Выбрать главу

En cambio yo era un Edena Ruh, y nosotros sabemos todas las historias del mundo.

Así que le conté «El fantasma y la pastora». Le conté «Tam y la pala del calderero». Le conté historias sobre leñadores e hijas de viudas y el ingenio de los niños huérfanos.

A cambio Felurian me contó historias de hombrecitos: «La mano sobre el corazón de la perla», «El niño que iba y venía». Los Fata tienen su propio elenco de personajes legendarios: Mavin el Cualumano, Alavin Malcarado. Curiosamente, Felurian nunca había oído hablar de Táborlin el Grande ni de Oren Velciter, pero sí sabía quién era Ulien. Me enorgullecía que un Edena Ruh se hubiera ganado un lugar en las historias que se contaban los Fata.

No se me pasó por alto el hecho de que Felurian quizá tuviera la información que yo buscaba sobre los Amyr y los Chandrian. Descubrir la verdad con ella habría sido mucho más placentero que desenterrarla lentamente de los libros antiguos en habitaciones polvorientas.

Pero Felurian no era ninguna mina de información. Sabía historias sobre los Amyr, pero tenían milenios de antigüedad.

Cuando le pregunté por los Amyr más recientes, por los caballeros de la iglesia y los Ciridae con sus tatuajes de sangre, ella se limitó a reír, «nunca hubo ningún amyr humano», me dijo, tajante, «esos de que me hablas parecen niños disfrazados con la ropa de sus padres.»

Si bien me podía esperar esa reacción de muchos, obtenerla de Felurian resultó especialmente desalentador. Aun así, me alegró saber que tenía razón al pensar que los Amyr existían mucho antes de que se hicieran caballeros de la iglesia tehlina.

Entonces, ya que los Amyr eran una causa perdida, intenté dirigir a Felurian hacia los Chandrian.

«no», dijo ella mirándome a los ojos, con la espalda muy tiesa, «no hablaré de los siete.» En su voz no había ni rastro de cantilena caprichosa. Ni rastro de picardía. Ni la más remota posibilidad de discusión o negociación.

Por primera vez desde nuestro primer conflicto, sentí que me recorría un cosquilleo frío de temor. Felurian era tan menuda y adorable que olvidabas con facilidad quién era en realidad.

Sin embargo, yo no podía renunciar tan fácilmente. Una oportunidad como aquella se presentaba, literalmente, solo una vez en la vida. Si conseguía persuadir a Felurian para que me revelara aunque fuese una parte de lo que sabía, quizá me enterara de cosas que no sabía nadie más en el mundo.

Le ofrecí mi sonrisa más encantadora e inspiré para empezar a hablar, pero antes de que pronunciara la primera palabra, Felurian se inclinó hacia delante y me besó en la boca. Tenía los labios suaves y calientes. Acarició mi lengua con la suya y me mordisqueó el labio inferior.

Cuando nos separamos, yo estaba sin aliento y con el corazón acelerado. Ella me miró con unos ojos oscuros y llenos de dulzura. Me acarició la mejilla con la palma de la mano, suave como una flor.

«mi dulce amor», dijo, «si vuelves a preguntarme por los siete, te echaré de aquí, no importa que preguntes con firmeza o suavidad, con franqueza o disimulo, si me preguntas, te echaré de aquí azotándote con un látigo de zarzas y serpientes, te perseguiré, ensangrentado y lloroso, y no me detendré hasta que estés muerto o lejos de fata.»

Lo dijo mirándome a los ojos. Y aunque yo no había desviado la mirada ni los había visto cambiar, sus ojos ya no irradiaban adoración. Eran oscuros como nubes de tormenta, duros como el hielo.

«no bromeo», continuó, «lo juro por mi flor y por la luna en constante movimiento, lo juro por la sal, la piedra y el cielo, lo juro cantando y riendo, por el sonido de mi propio nombre.» Volvió a besarme apoyando sus labios sobre los míos con ternura, «haré lo que digo.» El tema quedó zanjado. Quizá esté loco, pero no tanto.

A Felurian le encantaba hablar del reino de los Fata. Y muchas de sus historias exponían en detalle la intrincada política de las cortes faen: el Tain Mael, el Daendan, la Corte de la Aulaga. A mí me costaba seguir esas historias, porque no sabía nada acerca de las facciones implicadas, y mucho menos de la red de alianzas, falsas amistades, secretos revelados y viejas rencillas que daban unidad a la sociedad fata.

Felurian daba por hecho que yo entendía ciertas cosas, y eso lo hacía aún más complicado. Si yo os contara una historia, por ejemplo, no me tomaría la molestia de mencionar que la mayoría de los prestamistas son ceáldicos, o que no hay ninguna realeza más antigua que la familia real modegana. ¿Quién ignora esas cosas?

Felurian dejaba de mencionar detalles así en sus historias. ¿Quién no sabía, por ejemplo, que la Corte de la Aulaga se había inmiscuido en el berentaltha entre el Mael y la Casa Sutil?

Y ¿por qué era tan importante? Pues porque por ese motivo, en Hacia el Día despreciaban a los miembros de la Aulaga. Y ¿qué era el berentaltha? Una especie de baile. Y ¿por qué era tan importante ese baile?

Después de unas cuantas preguntas como esas, Felurian entrecerraba los ojos. Llegué rápidamente a la conclusión de que era mejor seguirle la corriente, callado y confundido, que intentar aclarar cada detalle y arriesgarme a molestarla.

Pero aprendí algunas cosas de esas historias: un millar de pequeños detalles sueltos sobre los Fata. Los nombres de sus cortes, batallas antiguas y personajes destacados. Me enteré de que nunca debes mirar a un thiana con los dos ojos a la vez, y que regalar un cínaro a un beladari es un insulto imperdonable.

Quizá deduzcáis que ese millar de detalles me hizo entender a los Fata. Que me ayudó a juntar las piezas del rompecabezas y descubrir la verdadera forma de las cosas. Al fin y al cabo, un millar de detalles son muchos detalles…

Pero no. Un millar parece mucho, pero en el cielo hay más de mil estrellas, y no componen ni un mapa ni un mural. Después de oír las historias de Felurian, lo único que sabía con certeza era que no tenía ningunas ganas de meterme ni en el más amable rincón de la corte faen. Con la mala suerte que tengo, seguro que silbaría al pasar por debajo de un sauce y con ello insultaría al barbero de Dios, o algo por el estilo.

Lo único que aprendí de aquellas historias es que los Fata no son como nosotros. Es muy fácil olvidarlo, porque muchos se nos parecen. Hablan nuestro idioma. Tienen dos ojos. Tienen manos, y sus labios dibujan formas parecidas a las nuestras cuando sonríen. Pero eso solo son apariencias. No somos lo mismo.

He oído decir que los hombres y los Fata son tan diferentes como los perros y los lobos. Es una analogía fácil, pero dista de ser acertada. A los perros y los lobos solo los separa una minimísima diferencia de linaje. Ambos aúllan por la noche. Si los golpeas, ambos muerden.

No. Nuestra gente y la suya son tan diferentes como el agua y el alcohol. En vasos iguales parecen iguales. Ambos son líquidos. Ambos son transparentes. Ambos son húmedos, por así decirlo. Pero uno arde, y el otro no. Eso no tiene nada que ver con la temperatura ni el tiempo. Esas dos sustancias se comportan de modo diferente porque son profunda y fundamentalmente distintas.

Lo mismo sucede con los humanos y los Fata. Lo olvidamos, y al olvidarlo corremos un riesgo.

Capítulo 100

Shaed

Tal vez debería explicar algunas peculiaridades de los Fata.

A primera vista, el claro del bosque de Felurian no tenía nada particularmente extraño. En muchos aspectos parecía una zona de bosque antigua e intacta. De no ser por aquellas estrellas desconocidas que brillaban en el cielo, habría pensado que todavía me encontraba en una parte aislada del Eld.

Pero había diferencias. Desde que dejara a mis compañeros mercenarios, quizá había dormido una docena de veces. Y sin embargo, el cielo sobre el pabellón de Felurian conservaba el azul violáceo de los ocasos de verano, y no daba señales de cambiar.

Solo tenía una muy vaga idea del tiempo que llevaba en Fata. Es más, no tenía ni idea de cuánto tiempo podía haber transcurrido en el mundo de los mortales. Existen muchas historias de muchachos que se quedan dormidos en entornos feéricos y despiertan cuando ya son ancianos. De muchachas que se pierden en el bosque y regresan años más tarde, sin haber envejecido y creyendo que solo han pasado unos minutos.