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Eso aguijoneó mi magullado orgullo.

– ¿Por qué no? ¿Acaso no es…? Bueno, ya sabes… -Dejé la frase en el aire e hice un gesto indefinido.

Dedan entendió a qué me refería.

– ¿Prostituta? -preguntó, perplejo-. ¡Qué va! Hay un par por aquí. -Hizo un gesto amplio con un brazo, y luego bajó un poco más la voz-. Pero en realidad no son rameras. Solo chicas a las que no les importa sacarse algo extra por la noche. -Hizo una pausa y parpadeó-. Dinero. Dinero extra. Y otras cosas extras. -Volvió a reír.

– Yo he pensado que… -empecé a decir, titubeante.

– No, si eso lo piensa cualquiera que tenga ojos y pelotas. -Se inclinó un poco más-. Es una viciosa. Se tira al primero que le llama la atención, pero no hay manera de llevarla a la cama, ni siquiera pagando. Si quisiera, sería más rica que el rey de Vint. -Me miró-. ¿Cuánto costaría un revolcón con Losi? Yo daría…

La observó con los ojos entrecerrados y movió los labios como si realizara complicados cálculos aritméticos en silencio. Al cabo de un rato se encogió de hombros.

– Más que todo el dinero que tengo. -Volvió a mirarme y se encogió de hombros una vez más-. Pero no es una buena idea. Ahórrate las molestias. Si quieres, conozco a una muchacha de buen ver. Está por aquí, y quizá le interese animarte la velada. -Empezó a pasear la mirada por la estancia.

– ¡No! -Le cogí un brazo para detenerlo-. Solo te lo preguntaba por curiosidad. -Me di cuenta de que no sonaba convincente-. Gracias por la información.

– De nada. -Dedan empezó a levantarse con cuidado.

– Ah -dije como si acabara de ocurrírseme-, ¿podrías hacerme un favor? -Dedan asintió con la cabeza, y le hice señas para que se acercara más-. Me preocupa que Hespe acabe hablando del trabajo que nos ha encargado el maer. Si los bandidos se enteran de que los estamos buscando, la tarea resultará diez veces más difícil. -Vi pasar una sombra de culpabilidad por su cara-. Estoy convencido de que ella nunca lo mencionaría, pero ya sabes lo que les gusta hablar a las mujeres.

– Ya entiendo -se apresuró a decir él terminando de erguirse-. Hablaré con ella. Es mejor tener cuidado.

El violinista de nariz aguileña puso punto final a su giga, y todos aplaudieron y dieron pisotones y golpearon las mesas con sus jarras vacías. Suspiré y me froté la cara con ambas manos. Cuando levanté la cabeza, vi a Marten en la mesa de al lado. Se llevó dos dedos a la frente y me hizo una discreta cabezada. Yo me doblé ligeramente por la cintura, sin levantarme del banco. Siempre se agradece tener un público que muestra su aprecio.

Capítulo 78

Otro camino, otro bosque

A la mañana siguiente, me produjo un cierto placer malévolo ver a Dedan emprender camino con una resaca considerable antes de que el sol estuviera en lo alto. El corpulento mercenario se movía con cuidado, pero he de reconocer que no emitió ni una sola palabra de queja, a menos que sus débiles gemidos cuenten como palabras.

Observándolo con más atención, detecté las señales de su enamoramiento. Cómo pronunciaba el nombre de Hespe. Las bromas ordinarias que hacía cuando hablaba con ella. A cada momento encontraba una excusa para echarle el ojo: un desperezo, un vistazo distraído al camino, un ademán hacia los árboles que nos rodeaban.

Y sin embargo, Dedan seguía totalmente ajeno a los esporádicos galanteos que le devolvía Hespe. A veces era divertido verlo; parecía una tragedia modegana bien orquestada. A veces me daban ganas de estrangularlos a los dos.

Tempi caminaba en silencio entre nosotros como un cachorro mudo y obediente. Lo observaba todo: los árboles, el camino, las nubes. A esas alturas, de no ser por la incuestionable inteligencia de su mirada, habría pensado que era un bobo. Respondía a las pocas preguntas que yo le hacía con movimientos nerviosos de las manos, cabezadas, encogimientos de hombros o sacudidas de cabeza.

Mi curiosidad iba en aumento. Sabía que el Lethani solo era una tontería de cuentos de hadas, pero una parte de mí seguía dudando. ¿Estaría guardándose Tempi las palabras? ¿Sería verdad que podía utilizar su silencio como armadura? ¿Moverse con la rapidez de una serpiente? La verdad es que, después de ver lo que Elxa Dal y Fela podían hacer pronunciando los nombres del fuego y la piedra, la idea de que alguien almacenara palabras para utilizarlas como combustible no me parecía tan descabellada.

Fuimos conociéndonos los cinco poquito a poco, familiarizándonos con nuestras peculiaridades. Dedan preparaba meticulosamente el suelo donde extendía su manta, y no solo retiraba las ramitas y las piedras, sino que aplanaba a pisotones cada mata de hierba y cada bulto de tierra.

Hespe silbaba de forma poco melodiosa cuando creía que nadie la oía, y después de cada comida se escarbaba metódicamente entre los dientes. Marten no comía carne que tuviera el más leve rastro de sangre ni bebía agua que no hubiera hervido o mezclado con vino. Al menos dos veces al día nos recordaba que estábamos locos por no hacer como él.

Pero el premio al comportamiento extravagante se lo llevaba Tempi. Nunca me miraba a los ojos. No sonreía. No fruncía el entrecejo. No hablaba.

Desde que saliéramos de La Buena Blanca, solo había hecho un comentario de motu proprio: «Con lluvia, este camino sería otro camino, este bosque otro bosque». Pronunció cada palabra con claridad, como si llevara todo el día cavilando sobre esa afirmación. Y si no me equivocaba, eso era precisamente lo que había hecho.

Se lavaba obsesivamente. Los demás nos dábamos un baño cuando parábamos en alguna posada, pero Tempi se bañaba todos los días. Si había un riachuelo cerca, se bañaba por la noche y otra vez al levantarse. Si no, se lavaba utilizando un trapo y el agua de beber.

Y dos veces al día, sin falta, realizaba un complicado ritual de estiramientos, trazando en el aire cuidadosas formas y dibujos con las manos. Sus ejercicios me recordaban a las lentas danzas de la corte de Modeg.

Era evidente que aquellos ejercicios le ayudaban a mantenerse flexible y ágil, pero resultaban extraños. Hespe bromeaba diciendo que si los bandidos nos pedían que bailáramos con ellos, nuestro bienoliente mercenario sería de gran ayuda. Pero lo dijo en voz baja, cuando Tempi no podía oírla.

Pero hablando de rarezas, supongo que yo no estaba en posición de lanzar la primera piedra. Tocaba el laúd casi todas las noches, cuando no estaba demasiado cansado de caminar. Supongo que eso no mejoraba la opinión que los otros tenían de mí como jefe táctico ni como arcanista. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, iba poniéndome más nervioso. Marten era el único de los cinco verdaderamente capacitado para aquel trabajo. Dedan y Hespe estaban bien entrenados para la pelea, pero trabajar con ellos resultaba muy problemático. Dedan era discutidor y testarudo. Hespe era perezosa; casi nunca ayudaba a preparar las comidas ni a limpiar después, a menos que se le pidiera; y en esos casos, lo hacía de tan mala gana que en realidad no ayudaba nada.

Y luego estaba Tempi, un sicario incapaz de mirarme a los ojos ni mantener una conversación. Un mercenario que, a mi entender, podría aspirar a una carrera muy digna en el teatro modegano.

Cinco días después de salir de Severen, llegamos a la zona donde se habían producido los ataques. Un tramo de treinta kilómetros de camino sinuoso que atravesaba el Eld: sin pueblos, sin posadas, sin siquiera una granja abandonada. Un tramo completamente aislado del camino real en medio de un interminable bosque viejo. El hábitat natural de osos, ermitaños locos y cazadores furtivos. El paraíso de los salteadores de caminos.

Marten fue a explorar el terreno mientras los demás montábamos el campamento. Una hora más tarde salió de entre los árboles, agotado pero de buen humor. Nos aseguró que no había encontrado ninguna señal de que hubiera alguien por los alrededores.