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– Ahora estaré en el segundo piso. -Señaló hacia la escalera-. Pero quedaré libre dentro de, no sé, un par de horas…

– Te agradezco tu amabilidad -dijo él-. ¿Quieres que vaya a buscarte?

– Sí, por favor. -Lo miró una vez más y se dio la vuelta.

Manet se sentó y cogió su jarra.

Simmon estaba tan estupefacto como todos nosotros.

– ¿Qué demonios ha sido eso? -preguntó.

Manet rió por debajo de la barba y se reclinó en el respaldo de la silla sujetando la jarra contra el pecho.

– Pues eso ha sido -empezó con suficiencia- otra cosa más de la que yo entiendo y vosotros, que solo sois unos cachorros, no. Tomad nota. Prestad atención.

Cuando los miembros de la nobleza quieren mostrar su agradecimiento a un músico, le ofrecen dinero. Cuando empecé a tocar en el Eolio, recibí algunos regalos de esa clase, y durante un tiempo ese dinero me había bastado para ayudar a pagar mi matrícula y mantenerme a flote aunque solo fuera por los pelos. Pero Ambrose no había cejado en su campaña contra mí, y hacía meses que yo no recibía ninguna propina.

Los músicos son más pobres que los nobles, pero saben disfrutar de una actuación. Y cuando les gusta cómo tocas, te invitan a copas. Esa era la verdadera razón por la que yo había ido al Eolio esa noche.

Manet fue a la barra a buscar un trapo húmedo con que limpiar la mesa para que pudiéramos echar otra partida de esquinas. Todavía no había vuelto cuando un joven caramillero ceáldico se acercó y nos preguntó si podía invitarnos a una ronda.

Sí podía, por supuesto. El caramillero llamó a una camarera que pasaba cerca y cada uno pidió lo que más le apetecía, además de una cerveza para Manet.

Bebimos, jugamos a cartas y escuchamos música. A Manet y a mí nos tocaron cartas malas y perdimos tres manos seguidas. Eso me deprimió un poco, pero no tanto como la inquietante sospecha de que Stanchion podía tener razón con lo que había dicho.

Un mecenas rico me habría solucionado muchos problemas. Hasta un mecenas pobre me habría proporcionado un poco de espacio para respirar, económicamente hablando. Al menos, tendría alguien a quien podría pedir prestado dinero en caso de apuro, en lugar de verme obligado a tratar con personajes peligrosos.

Mientras pensaba esas cosas, jugué mal y perdimos otra mano; ya llevábamos cuatro seguidas, y además con una prenda.

Manet me lanzó una mirada asesina mientras recogía las cartas.

– A ver si te aprendes esto antes de presentarte al examen de admisiones. -Levantó una mano apuntando con tres dedos hacia arriba-. Imagínate que tienes tres picas en la mano, y que ya han salido cinco picas. -Levantó la otra mano, extendiendo los cinco dedos-. ¿Cuántas picas hay en total? -Se recostó en la silla y se cruzó de brazos-. Tómate tu tiempo.

– Todavía no se ha recuperado del impacto de saber que Marie ha aceptado tomarse una copa contigo -dijo Wilem con aspereza-. A nosotros nos pasa lo mismo.

– A mí no -dijo Simmon-. Yo ya sabía que tenías encanto.

Nos interrumpió Lily, una de las camareras habituales del Eolio.

– ¿Qué pasa aquí? -nos preguntó, jovial-. ¿Habéis montado una fiesta?

– Lily -dijo Simmon-, si te invitara a tomar una copa, ¿te lo pensarías?

– Sí -contestó ella sin dudarlo-. Pero no mucho rato. -Le puso una mano en el hombro-. Estáis de suerte, chicos. Un admirador anónimo de la música os ha invitado a una ronda.

– Para mí, scutten -dijo Wilem.

– Aguamiel -dijo Simmon con una sonrisa.

– Yo me tomaré un sounten -dije yo. Manet arqueó una ceja.

– ¿Un sounten? -preguntó lanzándome una mirada-. Yo también. -Miró a la camarera con aire de complicidad y me apuntó con la barbilla-. A su cuenta, claro.

– ¿Seguro? -dijo Lily, y encogió los hombros-. Vuelvo enseguida.

– Ahora que nos has dejado a todos impresionados, ya puedes divertirte un poco, ¿no? -me dijo Simmon-. ¿No nos cantarías algo sobre un burro…?

– Por última vez: no -dije-. No quiero saber nada de Ambrose. No gano nada con seguir fastidiándolo.

– Le rompiste un brazo -apuntó Wil-. Creo que ya lo has fastidiado bastante.

– Él me rompió el laúd -repliqué-. Estamos en paces. Estoy dispuesto a olvidar el pasado.

– Y un cuerno -terció Sim-. Tiraste una libra de mantequilla rancia por su chimenea. Le aflojaste la cincha de la silla…

– ¡Manos negras! ¡Cállate ya! -dije mirando alrededor-. De eso ya hace casi un mes, y nadie sabe que fui yo excepto vosotros dos.

Y ahora Manet. Y todos los que están cerca.

Sim se puso muy colorado, y la conversación se detuvo hasta que Lily regresó con nuestras bebidas. El scutten de Wil venía en la tradicional taza de piedra. El dorado aguamiel de Sim brillaba en una copa alta. A Manet y a mí nos dio jarras de madera.

Manet sonrió.

– No recuerdo la última vez que pedí un sounten -caviló-. Y creo que nunca había pedido uno para mí.

– Yo nunca se lo había visto tomar a nadie -aportó Sim-. Kvothe se los pule como si nada. Tres o cuatro en una noche.

– ¿No lo saben? -me preguntó Manet arqueando una de sus pobladas cejas.

Negué con la cabeza y di un sorbo de mi jarra, sin saber si debía reírme o morirme de vergüenza.

Manet empujó su jarra hacia Simmon, que la cogió y bebió un sorbo. Frunció el entrecejo y dio otro.

– ¿Agua?

Manet asintió.

– Es un viejo truco de prostitutas. Estás charlando con una en la taberna del burdel, y quieres demostrarle que no eres como los demás. Tú eres un hombre refinado. Así que la invitas a una copa.

Estiró el brazo y recuperó su jarra.

– Pero ellas están trabajando. Ellas no quieren beber. Prefieren el dinero. Piden un sounten, un peveret o algo por el estilo. Tú pagas, el camarero le da a ella agua, y al final de la noche, la chica se reparte el dinero con la casa. Si sabe escuchar, una chica puede ganar tanto en la barra como en la cama.

– Aquí hacemos tres partes -intervine yo-. Un tercio para la casa, un tercio para el camarero y un tercio para mí.

– Pues te están timando -dijo Manet con franqueza-. El camarero debería obtener su parte de la casa.

– En Anker's nunca te he visto pedir un sounten -observó Sim.

– Debe de ser el aguamiel de Greysdale -apuntó Wil-. Allí lo pides mucho.

– Pero si yo he pedido Greysdale -objetó Sim-. Sabía a encurtidos y a meados. Además…

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– ¿Era más caro de lo que pensabas? No tendría mucho sentido montar tanto lío por lo que cuesta una cerveza pequeña, ¿no crees?

– Cuando pido Greysdale en Anker's, saben perfectamente lo que quiero decir -expliqué-. Si pidiera algo que no existiera, alguien podría descubrir el juego.

– Y tú ¿cómo lo sabes? -le pregunto Sim a Manet.

– Más sabe el diablo por viejo que por diablo -contestó.

Las luces empezaron a atenuarse y nos volvimos hacia el escenario.

Avanzaba la noche. Manet nos abandonó por pastos más verdes, y Wil, Sim y yo hicimos todo lo posible para mantener nuestra mesa limpia de vasos mientras los músicos que se habían divertido nos invitaban a una ronda tras otra. De hecho, nos invitaron a una cantidad escandalosa de copas. Muchas más de las que yo me habría atrevido a soñar.

Yo casi siempre pedía sounten, porque recoger dinero para pagar mi matrícula era el motivo principal por el que había ido al Eolio esa noche. Wil y Sim también pidieron varias rondas de sounten, ahora que ya conocían el truco. Y yo se lo agradecí por partida doble, pues de otro modo me habría visto obligado a llevarlos a casa en una carretilla.

Al final nos hartamos los tres de música, chismorreos, y, en el caso de Sim, de perseguir sin éxito a las camareras.

Antes de irnos, pasé a hablar un momento por la barra y le expliqué al camarero la diferencia entre una mitad y una tercera parte. Al final de la negociación, me embolsé un talento y seis iotas. La mayor parte de ese dinero provenía de las consumiciones a que los otros músicos me habían invitado esa noche.