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Jax se caló el sombrero, cogió el bastón y recogió los fardos del calderero. Cuando encontró el tercero, que el calderero todavía no había abierto, preguntó:

– ¿Qué hay en este?

– Una cosa para que te atragantes -le espetó el calderero.

– No deberías enfadarte por un sombrero -le dijo el chico-. Yo lo necesito más que tú. Voy a tener que caminar mucho para encontrar la luna y hacerla mía.

– Pero si no me hubieras quitado el sombrero, quizá te habría ayudado a atraparla -replicó el calderero.

– Puedes quedarte mi casa rota -dijo Jax-. Eso ya es algo. Aunque tendrás que arreglarla tú.

Jax se puso los anteojos y echó a andar por el camino en dirección a la luna. Caminó toda la noche, y solo paró cuando la luna se perdió de vista detrás de las montañas.

Y Jax caminó un día tras otro, buscando sin descanso…

Dedan soltó una risotada.

– ¿Eso no os suena a nada? -murmuró, lo bastante alto para que todos lo oyéramos-. Me pregunto si no perdería el tiempo trepando a los árboles, como nosotros.

Hespe lo fulminó con la mirada y tensó los músculos de las mandíbulas.

Di un suspiro.

– ¿Has terminado? -preguntó Hespe mirando a Dedan con hostilidad.

– ¿Qué pasa? -preguntó Dedan.

– Pasa que te calles mientras cuento mi historia -dijo Hespe.

– ¡Los demás han dicho lo que han querido! -Dedan se levantó, indignado-. Hasta el mudito -señaló a Tempi- ha hablado. ¿Por qué solo me haces callar a mí?

Hespe hervía de rabia, pero se contuvo y dijo:

– Porque lo que quieres es provocar una pelea a mitad de mi historia.

– Decir la verdad no es provocar una pelea -protestó Dedan-. Alguien tiene que decir alguna palabra sensata de vez en cuando aquí.

Hespe levantó los brazos al cielo.

– ¿Lo ves? ¡Y sigues! ¿No puedes parar por una noche? Aprovechas cualquier ocasión para refunfuñar y fastidiar.

– Al menos yo, cuando no estoy de acuerdo, expreso mi opinión -replicó Dedan-. No me callo como un cobarde.

Hespe echaba chispas por los ojos, y pese a lo que me dictaba mi instinto, decidí intervenir.

– Está bien -los interrumpí mirando a Dedan-. Si tienes alguna idea mejor sobre lo que tenemos que hacer para encontrar a esa gente, dínosla. Hablémoslo como adultos.

Mi intervención no calmó a Dedan ni un ápice. Lo único que conseguí fue que dirigiera su rabia hacia mí.

– ¿Qué vas a saber tú de adultos? -me dijo-. Estoy harto de que me haga callar un mocoso que seguramente ni siquiera tiene pelos en los huevos.

– No tengo ninguna duda de que si el maer hubiera sabido lo peludos que tienes los huevos, te habría puesto a ti al mando -dije con una serenidad que pretendía ser exasperante-. Por desgracia, se ve que no se fijó en ese detalle y se decidió por mí.

Dedan inspiró hondo, pero Tempi intervino antes de que pudiera estallar.

– Huevos -dijo el Adem con tono de curiosidad-. ¿Qué es huevos?

Dedan soltó todo el aire de golpe, y se volvió hacia Tempi, entre irritado y divertido. Entonces rió e hizo un movimiento elocuente ahuecando una mano entre las piernas.

– Huevos. Ya sabes -dijo con toda naturalidad.

Hespe puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

– Ah -dijo Tempi, y asintió para demostrar que había entendido-. ¿Por qué busca el maer huevos peludos?

Hubo una pausa, y entonces una tormenta de risas estalló por todo nuestro campamento, con toda la fuerza de la tensión acumulada que había estado a punto de provocar una pelea. Hespe reía a carcajadas, doblada por la cintura. Marten se enjugaba las lágrimas. Dedan reía tan fuerte que no pudo sostenerse en pie y acabó en cuclillas, sujetándose al suelo con una mano.

Al cabo de un rato estábamos todos sentados alrededor del fuego, respirando hondo y sonriendo como benditos. La tensión, espesa como la niebla de invierno, desapareció por primera vez desde hacía varios días. Y entonces Tempi cruzó la vista disimuladamente conmigo. Se frotó con suavidad el índice y el pulgar. ¿Regocijo? No. Satisfacción. Lo comprendí al volver a mirarlo y comprobar que su semblante era más inexpresivo que nunca. Esforzadamente inexpresivo. Tan inexpresivo que era casi petulante.

– ¿Puedes continuar con tu historia, querida? -le preguntó Dedan a Hespe-. Me gustaría saber cómo consiguió ese chico llevarse a la luna a la cama.

Hespe le sonrió; fue la primera sonrisa sincera que le había visto dirigirle a Dedan en muchos días.

– He perdido el hilo -dijo-. La historia tiene un ritmo, como las canciones. Puedo contarla desde el principio, pero si empiezo por la mitad me haré un lío.

– ¿Nos la contarás mañana desde el principio si te prometo que me estaré callado?

– Sí -concedió ella-. Si me lo prometes

Capítulo 87

El Lethani

Al día siguiente, Tempi y yo fuimos a Crosson por provisiones. Eso significaba una larga jornada a pie, pero como no teníamos que buscar rastros a cada paso, parecía que voláramos por el camino.

Mientras andábamos, Tempi y yo intercambiábamos palabras. Aprendí a decir sueño, olor y hueso. Aprendí que en adémico había palabras diferentes para decir «hierro» y «hierro de espada».

Luego mantuvimos una infructuosa conversación de una hora en la que Tempi intentó ayudarme a entender qué quería decir cuando se frotaba los dedos por encima de una ceja. Parecía casi lo mismo que un encogimiento de hombros, pero Tempi insistía en que no era lo mismo. ¿Era indiferencia? ¿Ambigüedad?

– ¿Es lo que sientes cuando alguien te deja elegir? -le pregunté, probando de nuevo-. ¿Cuando alguien te ofrece una manzana o una ciruela? -Puse las manos delante del cuerpo, con la palma hacia arriba-. Pero las dos te gustan. -Junté los dedos y me los froté dos veces por encima de una ceja-. ¿Es eso?

– No -contestó Tempi.

Se paró un momento, y luego siguió caminando. Con la mano izquierda junto al costado indicó: falsedad.

– ¿Qué es ciruela? -Atento.

– ¿Cómo dices? -pregunté, desconcertado.

– ¿Qué significa ciruela? -Hizo otro signo: totalmente serio. Atento.

Concentré mi atención en los árboles y enseguida lo percibí: movimiento entre la maleza.

El ruido provenía del lado sur del camino. El lado que todavía no habíamos explorado. Eran los bandidos. Sentí excitación y miedo. ¿'Nos atacarían? Yo, con mi capa raída, no debía de ser un objetivo muy atractivo, pero llevaba el laúd en su oscuro y lujoso estuche.

Tempi se había puesto la ropa de mercenario, roja y ceñida, para ir hasta el pueblo. ¿Disuadiría eso a un hombre armado con un arco? ¿O me tomaría por un trovador lo bastante rico para contratar a un guardaespaldas adem? Quizá pareciéramos una presa apetitosa.

Eché de menos el atrapaflechas que le había vendido a Kilvin, y me di cuenta de que el maestro tenía razón: la gente pagaría lo que le pidieran por ellos. En ese momento, yo habría dado por uno hasta el último penique que tenía en la bolsa.

Le hice signos a Tempi: aceptación. Falsedad. Acuerdo.

– Una ciruela es una fruta dulce -dije al mismo tiempo que aguzaba el oído, atento a cualquier sonido revelador proveniente de la espesura.

¿Qué sería mejor, correr hacia los árboles y escondernos o fingir que no nos habíamos percatado de su presencia? ¿Qué podía hacer yo si nos atacaban? Llevaba en el cinto el puñal que le había comprado al calderero, pero no tenía ni idea de cómo utilizarlo. De pronto me di cuenta de lo poco preparado que estaba. ¿Qué demonios pintaba yo allí? Aquella situación me era completamente ajena. ¿Por qué me había enviado el maer?