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– Sí, lo haréis muy bien -dije con una sonrisa.

– ¿Y él? -Hespe apuntó con el pulgar a Tempi-. Nadie va a creerse que se haya hecho bandido. Los Adem ganan diez veces más que nosotros por un día de trabajo.

– Veinte veces -masculló Dedan.

Yo ya lo había pensado.

– ¿Qué harás si te encuentran los bandidos, Tempi?

Tempi agitó un poco las manos, pero no dijo nada. Me miró un momento; luego desvió la mirada hacia un lado. No supe si estaba pensando o si solo estaba aturdido.

– Si no fuera por su atuendo de Adem, no llamaría mucho la atención -intervino Marten-. Ni siquiera su espada es gran cosa.

– No parece veinte veces mejor que yo, eso seguro -dijo Dedan en voz baja, pero no lo bastante baja para que no pudiéramos oírlo.

A mí también me preocupaba el atuendo de Tempi. Había intentado varias veces entablar una conversación con el Adem con la esperanza de abordar ese problema, pero era como intentar charlar con un gato. Sin embargo, el hecho de que no conociera la palabra «kilómetro» me hizo darme cuenta de una cosa en la que debería haber pensado mucho antes: el atur no era su lengua materna. Yo, que en la Universidad había tenido que esforzarme mucho hasta expresarme en siaru con fluidez, entendía la tentación de guardar silencio en lugar de hablar y hacer el ridículo.

– Podría intentar contarles algún cuento, como nosotros -dijo Hespe sin convicción.

– Es difícil mentir bien cuando no dominas el idioma -comenté.

Tempi nos miró con sus ojos claros a cada uno mientras hablábamos, pero no hizo ningún comentario.

– Solemos subestimar a las personas que no hablan bien -dijo Hespe-. Quizá podría… ¿hacerse el tonto? ¿Fingir que estaba desorientado, como si se hubiera perdido?

– No haría falta que se hiciera pasar por tonto-dijo Dedan por lo bajo-. Yo creo que lo es.

Tempi miró a Dedan; su semblante seguía sin revelar nada, pero su mirada era más intensa que antes. Inspiró hondo y, con voz monótona, dijo:

– Callado no es estúpido. ¿Tú? Siempre hablando. Bla bla bla bla bla. -Hizo un movimiento con una mano, imitando una boca que se abre y se cierra-. Siempre. Como un perro que ladra toda la noche a un árbol. Intenta ser grande. No. Solo ruido. Solo perro.

No debí reírme, pero me pilló completamente desprevenido. En parte porque me había acostumbrado al silencio y la pasividad de Tempi, y en parte porque el Adem tenía toda la razón. Si Dedan hubiera sido un perro, habría sido un perro que ladra sin parar a nada. Un perro que ladra solo para oírse ladrar.

Con todo, no debí reírme. Pero lo hice. Hespe también e intentó disimular, y eso fue aún peor.

Dedan se levantó, encolerizado.

– Ven aquí y repítemelo.

Sin mudar la expresión, Tempi se puso de pie y rodeó la hoguera hasta colocarse al lado de Dedan. Bueno, si digo que se colocó a su lado, quizá os hagáis una idea equivocada. La mayoría de la gente se queda a dos o tres palmos de ti cuando te habla. Pero Tempi se paró a menos de un palmo de Dedan. De acercarse un poco más, habría tenido que abrazarlo o subírsele encima.

Podría decir que todo pasó demasiado deprisa para que yo pudiera intervenir, pero mentiría. La verdad más sencilla es que no se me ocurrió ninguna manera fácil de poner remedio a la situación. Pero había otra verdad más complicada: que a aquellas alturas yo también estaba harto de Dedan.

Además, nunca había oído a Tempi hablar tanto. Por primera vez desde que lo había conocido, se comportaba como una persona y no como un muñeco mudo que anda sentía curiosidad por verlo pelear. Había oído hablar mucho de la legendaria habilidad de los Adem, y estaba deseando ver cómo le aporreaba la cabeza de zoquete a Dedan y le hacía dejar de mascullar. Así que Tempi estaba lo bastante cerca de Dedan para rodearlo con los brazos. Dedan le sacaba una cabeza, y tenía los hombros y el torso más anchos. Tempi lo miró y su rostro no reflejó nada de lo que yo esperaba ver reflejado en él. Ni jactancia, ni una sonrisa de burla. Nada.

– Solo perro -dijo en voz baja, sin ninguna inflexión en particular-. Perro grande y ruido. -Levantó una mano y volvió a imitar una boca con ella-. Bla bla bla.

Dedan levantó una mano y le dio un fuerte empujón en el pecho a Tempi. Yo había visto esa maniobra infinidad de veces en las tabernas de los alrededores de la Universidad. Era el tipo de empellón que hace que un hombre se tambalee hacia atrás, pierda el equilibrio y se caiga.

Pero Tempi no se tambaleó. Sencillamente… se apartó. Entonces, como si nada, estiró un brazo y le dio un cachete a Dedan en un lado de la cabeza, como haría un padre enojado con su hijo desobediente en el mercado. Ni siquiera fue un cachete lo bastante fuerte para hacerle girar la cabeza a Dedan, pero todos pudimos oír el débil «paf», y a Dedan se le erizó el pelo, como un algodoncillo cuando soplas sobre él.

Dedan se quedó inmóvil un momento, como si no acabara de entender qué había pasado. Entonces frunció el entrecejo y levantó las dos manos para darle un empujón más fuerte a Tempi. Tempi volvió a apartarse, y entonces le dio otro cachete a Dedan en el otro lado de la cabeza.

Dedan arrugó el ceño, gruñó y alzó ambas manos apretando los puños. Era un hombre fornido, y cuando levantó los brazos, su armadura de mercenario crujió y se tensó a la altura de los hombros. Esperó un momento, confiando en que Tempi hiciera el primer movimiento; entonces se lanzó hacia delante, echó un brazo hacia atrás y lanzó un puñetazo con todas sus fuerzas, como un labriego golpeando con un hacha.

Tempi lo vio venir y se apartó por tercera vez. Pero cuando todavía no había terminado de asestar su torpe golpe, Dedan cambió de pronto. Se puso de puntillas y su lento y pesado puñetazo de labriego se evaporó. De pronto, ya no parecía un toro torpe y pesado; se arrojó hacia delante y lanzó tres rápidos puñetazos, con la velocidad con que un pájaro bate las alas.

Tempi esquivó el primero y paró el segundo con la palma de la mano, pero el tercero le dio en el hombro, y lo hizo girar hacia un lado y lo empujó hacia atrás. Dio dos rápidos pasos para apartarse de Dedan, recobró el equilibrio y se sacudió un poco. Entonces rió, con una risa alegre y aguda.

Ese sonido suavizó la expresión del rostro de Dedan, que sonrió a su vez, aunque no bajó las manos ni dejó de ponerse de puntillas. Pero Tempi se le acercó, esquivó otro golpe y le dio una bofetada. No en la mejilla, como dos enamorados que riñen en el escenario. La mano de Tempi descendió y golpeó a Dedan en toda la cara, desde la frente hasta la barbilla.

– ¡Aaarrrggg! -gritó Dedan-. ¡Negra maldición! -Se apartó tambaleándose y tapándose la nariz con una mano-. ¿Qué te pasa? ¿Me has dado una bofetada? -Miró a Tempi por entre los dedos-. Peleas como una mujer.

Al principio me pareció que Tempi iba a protestar. Entonces sonrió por primera vez, asintió ligeramente y encogió los hombros.

– Sí. Peleo como una mujer.

Dedan vaciló; entonces soltó una carcajada y le dio una fuerte palmada en el hombro a Tempi. Creí que Tempi lo esquivaría, pero el Adem le devolvió la palmada, y hasta agarró a Dedan por el hombro y lo sacudió amistosamente.

Aquel gesto me sorprendió viniendo de una persona que se había mostrado tan reservada los últimos días, pero decidí no mirarle los dientes a un caballo regalado. Cualquier cosa que no fuera un silencio nervioso por parte del Adem me parecía digna de agradecimiento.

Además, ahora ya tenía una idea de las habilidades para la lucha de Tempi. Tanto si Dedan quería admitirlo como si no, era evidente que Tempi lo había vencido. Pensé que la reputación de los Adem no era una simple leyenda.