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Marten observó a Tempi mientras este volvía a su asiento.

– Esa ropa que lleva sigue siendo un problema -dijo el rastreador como si no hubiera sucedido nada. Se quedó mirando la camisa y los pantalones rojos de Tempi-. Caminar con eso por el bosque es como agitar una bandera.

– Hablaré con él -dije a los otros. Si Tempi se sentía cohibido cuando hablaba en atur, suponía que nuestra conversación sería más fácil si la manteníamos en privado-. Y pensaré qué puede decir si se encuentra a los bandidos. Vosotros podéis empezar a preparar vuestras camas y la cena.

Los tres se dispersaron, confiando en hacerse con los mejores sitios para extender sus mantas. Tempi los vio marchar; luego se volvió hacia mí y me miró. Bajó la vista al suelo y dio un paso atrás arrastrando los pies.

– Escucha, Tempi…

Ladeó la cabeza y me miró.

– Tenemos que hablar de tu ropa.

En cuanto empecé a hablar, volvimos a lo mismo. El Adem dejó de prestarme atención y desvió la mirada hacia un lado. Como si no le interesara escucharme. Como un niño enfurruñado.

No hace falta que os explique lo irritante que resulta intentar mantener una conversación con una persona que se niega a mirarte a los ojos. No obstante, yo no podía permitirme el lujo de ofenderme ni de aplazar aquella conversación. Ya la había aplazado demasiado.

– Tempi. -Contuve el impulso de chasquear los dedos para que me mirara-. Tu ropa es roja -dije tratando de expresarme con la máxima sencillez-. Fácil de ver. Peligrosa.

Al principio no reaccionó. Entonces sus ojos claros se clavaron un momento en los míos y asintió con la cabeza, una sola vez.

Empecé a abrigar la terrible sospecha de que Tempi no entendía qué estábamos haciendo en el Eld.

– Tempi, ¿sabes qué hemos venido a hacer al bosque?

Tempi desvió la vista hacia el dibujo que yo había hecho en el suelo, y luego volvió a mirarme. Encogió los hombros e hizo un gesto impreciso con ambas manos.

– ¿Qué es mucho pero no todo?

Al principio creí que me estaba planteando una extraña duda filosófica, pero entonces comprendí que me estaba preguntando una palabra. Levanté una mano y me sujeté dos dedos.

– ¿Algo? -Me sujeté tres dedos-. ¿Casi todo?

Tempi se fijó en mis manos y asintió con la cabeza.

– Casi todo -dijo agitando las manos-. Sé casi todo. Habláis deprisa.

– Buscamos a unos hombres. -Desvió la mirada en cuanto empecé a hablar, y reprimí un suspiro-. Intentamos encontrarlos.

– Sí. Cazamos hombres -dijo poniendo énfasis en el verbo-. Cazamos visantha.

Al menos sabía qué hacíamos allí.

– ¿Rojo? -Estiré un brazo y toqué la correa de cuero que le ceñía la tela de la camisa al cuerpo. Era asombrosamente suave-. ¿Para cazar? ¿Tienes otra ropa que no sea roja? Tempi se miró la ropa sin dejar de agitar las manos. Entonces asintió con la cabeza, fue hasta su macuto y sacó una sencilla camisa gris de algodón hilado a mano. Me la mostró.

– Para cazar. No para pelear.

No estaba seguro del significado de esa distinción, pero de momento lo dejé pasar.

– ¿Qué harás si los visantha te encuentran en el bosque? -le pregunté-. ¿Hablar o pelear?

Tempi se lo pensó un momento.

– No bueno hablando -reconoció-. ¿Visantha? Pelear.

– Muy bien. Un bandido, pelear. Dos, hablar.

– Puedo pelear dos -replicó Tempi encogiendo los hombros.

– ¿Pelear y ganar?

Volvió a encogerse de hombros, despreocupado, y apuntó a Dedan, que recogía con cuidado ramitas entre la maleza.

– ¿Como él? Tres o cuatro. -Extendió una mano con la palma hacia arriba, como si me ofreciera algo-. Si tres bandidos, yo peleo. Si cuatro, intento mejor hablar. Espero hasta tercera noche. Entonces… -Realizó un extraño y complicado gesto con ambas manos-. Fuego en tiendas.

Me relajé, contento de ver que había seguido la conversación que habíamos mantenido hacía un rato.

– Sí. Muy bien. Gracias.

Cenamos los cinco en paz: sopa, pan y un queso gomoso bastante malo que habíamos comprado en Crosson. Dedan y Hespe discutían amistosamente, y yo especulaba con Marten sobre el tiempo que podíamos esperar para los próximos días.

Aparte de eso, no hablamos mucho. Dos de nosotros ya habíamos llegado a las manos. Estábamos a ciento cincuenta kilómetros de Severen, y todos éramos conscientes del duro trabajo que teníamos por delante.

– Un momento -dijo de pronto Marten-. ¿Y si te cogen a ti? -Levantó la cabeza y me miró-. Todos tenemos un plan por si los bandidos nos encuentran. Nos vamos con ellos y tú vas a buscarnos al tercer día.

– Sí. Y no te olvides de la maniobra de distracción.

– Pero ¿y si te cogen a ti? -preguntó Marten, nervioso-. Yo no sé hacer magia. No puedo garantizar que pueda encontrarlos la tercera noche. Supongo que sí, pero no puedo estar seguro.

– Yo solo soy un músico inofensivo -dije para tranquilizarlo-.

Me metí en un lío con la sobrina del baronet Branbride y pensé que lo mejor que podía hacer era perderme un tiempo en el bosque. -Sonreí-. Quizá me roben, pero como no llevo mucho dinero encima, seguramente me dejarán marchar. Soy un tipo persuasivo, y no parezco una gran amenaza.

Dedan murmuró por lo bajo algo que me alegré de no haber oído.

– Pero por si acaso -insistió Hespe-. Marten tiene razón. ¿Y si se te llevan con ellos?

Eso era algo que todavía no había resuelto, pero en lugar de dejar que la velada terminara con una nota pesimista, preferí componer mi sonrisa más convincente.

– Si me llevaran a su campamento, los mataría a todos sin muchos problemas. -Encogí los hombros con exagerada despreocupación-. Y después me reuniría con vosotros en el campamento. -Golpeé la tierra a mi lado, sin parar de sonreír.

Lo había dicho en broma, convencido de que al menos Marten se reiría de mi frívola respuesta. Pero había subestimado lo bien enraizada que está la superstición víntica, y mi comentario fue recibido con un incómodo silencio.

Después de eso ya no hablamos mucho. Echamos las guardias a suertes, apagamos el fuego y, uno a uno, fuimos quedándonos dormidos.

Capítulo 79

Señales

Después de desayunar, Marten empezó a enseñarnos a Tempi y a mí qué teníamos que hacer para buscar el rastro de los bandidos.

Cualquiera puede ver un trozo de camisa rota colgando de una rama o una pisada en la tierra, pero hay cosas que nunca suceden en la vida real. Son trucos muy útiles para la trama de las obras de teatro, pero francamente, ¿cuándo se te ha roto la camisa lo suficiente para dejar atrás un jirón?

Nunca. Los bandidos a los que buscábamos no eran unos aficionados, y no podíamos contar con que cometieran errores tan evidentes. Eso significaba que Marten era el único de nosotros que tenía alguna idea de qué era lo que andábamos buscando.

– Cualquier ramita rota -dijo-. Sobre todo entre las matas más espesas y enredadas, a la altura de la cintura o los tobillos. -Ilustró su explicación haciendo como si apartara la maleza con los pies y con las manos-. Es difícil ver la rama partida, es mejor fijarse en las hojas. -Señaló un arbusto cercano-. ¿Qué veis ahí?

Tempi señaló una de las ramas más bajas. Ese día no llevaba la camisa roja de mercenario, sino la gris de algodón, con la que no ofrecía un aspecto tan imponente.

Miré donde señalaba Tempi y vi que la rama se había partido, pero no lo suficiente para romperse del todo.

– ¿Y eso significa que alguien ha pasado por aquí? -pregunté.

Marten encogió los hombros para colocarse bien el arco que llevaba colgado.

– Sí, yo. Eso lo hice anoche. -Nos miró-. ¿Veis que incluso las hojas que no cuelgan raro están empezando a marchitarse?