Выбрать главу

Sim miró alrededor con curiosidad.

– La reacción de la gente me ha parecido… -buscó una palabra- heterogénea. ¿A qué se debe eso?

– A que nuestro joven Seis Cuerdas es tan afilado que casi se corta -respondió Stanchion, que había venido hasta nuestra mesa.

– ¡Vaya! ¿Usted también lo ha notado? -preguntó Manet con aspereza.

– Calla -dijo Marie-. Ha sido genial.

Stanchion suspiró y meneó la cabeza.

– A mí no me importaría saber de qué estáis hablando -dijo Wilem un tanto molesto.

– Kvothe ha tocado la canción más sencilla del mundo y ha hecho que pareciera que hilaba oro con un copo de lino -explicó Marie-. Luego ha cogido un tema musical de verdad, una pieza que solo unos pocos de los que están hoy en este local podrían tocar, y ha hecho que pareciera tan fácil que se diría que un niño podría tocarla con un silbato.

– No voy a negar que lo ha hecho con gran habilidad -admitió Stanchion-. El problema es cómo lo ha hecho. Los que se han puesto a aplaudir después de la primera canción se sienten imbéciles. Piensan que se ha jugado con ellos.

– Es que eso es lo que ha pasado -dijo Marie-. Un intérprete manipula a su público. Esa es la gracia de la broma.

– A la gente no le gusta que jueguen con ella y hagan chistes a su costa -replicó Stanchion-. Es más, le molesta. A nadie le gusta que le hagan bailar al son que otro toca.

– En realidad -intervino Simmon sonriente-, los hizo bailar con el laúd.

Todos se volvieron hacia él, y a Simmon se le apagó un poco la sonrisa.

– ¿No lo pilláis? Los hizo bailar. Al son del laúd. -Bajó la vista hacia la mesa, se le borró del todo la sonrisa y se puso colorado-. Lo siento.

Marie soltó una carcajada.

– Es como si hubiera dos públicos, ¿no? -dijo Manet hablando despacio-. Están los que saben suficiente de música para entender el chiste y los que necesitan que les expliquen el chiste.

Marie miró a Manet e hizo un gesto triunfante.

– Eso es exactamente -le dijo a Stanchion-. Si vienes aquí y no sabes suficiente para entender el chiste por ti mismo, te mereces que te regañen un poco.

– Solo que la mayoría de esa gente son nobles -puntualizó Stanchion-. Y nuestro listillo todavía no tiene mecenas.

– ¿Qué? -dijo Marie-. Pero si ya hace meses que Threpe hizo correr la voz sobre ti. ¿Por qué nadie te ha fichado todavía?

– Ambrose Anso -dije a modo de explicación.

Por la expresión de Marie, ignoraba de quién le hablaba.

– ¿Es un músico? -preguntó.

– Es el hijo de un barón -aclaró Wilem.

Marie arrugó el ceño sin comprender.

– ¿Y cómo va a impedir él que consigas un mecenas?

– Gracias a que tiene mucho tiempo libre y el doble de dinero que Dios -dije con aspereza.

– Su padre es uno de los hombres más poderosos de Vintas -añadió Manet, y se volvió hacia Simmon-. ¿Qué es, el decimosexto en la línea del trono?

– Decimotercero -le corrigió Simmon hoscamente-. La familia Surthen, entera, murió en el mar hace dos meses. Ambrose no para de recordar a todos que su padre está a solo doce pasos de convertirse en rey.

– Lo que ocurre -dijo Manet dirigiéndose a Marie- es que el hijo de ese barón tienen mucha influencia, y no duda en ejercerla.

– Para ser completamente sinceros -intervino Stanchion-, deberíamos mencionar que el joven Kvothe no es la persona con mayores habilidades sociales de la Mancomunidad. -Carraspeó antes de añadir-: Como queda demostrado por su actuación de esta noche.

– No soporto que me llamen «el joven Kvothe» -le dije en un aparte a Sim. Mi amigo me miró con compasión.

– Yo sigo pensando que ha sido genial -dijo Marie mirando a Stanchion y plantando los pies firmemente en el suelo-. Es lo más ingenioso que ha hecho nadie aquí en el último mes, y tú lo sabes.

Le puse una mano en el brazo a Marie.

– Stanchion tiene razón -dije-. Ha sido una estupidez. -Encogí los hombros con cierta vacilación-. O al menos lo sería si todavía conservara algún resquicio de esperanza de conseguir un mecenas. -Miré a Stanchion a los ojos-. Pero no la tengo. Los dos sabemos que Ambrose me ha envenenado ese pozo.

– Los pozos no se quedan envenenados para siempre -objetó Stanchion.

Volví a encogerme de hombros.

– Entonces, ¿qué te parece esta excusa? Prefiero tocar canciones que divierten a mis amigos que complacer a quienes me juzgan basándose solo en habladurías.

Stanchion inspiró hondo y soltó el aire de golpe.

– Está bien -dijo esbozando una sonrisa.

A continuación se produjo un breve silencio, y Manet carraspeó de forma significativa y miró alrededor.

Capté su indirecta e hice las presentaciones.

– Stanchion, ya conoces a mis compañeros Wil y Sim. Este es Manet, alumno y, ocasionalmente, mi mentor en la Universidad. Este es Stanchion: anfitrión, propietario, y dueño del escenario del Eolio.

– Encantado de conocerte -dijo Stanchion; inclinó educadamente la cabeza y luego miró alrededor con nerviosismo-. Y hablando de anfitriones, debo ocuparme de mi negocio. -Antes de marcharse, me dio una palmada en la espalda-. Aprovecharé para ver si puedo apagar un par de fuegos.

Le di las gracias con una sonrisa; luego hice un ademán elegante y dije:

– Os presento a Marie. Como habéis podido comprobar con vuestros propios oídos, es la mejor violinista del Eolio. Como podéis ver con vuestros propios ojos, es la mujer más hermosa en miles de kilómetros a la redonda. Como habrá percibido vuestra inteligencia, es la más sabia de…

Sonriente, Marie me interrumpió con un manotazo.

– Si mi sabiduría fuera la mitad de mi estatura, no saldría a defenderte -dijo-. ¿Es verdad que el pobre Threpe te ha estado haciendo publicidad todo este tiempo?

– Sí -contesté-. Ya le advertí que era una causa perdida.

– Lo es si te empeñas en burlarte de la gente -dijo ella-. Te juro que nunca he conocido a un hombre con un don como el tuyo para caer mal a los demás. Si no tuvieras ese encanto personal, a estas alturas ya te habrían apuñalado.

– No lo sabes bien -murmuré.

Marie miró a mis amigos.

– Encantada de conoceros.

Wil asintió con la cabeza, y Sim sonrió. Manet, en cambio, se puso en pie con un movimiento fluido y le tendió una mano a Marie. Ella le ofreció la suya, y Manet se la tomó con ambas manos, con ternura.

– Marie -dijo-, me has dejado intrigado. ¿Tendré alguna posibilidad de invitarte a una copa y de disfrutar del placer de tu conversación en algún momento de la noche?

Me quedé demasiado perplejo para hacer otra cosa que mirarlos. Allí de pie, los dos parecían unos sujetalibros desparejados. Marie le sacaba quince centímetros a Manet, y sus botas conseguían que sus piernas parecieran aún más largas.

Manet, por su parte, tenía el aspecto de siempre, entrecano y desaliñado, y aparentaba como mínimo diez años más que Marie.

Marie parpadeó y ladeó un poco la cabeza, como si considerara la proposición.

– Ahora estoy con unos amigos -dijo-. Cuando haya terminado con ellos, quizá se haya hecho un poco tarde.

– No me importa cuándo -repuso Manet con tranquilidad-. Si es necesario, estoy dispuesto a perder unas horas de sueño. Ya no recuerdo la última vez que compartí la compañía de una mujer que expresa sus ideas con tanta firmeza y sin vacilación. Hoy en día no abundan las personas como tú.

Marie volvió a inspeccionarlo.

Manet la miró a los ojos y compuso una sonrisa tan segura y adorable que parecía aprendida en los escenarios.

– No quisiera que tuvieras que abandonar a tus amigos por mí -dijo-. Pero hacía diez años que ningún violinista me hacía bailar. Creo que lo mínimo que puedo hacer es invitarte a una copa.

Marie le sonrió entre sorprendida e irónica.