Выбрать главу

En las undantes sombras de una vela ella danzaba

y en ayunas me tenía el cuerpo, el rostro, la mirada.

Ni el canto de las hadas que loa la tradición

era más poderoso que el lazo de su atracción.

¡Felurian! Oh dama hechicera,

dulce como la madreselva es tu beso.

De aquel que aún no te conozca ni te quiera

yo me compadezco.

La miré con el rabillo del ojo. Allí sentada, parecía que escuchara con todo el cuerpo. Tenía los ojos muy abiertos. Se había llevado una mano a la boca, ahuyentando a la mariposa que estaba posada allí, y con la otra se tocó el pecho al inspirar lentamente. Era justo lo que yo pretendía, pero de todas formas lo lamenté.

Me encorvé sobre el laúd e hice danzar los dedos por las cuerdas. Tejí acordes como agua sobre las piedras de un río, como el suave aliento junto al oído. Entonces me armé de valor y canté:

En sus ojos centelleaba el azul más profundo,

cual despejado firmamento nocturno.

Sus artes amatorias son…

Detuve los dedos sobre las cuerdas e hice una breve pausa, como si no estuviera seguro de algo. Vi que Felurian empezaba a salir de su ensimismamiento y continué:

Sus artes amatorias son suficientes

y agradable resulta en el abrazo más ardiente.

¡Felurian! Oh amante luminosa,

más deseada que la plata es tu caricia.

Te…

«¿cómo?» Pese a que estaba esperando esa interrupción, la gelidez de su voz me sobresaltó; me embrollé con las notas y varias mariposas salieron volando. Inspiré, adopté un gesto estudiado de inocencia y levanté la cabeza.

La expresión de Felurian era una tormenta de furia e incredulidad. «¿agradable?» Su tono me hizo palidecer. Su voz seguía siendo tierna y armoniosa como el sonido de una flauta lejana; pero eso no significaba nada. Un trueno lejano no te invade los oídos: sabes que se acerca porque retumba en tu pecho. La serenidad de su voz retumbó en mí como un trueno lejano, «¿agradable?»

«Fue agradable», dije para aplacarla; mi apariencia de inocencia no era del todo fingida.

Felurian abrió la boca como si fuera a decir algo, pero volvió a cerrarla. Echaba chispas por los ojos.

«Lo siento», dije. «No he debido intentarlo.» Di a mi voz un tono entre abatido y escarmentado. Bajé las manos de las cuerdas del laúd.

El incendio de Felurian se aplacó un tanto, pero cuando recuperó el habla su voz era tensa y peligrosa, «¿mis artes son "suficientes"?» Casi no pudo pronunciar la última palabra. Sus labios dibujaron una mueca de indignación.

Estallé. Con voz atronadora, dije: «¿Y yo cómo demonios voy a saberlo? ¡Nunca había hecho esto!».

La vehemencia de mis palabras la asustó, y su ira se atenuó un tanto. «¿qué quieres decir?», preguntó, confusa.

«¡Esto!» Hice un ademán señalándome a mí, a ella, los almohadones y el pabellón entero, como si con eso lo explicara todo.

Entonces su ira se desvaneció por completo, y vi que empezaba a comprender, «tú…»

«No.» Agaché la cabeza y me puse colorado. «Nunca había estado con una mujer.» Entonces alcé la vista y la miré a los ojos como retándola a insistir sobre el tema.

Felurian se quedó quieta un momento, y entonces sus labios dibujaron una sonrisa irónica, «me estás contando un cuento de hadas, mi kvothe

Mi expresión se tornó adusta. No me importa que me llamen mentiroso. Lo soy. Soy un mentiroso extraordinario. Pero no soporto que me llamen mentiroso cuando estoy diciendo la verdad.

No sé si Felurian interpretó correctamente la cara que puse, pero el caso es que la convencí, «pero eras como una pequeña tormenta de verano.» Agitó una mano, «eras un bailarín fresco y lozano.» Sus ojos lanzaban destellos de picardía.

Memoricé aquel comentario para utilizarlo en el futuro cuando necesitara sacarle brillo a mi ego. Un tanto dolido, repliqué: «Por favor, no soy tan palurdo. He leído libros y…».

Felurian rió con la risa cantarina de un arroyo, «has aprendido de los libros.» Me miró como si no supiera si debía tomarme en serio. Rió, paró y volvió a reír. Yo no sabía si debía ofenderme.

«Tú también lo hiciste muy bien», dije precipitadamente, consciente de que parecía el último invitado que felicita a la anfitriona por la ensalada. «De hecho, he leído…»

«¿libros? ¡libros! ¡me comparas con los libros!» Su ira se derrumbó sobre mí. Entonces, sin parar siquiera para respirar, Felurian volvió a reír, con una risa aguda y deliciosa. Era una risa salvaje como el aullido de un zorro, clara y afilada como el canto de un pájaro al amanecer. No era un sonido humano.

Volví a poner cara de inocente. «¿Acaso no siempre es así?» Mantuve una expresión serena mientras, por dentro, me preparaba para otro estallido.

Se sentó muy erguida.

«yo soy Felurian», dijo.

No se limitó a decir su nombre. Fue toda una declaración. Era una bandera desplegada, orgullosa, al viento.

Le sostuve la mirada unos instantes; entonces suspiré y miré mi laúd. «Siento lo de la canción. No era mi intención ofenderte.»

«era más adorable que la puesta de sol», replicó ella, al borde de las lágrimas, «pero… ¿agradable?» Esa palabra le sonaba amarga.

Guardé el laúd en el estuche. «Lo siento, pero sin elementos para comparar no puedo arreglarla…» Suspiré. «Es una lástima, porque la canción era buena. Los hombres habrían seguido cantándola dentro de mil años.» Mi voz iba cargada de pesar.

Entonces el rostro de Felurian se iluminó, como si se le hubiera ocurrido una idea; entrecerró los ojos y me miró como si tratara de leer algo escrito dentro de mi cráneo.

Lo sabía. Sabía que me estaba guardando la canción inacabada como rehén. Los mensajes tácitos estaban claros: si no me marcho, nunca podré terminar la canción. Si no me marcho, nadie oirá nunca estas hermosas palabras que he escrito sobre ti. Si no me marcho y pruebo los frutos que tienen que ofrecer las mujeres mortales, nunca sabré lo hábil que eres tú.

Rodeados de almohadones, bajo aquel crepúsculo perpetuo, Felurian y yo nos miramos fijamente. Ella tenía una mariposa en la mano; yo apoyaba la mía en la lisa madera de mi laúd. Dos caballeros armados que se contemplaran desde extremos opuestos de un campo de batalla ensangrentado no habrían alcanzado la intensidad de nuestras miradas.

Felurian habló con voz pausada, evaluando mi reacción: «si te vas, ¿la terminarás?». Traté de fingir sorpresa, pero no podía engañarla. Asentí con la cabeza, «¿volverás y me la cantarás?»

Entonces me sorprendí de verdad. No me había planteado que pudiera preguntarme eso. Sabía que la segunda vez no podría marcharme. Vacilé, pero solo un instante. Media hogaza es mejor que nada. Asentí.

«¿me lo prometes?» Volví a asentir, «¿me lo prometes con besos?» Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, como una flor que busca el sol.

La vida es demasiado corta para rechazar ofertas así. Me incliné hacia ella, atraje hacia mí su cuerpo desnudo y la besé tan bien como me permitió mi escasa práctica. Por lo visto lo hice medianamente bien.

Al apartarme, ella me miró y dio un suspiro, «tus besos son como copos de nieve en mis labios.» Se tumbó sobre los almohadones y apoyó la cabeza en un brazo. Con la otra mano me acarició la mejilla.

Afirmar que Felurian era adorable es pecar de comedido. Me di cuenta de que ella llevaba varios minutos sin hacer nada para avivar mi deseo, o al menos no de forma sobrenatural.

Me rozó la palma de la mano con los labios y me la soltó. Entonces se quedó quieta, observándome atentamente.

Me sentí halagado. Hasta hoy solo conozco una respuesta a una pregunta formulada con tanta educación. Me incliné para besarla. Y riendo, ella me tomó en sus brazos.

Capítulo 99

Otra magia diferente