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– Aquí todos como perros. -Compuso una expresión de rabia exagerada y grotesca; enseñaba los dientes, gruñía y hacía girar los ojos-. Solo sabéis esto.

Encogió los hombros con resignación, como dando a entender que no nos lo reprochaba.

– ¿Y los niños? -pregunté-. Los niños sonríen antes de hablar. ¿Eso está mal?

– Todos los niños bárbaros -dijo Tempi sacudiendo la cabeza-. Todos sonríen con cara. Todos los niños groseros. Pero crecen. Observan. Aprenden. -Hizo una pausa y se quedó pensativo, escogiendo sus palabras-. Bárbaros no tienen mujer que enseña civilización. Bárbaros no pueden aprender.

Me di cuenta de que no lo decía con ánimo de ofender, pero hizo que me decidiera aún más a aprender los detalles del lenguaje de signos de los Adem.

Tempi se levantó y empezó a calentar con una serie de estiramientos parecidos a los que había visto utilizar a los acróbatas de mi troupe cuando era pequeño. Después de unos quince minutos de estirarse así y asá, inició su lenta pantomima. Entonces yo no lo sabía, pero se llamaba el Ketan.

Molesto todavía por el comentario de Tempi de que los bárbaros no podían aprender, decidí imitarlo. Al fin y al cabo, no tenía nada mejor que hacer.

Mientras intentaba copiar sus movimientos, me di cuenta de lo endiabladamente complejos que eran: había que mantener las manos ligeramente ahuecadas, y los pies correctamente colocados. Pese a que Tempi se movía con una lentitud casi geológica, me resultó imposible imitar su elegancia. Tempi no paró ni me miró ni una vez. No me ofreció ni una sola palabra de ánimo, ni un solo consejo.

Era agotador, y cuando terminamos me alegré. Entonces encendí el fuego y monté un trébede. Sin decir nada, Tempi cogió una salchicha y unas patatas que empezó a pelar con cuidado con su espada.

Eso me sorprendió, pues Tempi mimaba su espada tanto como yo mi laúd. En una ocasión, Dedan la había cogido, y el Adem había reaccionado con una exaltación asombrosa, casi dramática. Dramática para Tempi, claro. Había pronunciado dos frases seguidas y había fruncido un poco el ceño.

Tempi vio que lo miraba y ladeó la cabeza, intrigado.

– ¿La espada? -pregunté señalándola-. ¿Para cortar las patatas?

Tempi miró la patata a medio pelar que tenía en una mano, y la espada que sujetaba con la otra.

– Es afilada. -Encogió los hombros-. Es limpia.

Me encogí también de hombros, pues no quería insistir. Mientras trabajábamos juntos, aprendí a decir hierro, nudo, hoja, chispa y sal.

Mientras esperábamos a que hirviera el agua, Tempi se levantó, se sacudió y empezó a calentar de nuevo. Volví a imitarlo, y esa vez me costó aún más. Tenía los músculos de los brazos y las piernas flojos y temblorosos del esfuerzo de la vez anterior. Hacia el final tuve que contener los temblores, pero recogí unos cuantos secretos más.

Tempi siguió ignorándome, pero eso no me importó. Siempre me han atraído los retos.

Capítulo 83

Falta de visión

Y encerraron a Táborlin bajo tierra -dijo Marten-. Lo dejaron allí sin nada más que la ropa que llevaba puesta y un cabo de vela que ardía con luz parpadeante para combatir la oscuridad.

»La intención del rey-hechicero era dejar a Táborlin encerrado hasta que el hambre y la sed debilitaran su fuerza de voluntad. Scyphus sabía que si Táborlin juraba ayudarlo, el mago cumpliría su promesa, porque Táborlin jamás faltaba a su palabra.

»Lo peor era que Scyphus le había quitado a Táborlin el bastón y la espada, y sin ellos su poder estaba muy mermado. Hasta le había quitado la capa de ningún color, pero Tábor… gggrrr. Pero… aaaj. Hespe, ¿puedes acercarme el odre?

Hespe le lanzó el odre de agua, y Marten dio un largo trago.

– Así está mucho mejor. -Carraspeó-. ¿Por dónde iba?

Llevábamos doce días en el Eld, y ya habíamos adoptado una rutina. Marten había modificado los términos de nuestra apuesta de acuerdo con nuestra creciente habilidad. Primero la subió a diez contra uno, y luego a quince contra uno, que era el mismo acuerdo a que había llegado con Dedan y Hespe.

Mi comprensión del lenguaje de signos adémico iba mejorando, y a raíz de eso Tempi se estaba convirtiendo en algo más que una hoja en blanco. A medida que yo aprendía a leer su lenguaje corporal, poco a poco su personalidad iba adquiriendo matices.

Era atento y considerado. Dedan le irritaba. Le encantaban las bromas, aunque muchas de las mías no le hacían ni pizca de gracia, y las que intentaba hacer él no tenían ningún sentido una vez traducidas.

Eso no significa que nuestra relación fuera perfecta. Yo seguía ofendiendo a Tempi de cuando en cuando con meteduras de pata e incorrecciones sociales que no entendía ni siquiera a posteriori. Todos los días imitaba su extraña danza, y todos los días él me ignoraba deliberadamente.

– Pues bien, Táborlin necesitaba escapar -continuó Marten- Pero tras inspeccionar su cueva, vio que no había ninguna puerta. Ni ventanas. Alrededor solo había piedra dura y lisa.

»Pero Táborlin el Grande conocía el nombre de todas las cosas, y todas las cosas estaban a sus órdenes. Le dijo a la piedra: “¡Rómpete!”, y la piedra se rompió. La pared se partió como una hoja de papel, y por esa brecha Táborlin vio el cielo y respiró el dulce aire primaveral.

»Táborlin salió de la cueva, entró en el castillo y llegó ante las puertas del salón real. Las puertas estaban cerradas, pero Táborlin dijo: “¡Arded!”, y estallaron en llamas y pronto quedaron reducidas a finas cenizas grises.

»Táborlin entró en el salón y vio al rey Scyphus allí sentado con cincuenta guardias. El rey ordenó: “¡Apresadlo!”, pero los guardias acababan de ver cómo las puertas quedaban reducidas a cenizas, así que avanzaron hacia él, pero ninguno de ellos se le acercó demasiado, no sé si me explico.

»El rey Scyphus gritó: “¡Cobardes! ¡Combatiré a Táborlin mediante brujería y lo venceré!”. Él también le tenía miedo a Táborlin, pero lo disimulaba muy bien. Además, Scyphus tenía su bastón, y Táborlin, en cambio, no.

«Entonces Táborlin dijo: “Si tan valiente eres, devuélveme mi bastón antes de batirnos en duelo”.

»“Por descontado”, replicó Scyphus, aunque en realidad no pensaba devolvérselo. “Está ahí, en ese arcón.”

Marten nos miró a todos con aire cómplice.

– Veréis, Scyphus sabía que el arcón estaba cerrado y que solo había una llave. Y esa llave la tenía él en el bolsillo. Táborlin fue hacia el arcón, pero lo encontró cerrado. Entonces Scyphus se echó a reír, y algunos de sus guardias lo imitaron.

»Eso enfureció a Táborlin. Y antes de que nadie pudiera hacer nada, golpeó la tapa del arcón con una mano y gritó: “¡Edro!”. El arcón se abrió; Táborlin cogió su capa de ningún color y se envolvió con ella.

Marten volvió a carraspear.

– Perdonadme -dijo, e hizo una pausa para dar otro largo trago.

– ¿De qué color crees que era la capa de Táborlin? -le preguntó Hespe a Dedan.

Dedan arrugó un poco la frente.

– ¿Qué quieres decir? No era de ningún color, como cuenta la historia.

La boca de Hespe formó una fina línea.

– Eso ya lo sé -replicó-. Pero cuando te la imaginas, ¿cómo la ves? Debes de imaginártela de alguna manera, ¿no?

Dedan se quedó pensando un momento.

– Siempre me la he imaginado brillante -dijo-. Como los adoquines frente a un taller de sebo después de una fuerte lluvia.

– Yo siempre me la he imaginado de un gris sucio -repuso Hespe-. Como desteñida después de tanto tiempo en el camino.

– Sí, puede ser -dijo Dedan, y vi que el rostro de Hespe volvía a relajarse.

– Blanca -aportó Tempi-. Yo la pienso blanca. Ningún color.

– Yo siempre me la he imaginado de color azul cielo -admitió Marten encogiéndose de hombros-. Ya sé que no tiene sentido. Pero yo me la imagino así.