.

Oí un ruido de tela contra tela. Incliné mi copa de vino para echar un vistazo, pero solo vi a Denna realizando un movimiento poco definido.

– Déjame ver qué tenemos aquí -dijo. Entonces oí un tintineo de monedas sobre una mesa.

La muchacha murmuró algo, sobrecogida.

– No, nada de eso -dijo Denna-. No es tanto dinero, si es lo único que tienes en el mundo. Ya deberías saber lo caro que es vivir en la ciudad.

Un murmullo con final ascendente. Una pregunta.

Oí inspirar a Denna y soltar el aire lentamente.