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Era fascinante. Las diferentes cadencias de cada palabra hacían que la propia lengua tuviera una especie de música. No pude evitar preguntarme…

– ¿Cómo son vuestras canciones, Tempi? -Me miró un momento sin comprender, y pensé que quizá no hubiera entendido una pregunta tan abstracta-. ¿Podrías cantarme una canción adem?

– ¿Qué es canción? -me preguntó. En la última hora, Tempi había aprendido el doble de palabras que yo.

Carraspeé y canté:

La pequeña Jenny un paseo con el viento fue a dar.

A un guapo muchacho que la hiciera sonreír quería buscar.

Un sombrero con pluma en el pelo, un silbido entre los labios.

La boca húmeda y dulce como la miel, la lengua afilada como garfios.

Mientras yo cantaba, Tempi fue abriendo los ojos más y más. Al final estaba boquiabierto.

– ¿Tú? -lo animé señalándole el pecho-. ¿Puedes cantarme una canción adem?

Se puso muy colorado, y en su cara se reflejaron una docena de emociones que Tempi no hizo nada por disimular ni controlar: asombro, horror, vergüenza, conmoción, repugnancia. Se levantó, se alejó de mí y dijo algo en adámico, demasiado deprisa para que yo lo entendiera. Fue como si le hubiera pedido que se desnudara y bailase para mí.

– No -dijo cuando se hubo serenado un poco. Volvió a adoptar un gesto imperturbable, pero todavía estaba muy colorado-. No. -Agachó la cabeza, se tocó el pecho y sacudió la cabeza-. No canción. No canción adem.

Me levanté también, sin saber en qué me había equivocado.

– Lo siento, Tempi.

Tempi meneó la cabeza.

– No. No lo sientas. -Inspiró hondo y sacudió la cabeza al mismo tiempo que se daba la vuelta y se alejaba de mí-. Complicado.

Capítulo 81

La celosa luna

Esa noche, Marten mató tres gruesos conejos. Yo desenterré unas raíces y recogí unas cuantas hierbas, y antes de ponerse el sol estábamos los cinco sentados ante una cena estupenda, rematada por dos grandes hogazas de pan recién hecho, mantequilla y un queso de textura quebradiza y tan local que ni siquiera tenía un nombre concreto.

Estábamos de buen humor tras un día de buen tiempo, y mientras cenábamos volvieron a salir las historias.

Hespe nos contó un cuento asombrosamente romántico de una reina que se había enamorado de un criado. Nos la contó con delicado apasionamiento. Y si bien su dicción no revelaba un corazón enternecido, sí lo hacían las miradas que le lanzaba a Dedan mientras hablaba del enamoramiento de la reina.

Sin embargo, Dedan no veía las señales del amor de Hespe. Y con un delirio que raras veces he visto igualar, empezó a contar una historia que había oído en la posada La Buena Blanca. Una historia sobre Felurian.

– El chico que me contó esto debía de tener la edad de aquí Kvothe -dijo Dedan-. Y si le hubierais oído hablar, habríais comprendido que no era de los capaces de inventarse un cuento así. -El mercenario se dio unos golpecitos en la sien-. Pero escuchad y juzgad vosotros mismos si vale la pena creérsela.

Como ya os he contado, Dedan tenía labia, y era de ingenio agudo cuando le daba la gana utilizarlo. Por desgracia, aquella fue una de las ocasiones en que le funcionó la lengua pero no la cabeza.

– Desde tiempos inmemoriales, los hombres han desconfiado de estos bosques. No por miedo a los malhechores, ni a perderse en ellos. -Sacudió la cabeza-. No. Dicen que los seres feéricos habitan aquí.

«Duendes maliciosos de pezuñas hendidas que bailan en las noches de luna llena. Seres de largos dedos que roban recién nacidos de las cunas. Son muchas las mujeres, jóvenes y ancianas, que dejan pan y leche junto a la puerta de su casa por la noche. Y son muchos los hombres que se aseguran de construir su casa con todas las puertas en hilera.

»Hay quien los llama supersticiosos, pero ellos saben la verdad. Lo más sensato es evitar a los Fata, pero cuando eso no es posible, lo mejor es estar en buenas relaciones con ellos.

»Esta es la historia de Felurian. La Dama del Crepúsculo. La Dama del Primer Silencio. Felurian, que significa la muerte para los hombres. Pero una muerte fausta, a la que se dirigen con gusto.

Tempi inspiró hondo. Apenas se movió un poco, pero me llamó la atención, porque seguía con su costumbre de permanecer completamente quieto cuando contábamos historias por la noche. Aquello sí lo entendía yo: que guardara silencio, que prestara atención.

– Felurian -preguntó Tempi-. La muerte para los hombres. ¿Es…? -Hizo una pausa-. ¿Es sentin? -Levantó ambas manos delante del cuerpo e hizo como si agarrara algo. Nos miró, expectante. Entonces, al ver que no lo entendíamos, tocó la espada que tenía a su lado en el suelo.

Lo entendí.

– No -dije-. No es una Adem.

Tempi negó con la cabeza y señaló el arco de Marten.

– No. No es una luchadora. Ella… -No terminé la frase, porque no sabía qué decir para explicarle cómo mataba Felurian a los hombres, sobre todo si no teníamos más remedio que recurrir a la mímica. Desesperado, miré a Dedan en busca de ayuda.

Dedan no vaciló.

– Sexo -dijo con franqueza-. ¿Sabes qué es el sexo?

Tempi parpadeó varias veces; entonces echó la cabeza hacia atrás y rió. Dedan, sorprendido, no supo si debía ofenderse o no. Al cabo de un momento Tempi recobró el aliento.

– Sí -se limitó a decir-. Sí, sé qué es el sexo.

– Pues así es como mata a los hombres -dijo Dedan con una sonrisa.

Al principio Tempi parecía más imperturbable que nunca, pero entonces, poco a poco, el horror fue extendiéndose por su cara. No, no era horror. Eran asco y repulsión, agravados por el hecho de que normalmente su rostro no expresaba nada. Con una mano hizo varios gestos extraños junto al costado.

– ¿Cómo? -preguntó con voz estrangulada.

Dedan fue a decir algo, pero se interrumpió. Entonces empezó a hacer un gesto, pero también paró, y miró con timidez a Hespe.

Hespe rió con su risa gutural y se volvió hacia Tempi. Pensó un momento, y entonces hizo como si abrazara a alguien y lo besara. Luego empezó a golpearse el pecho rítmicamente, representando los latidos del corazón. Aumentó el ritmo cada vez más, y de pronto paró, cerró la mano y abrió mucho los ojos. Tensó todo el cuerpo, y luego se quedó plácida, con la cabeza colgando hacia un lado.

Dedan rió y aplaudió su actuación.

– Eso es. Pero a veces… -se dio unos golpecitos en la sien; luego chasqueó los dedos, se puso bizco y sacó la lengua- loco.

Tempi se relajó.

– Ah -dijo, claramente aliviado-. Bueno. Sí.

Dedan asintió con la cabeza y reanudó su historia.

– Muy bien. Felurian. El deseo más vano de todo hombre. Una belleza sin parangón. -Pensando en Tempi, hizo un gesto como si cepillara una larga cabellera-. Hace veinte años, el padre y el tío de ese chico salieron a cazar a este mismo bosque a la puesta de sol. Se entretuvieron más de lo debido, y luego decidieron volver a casa atravesando la espesura en línea recta en lugar de por el camino como habría hecho cualquier persona sensata.

»No habían andado mucho cuando oyeron un canto a lo lejos. Fueron hacia allí creyendo que estaban cerca del camino, pero de pronto se encontraron al borde de un pequeño claro. Y allí estaba Felurian cantando en voz baja:

Cae-Lanion Luhial

di mari Felanua

Kreata Tu ciar

tu alaran di

Dirella. Amanen.

Loesi an delan

tu nia vor ruhlan

Felurian thae.

Me estremecí al oír aquella canción, pese a que Dedan cantaba muy mal. La melodía era inquietante, cautivadora y extraña. Tampoco reconocí el idioma. Ni una sola palabra.