Выбрать главу

– Qué arpa tan bonita -comenté.

Ella soltó una risotada nada delicada.

Me tumbé cómodamente sobre la hierba, larga y fresca. Arranqué unas cuantas briznas y empecé a trenzarlas.

Lo confieso: estaba nervioso. Aquel último mes habíamos pasado mucho tiempo juntos, pero nunca había oído a Denna tocar nada compuesto por ella misma. Habíamos cantado juntos, y yo sabía que ella tenía una voz como la miel sobre pan caliente. Sabía que sus dedos se movían con seguridad y que tenía un ritmo excelente…

Pero escribir una canción no es lo mismo que tocarla. ¿Y si la suya no era buena? ¿Qué diría yo entonces?

Denna extendió los dedos sobre las cuerdas, y mis preocupaciones quedaron en segundo plano. Siempre he pensado que la forma en que una mujer pone las manos sobre un arpa tiene algo poderosamente erótico. Empezó a deslizar los dedos por las cuerdas describiendo círculos, de arriba abajo. El instrumento produjo un sonido parecido al de martillos sobre campanas, agua sobre piedras, trino de pájaros en el cielo.

Paró y afinó una cuerda. Punteó, volvió a afinar. Tocó un acorde afilado, un acorde duro, un acorde prolongado; entonces se volvió y me miró, flexionando los dedos varias veces con nerviosismo.

– ¿Estás listo?

– Eres increíble-dije.

Denna se ruborizó un poco; entonces se apartó el pelo para disimularlo.

– No seas bobo. Todavía no he tocado nada.

– De todos modos eres increíble.

– Cállate.

Tocó un acorde duro y dejó que se desvaneciera convirtiéndose en una suave melodía. Mientras esta ascendía y descendía, Denna recitó la introducción de su canción. Me sorprendió ese comienzo tan tradicional. Me sorprendió pero me gustó. Lo clásico nunca falla.

Venid y oíd con atención

esta trágica canción

sobre un país ensombrecido

por el mal y sobre aquel

que alzó su mano contra el cruel destino.

Buen Lanre: de esposa, vida, orgullo despojado,

jamás cejó en su empeño denodado

y en lucha desigual cayó y fue traicionado.

Al principio fue su voz lo que me cortó la respiración, y luego la música.

Pero antes de que sus labios hubieran pronunciado diez versos, me quedé atónito por otros motivos. Cantó la historia de la caída de Myr Tariniel. De la traición de Lanre. Era la historia que yo le había oído contar a Skarpi en Tarbean.

Sin embargo, la versión de Denna era diferente. En su canción, Lanre estaba descrito con tonos trágicos, un héroe tratado con injusticia. Las palabras de Selitos eran crueles y mordaces; Myr Tariniel, un laberinto que había sido mejor entregar al fuego purificador. Lanre no era un traidor, sino un héroe caído.

Muchas cosas dependen de dónde pongas fin a tu historia, y la de Denna terminaba cuando Selitos maldecía a Lanre. El final perfecto para una tragedia. En la historia de Denna, Lanre era un incomprendido al que no trataban como se habría merecido. Selitos era un tirano, un monstruo loco que se arrancaba furioso un ojo ante las astutas artimañas de Lanre. Era una historia tremenda, dolorosamente errónea.

A pesar de todo, tenía atisbos de belleza. Los acordes estaban bien escogidos. La rima era sutil pero firme. La canción era muy fresca y, aunque había muchos fragmentos sin pulir, pude percibir su forma. Vi en qué podía convertirse. Atraparía la mente de los hombres. La cantarían los próximos cien años.

De hecho, supongo que la habréis oído. Es una canción muy conocida. Denna acabó titulándola «La canción de las siete penas». Sí, la compuso Denna, y yo fui la primera persona que la oyó entera.

Mientras las últimas notas se desvanecían, Denna bajó las manos esquivando mi mirada.

Me quedé quieto y callado sobre la hierba.

Para que lo que os estoy contando tenga sentido, necesitáis entender algo que sabe todo músico. Cantar una canción nueva es algo muy especial. Es aterrador. Es como desnudarse por primera vez ante un nuevo amante. Es un momento sumamente delicado.

Tenía que decir algo. Un cumplido. Un comentario. Una broma. Una mentira. Cualquier cosa era mejor que el silencio.

Pero lo cierto es que no me habría quedado más atónito si Denna hubiera escrito un himno elogiando al duque de Gibea. Estaba demasiado conmocionado, sencillamente. Me sentía en carne viva, arañado como un trozo de pergamino reutilizado, como si cada nota de su canción hubiera sido otra pasada del cuchillo que me rascaba para dejarme completamente mudo y en blanco.

Agaché la cabeza y me quedé callado mirándome las manos. Todavía sujetaba el círculo de hierba verde sin terminar que había estado tejiendo cuando Denna había empezado a tocar. Era una trenza plana y ancha que empezaba a curvarse tomando la forma de un anillo.

Todavía tenía la cabeza agachada cuando oí el frufrú de la falda del vestido de Denna. Tenía que decir algo, ya había esperado demasiado. El silencio pesaba en el aire.

– La ciudad no se llamaba Mirinitel -dije sin levantar la cabeza. No era lo peor que habría podido decir, pero tampoco era lo adecuado.

Hubo un silencio.

– ¿Cómo dices? -preguntó Denna.

– No se llamaba Mirinitel -repetí-. La ciudad que quemó Lanre se llamaba Myr Tariniel. Siento tener que decírtelo. Ya sé que cambiar un nombre es muy difícil. Echará por tierra el metro de una tercera parte de los versos. -Me sorprendió lo tranquila que sonaba mi voz, lo monótona y muerta que sonaba en mis propios oídos.

Denna aspiró bruscamente por la boca.

– ¿Ya habías oído esa historia?

Levanté la cabeza; Denna me miraba, emocionada. Asentí con la cabeza; me sentía extrañamente vacío. Hueco como una calabaza seca.

– ¿Por qué escogiste ese tema para tu canción? -pregunté.

Decir eso tampoco era lo adecuado. No puedo evitarlo: tengo la impresión de que si en aquel momento hubiera dicho lo adecuado, todo habría sido diferente. Pero ni siquiera ahora, tras años de pensarlo, puedo imaginar qué habría podido decir para que todo hubiera terminado bien.

El entusiasmo de Denna se debilitó un tanto.

– Encontré una versión en un libro viejo mientras realizaba investigaciones genealógicas para mi mecenas -dijo-. Es una historia perfecta para una canción, porque casi nadie la recuerda. No sé, la gente no necesita otra historia sobre Oren Velciter. Nunca dejaré mi impronta a base de repetir lo que otros músicos ya han cantado cientos de veces.

Me miró con curiosidad y añadió:

– Creía que iba a sorprenderte con algo nuevo. Jamás sospeché que pudieras haber oído hablar de Lanre.

– Oí esa historia hace años -dije como atontado-. Se la oí contar a un viejo narrador en Tarbean.

– Si yo tuviera la mitad de la suerte que tú tienes… -Denna sacudió la cabeza, consternada-. Tuve que construirla a partir de un centenar de pequeños fragmentos. -Hizo un gesto conciliador-. Bueno, debería decir mi mecenas y yo. Él me ha ayudado.

– Tu mecenas -dije. Sentí una chispa de emoción cuando lo mencionó. Pese a lo hueco que me sentía, fue sorprendente la velocidad con que la amargura se extendió por mis entrañas, como si alguien hubiera prendido fuego dentro de mí.

Denna asintió.

– Tiene veleidades de historiador -dijo-. Creo que anda buscando que le ofrezcan un puesto en la corte. No sería el primero que se gana un puesto al desvelar al heroico antepasado perdido de alguien importante. O quizá intente inventarse a su propio antepasado heroico. Eso explicaría las investigaciones que hemos estado realizando en viejas genealogías.

Vaciló un momento y se mordisqueó los labios.

– La verdad -dijo como si me hiciera una confesión- es que sospecho que quiere dedicarle la canción a Alveron. Maese Fresno me ha insinuado que tiene tratos con el maer. -Compuso una sonrisa traviesa-. ¿Quién sabe? Moviéndote en los círculos en que te mueves, quizá ya hayas conocido a mi mecenas sin saberlo.