Выбрать главу

Saqué el trapo en que había restregado el pellizco de ceniza y un trocito de hierro y los sujeté con una mano. Se me revolvió el estómago al recordar para qué nos habían enviado allí: para dar caza y matar a unos hombres. Cierto, eran forajidos y asesinos, pero hombres al fin y al cabo. Respiré hondo e intenté relajarme.

Notaba la superficie de la roca, fría y rugosa, contra mi mejilla. Agucé el oído, pero solo oía el continuo repiqueteo de la lluvia. Combatí el impulso de inclinarme hacia delante y asomarme por el borde de la roca para ampliar mi campo de visión. Volvió a destellar un relámpago, y estaba contando los segundos que tardaba en sonar el trueno cuando vi aparecer a un par de figuras.

Noté un súbito calor en el pecho.

– ¡Dispárales, Marten! -grité.

Dedan se dio rápidamente la vuelta, y cuando salí de mi escondite, ya estaba plantado frente a mí con la espada en alto. Hespe, algo más comedida, se paró con la suya a medio desenvainar.

Escondí el puñal; me acerqué a Dedan y me quedé a unos pasos de él. Cuando retumbó el trueno, lo miré a los ojos y le sostuve la mirada. Su expresión era desafiante, y no me molesté en disimular mi ira. Al cabo de un largo minuto de silencio, Dedan desvió la vista fingiendo que necesitaba apartarse el agua de los ojos.

– Guarda eso -dije apuntando a su espada con la barbilla. Tras un segundo de vacilación, Dedan obedeció. Entonces me guardé la delgada hoja de acero que tenía en la mano en el forro de la capa-. Si fuéramos bandidos, ya estaríais muertos. -Miré a Hespe, y luego de nuevo a Dedan-. Volved al campamento.

Dedan mudó la expresión.

– Estoy harto de que me hables como si fuera un crío. -Me amenazó con un dedo-. Llevo mucho más tiempo que tú en este mundo. No soy estúpido.

Reprimí varias respuestas airadas que no habrían hecho más que empeorar las cosas.

– No tengo tiempo para discutir contigo. Nos estamos quedando sin luz, y vosotros nos estáis poniendo en peligro. Volved al campamento.

– Deberíamos acabar con esto esta noche -replicó él-. Ya nos hemos cargado a dos; seguramente solo quedan cinco o seis. Podemos sorprenderlos en la oscuridad, en medio de la tormenta. Pum. Zas. Mañana a la hora de comer podemos estar en Crosson.

– ¿Y si son una docena? ¿Y si son veinte? ¿Y si se esconden en una granja? ¿Y si encuentran nuestro campamento cuando no haya nadie allí? Todas nuestras provisiones, nuestra comida y mi laúd podrían desaparecer, y podrían tendernos una trampa cuando regresáramos. Y todo porque no habéis podido esperar una hora. -El rostro de Dedan enrojeció peligrosamente, y me di la vuelta-. Volved al campamento. Ya hablaremos esta noche.

– No, maldita sea. Voy a ir con vosotros, y tú no podrás hacer nada para impedírmelo.

Apreté las mandíbulas. Lo peor era que Dedan tenía razón: yo no tenía forma de imponer mi autoridad. No podía hacer nada aparte de someterlo con el fetiche de cera que había hecho. Y sabía que esa era la peor opción, porque además de convertir a Dedan en mi enemigo declarado, también pondría a Hespe y a Marten en mi contra.

Miré a Hespe.

– ¿Qué haces tú aquí?

Hespe le lanzó una mirada rápida a Dedan.

– Quería venir solo. He pensado que era mejor que siguiéramos juntos. Y nos lo hemos pensado bien. Nadie va a encontrar nuestro campamento. Lo hemos escondido todo y hemos apagado el fuego antes de venir.

Di un suspiro y me guardé el trapo con el pellizco de ceniza, ya inútil, en un bolsillo de la capa. Claro, habían apagado el fuego.

– Pero estoy de acuerdo con Dedan -añadió Hespe-. Deberíamos acabar con ellos esta noche.

Miré a Marten.

El rastreador me lanzó una mirada de disculpa.

– Mentiría si dijera que no estoy deseando acabar con esto -dijo, y se apresuró a añadir-: Si podemos hacerlo bien. -Habría dicho algo más, pero las palabras se atascaron en su garganta y empezó a toser.

Miré a Tempi, que me devolvió la mirada.

Lo peor era que en el fondo estaba de acuerdo con Dedan: quería acabar con aquello. Quería una cama caliente y una comida decente. Quería llevar a Marten a un sitio seco. Quería volver a Severen y disfrutar de la gratitud de Alveron. Quería encontrar a Denna, pedirle perdón y explicarle por qué me había marchado sin decirle nada.

Solo un loco nada contra la corriente.

– Está bien. -Alcé los ojos hacia Dedan-. Si muere alguno de tus amigos, será culpa tuya. -Vi pasar por su cara una pizca de incertidumbre, que desapareció cuando Dedan apretó las mandíbulas. Había hablado demasiado para que su orgullo le permitiera echarse para atrás.

Lo amenacé con un dedo.

– Pero de ahora en adelante, todos haréis lo que os mande. Escucharé vuestras propuestas, pero las órdenes las daré yo. -Paseé la vista alrededor. Marten y Tempi asintieron de inmediato, y Hespe los imitó solo un segundo más tarde. Dedan lo hizo más lentamente.

Lo miré.

– Júramelo. -Dedan entrecerró los ojos-. Si haces alguna payasada esta noche cuando estemos atacando, podríamos morir todos. No confío en ti. Preferiría abandonar que hacer esto con alguien en quien no confío.

Hubo otro momento de tensión, pero antes de que se prolongara demasiado, Marten intervino:

– Venga, Den. El chico sabe lo que hace. Ha montado esta emboscada en cuatro segundos. -Con tono jocoso, añadió-: Además, no está tan mal como el capullo de Brenwe, y por aquel trabajito no nos pagaban tan bien.

– Sí, supongo que tienes razón -dijo Dedan esbozando una sonrisa-. Si acabamos con esto esta noche.

Yo no tenía ninguna duda de que Dedan haría lo que le diera la gana si se le antojaba.

– Júrame que obedecerás mis órdenes.

Se encogió de hombros y desvió la mirada.

– Sí. Lo juro.

No era suficiente.

– Júralo por tu nombre.

Dedan se apartó la lluvia de la cara y me miró, desconcertado.

– ¿Cómo dices?

Lo miré a los ojos y, en tono solemne, dije:

– Dedan, ¿harás lo que te ordene esta noche, sin cuestionarlo y sin vacilar? Dedan, ¿lo juras por tu nombre?

Trasladó el peso del cuerpo de una pierna a la otra, y entonces se irguió un poco.

– Sí, lo juro por mi nombre.

Me acerqué más a él y, en voz baja, dije: «Dedan». Al mismo tiempo, calenté un poco el fetiche de cera que tenía en el bolsillo, lo suficiente para que Dedan lo notara, aunque solo fuese un momento.

Vi que abría mucho los ojos, y le dediqué mi mejor sonrisa de Táborlin el Grande. Era una sonrisa llena de secretos, amplia, confiada y bastante petulante. Era una sonrisa que, por sí sola, contaba toda una historia.

– Ahora tengo tu nombre -dije con un hilo de voz-. Tengo dominio sobre ti.

La cara que puso Dedan compensaba un mes de lamentos y gruñidos. Me aparté y dejé que la sonrisa desapareciera, rápida como un relámpago. Con la facilidad con que te quitas una máscara. Eso haría que Dedan se preguntara qué expresión era la verdadera: la de joven inofensivo o la de Táborlin que acababa de vislumbrar.

Me di la vuelta antes de estropearlo.

– Marten irá delante reconociendo el terreno. Tempi y yo lo seguiremos a una distancia de cinco minutos. Así, Marten tendrá tiempo de localizar a los centinelas y volver a avisarnos. Vosotros dos nos seguiréis a una distancia de diez minutos.

Miré a Dedan y alcé ambas manos con los dedos extendidos.

– Diez minutos. Es más lento, pero más seguro así. ¿Alguna propuesta? -Nadie dijo nada-. Muy bien. Adelante, Marten. Vuelve si te topas con algún problema.

– Cuenta con ello -dijo, y enseguida se perdió de vista entre aquella masa verde y marrón de hojas, corteza, rocas y lluvia.