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«He dicho que me habían contado una historia», aclaré. «Pero era una historia absurda. No una historia verídica. Era un cu… Era una historia como las que les cuentas a los niños.»

Felurian volvió a sonreír, «puedes llamarlos cuentos de hadas, los conozco, son fantasías, a veces nosotros contamos a nuestros niños cuentos de hombrecitos.»

«Pero ¿es verdad que robaron la luna?», pregunté. «¿Eso no es una fantasía?»

Felurian me miró con el ceño fruncido, «¡te lo estoy enseñando!», dijo, y batió la superficie del agua con la palma de la mano.

Sin proponérmelo, hice el signo de disculpa por debajo de la superficie del agua, y entonces me di cuenta de que no servía de nada. «Lo siento», dije. «Pero si no sé la verdad de esta historia, estoy perdido. Te ruego que me la cuentes.»

«es una historia antigua y triste.» Se quedó mirándome, «¿qué me ofreces a cambio?»

«El ciervo silencioso», contesté.

«me estarías haciendo un regalo que es un regalo para ti», objetó Felurian con aire de superioridad, «¿qué más?»

«También haré un millar de manos», prometí, y noté que su expresión se suavizaba. «Y te enseñaré una cosa nueva que se me ha ocurrido a mí solo. Lo llamó balanceo contra el viento.»

Se cruzó de brazos y desvió la mirada adoptando una expresión de profunda indiferencia, «quizá sea nueva para ti. seguro que yo la conozco por otro nombre.»

«Tal vez», concedí. «Pero si no aceptas el trato, nunca lo sabrás.»

«muy bien», convino con un suspiro, «pero solo porque eres bastante bueno haciendo un millar de manos.»

Felurian levantó la cabeza y contempló un instante el creciente de luna. Entonces dijo: «mucho antes de las ciudades de los hombres, antes de los hombres, antes de los fata. había quienes paseaban con los ojos abiertos, sabían todos los nombres profundos de las cosas». Hizo una pausa y me miró, «¿sabes qué significa eso?»

«Cuando sabes el nombre de una cosa, tienes dominio sobre ella», contesté.

«no», replicó Felurian, y me sorprendió el tono de reprimenda de su voz. «el dominio no lo adquirían, ellos tenían el conocimiento profundo de las cosas, no dominio, nadar no es tener dominio sobre el agua, comer una manzana no es tener dominio sobre la manzana.» Me miró fijamente, «¿me entiendes?»

No lo entendía. Pero de todas formas asentí con la cabeza, porque no quería ofenderla ni distraerla de la historia.

«esos antiguos conocedores de nombres se paseaban libremente por el mundo, conocían al zorro y conocían a la liebre, y conocían el espacio que los separa.»

Inspiró hondo y soltó el aire en un suspiro, «entonces llegaron aquellos que veían una cosa y querían cambiarla, ellos sí pensaban en términos de dominarla.

«eran modeladores, orgullosos soñadores.» Hizo un ademán conciliatorio. «y al principio no era todo malo, había maravillas.» Los recuerdos iluminaron su rostro, y me agarró por el brazo, emocionada. «una vez, sentada en los muros de murella, me comí un fruto de un árbol plateado, brillaba, y en la oscuridad podías distinguir la boca y los ojos de todos los que lo habían probado.»

«¿Murella estaba en Fata?»

«no», dijo Felurian frunciendo el ceño, «ya te lo he dicho, esto pasó antes, solo había un cielo, una luna, un mundo, y en él estaba murella, y el fruto, y yo, comiéndomelo, y mis ojos brillaban en la oscuridad.»

«¿Cuánto tiempo ha pasado?»

«mucho», contestó Felurian encogiendo los hombros.

Mucho tiempo. Mucho más del que pueda recoger cualquier libro de historia que yo haya visto o del que haya oído hablar. En el Archivo había ejemplares de historias de Caluptena que se remontaban dos milenios, y en ninguno aparecía ni una sola referencia a las cosas de que hablaba Felurian.

«Perdona que te haya interrumpido», dije tan educadamente como pude, e hice una reverencia procurando no sumergirme del todo en el agua.

Aplacada por mi disculpa, Felurian continuó: «la fruta solo fue el principio, los primeros pasos inseguros de un niño, se volvieron más atrevidos, más valientes, más salvajes, los antiguos conocedores dijeron "basta", pero los modeladores se negaron, se pelearon y lucharon y prohibieron a los modeladores, rechazaban esa clase de dominio». Sus ojos centelleaban, «pero ¡oh!», suspiró, «¡qué cosas hicieron!»

Y eso lo decía una mujer que me estaba tejiendo una capa de sombra. No entendía de qué se maravillaba. «¿Qué hicieron?»

Abrió un brazo señalando el entorno.

«¿Arboles?», pregunté, atónito.

Felurian rió. «no. el reino de los fata.» Hizo un amplio ademán con el brazo, «labrado según sus deseos, el más grande de todos lo bordó en una tela, un lugar donde podían hacer lo que desearan, y cuando terminaron todo el trabajo, cada modelador forjó una estrella para llenar aquel cielo nuevo y vacío.»

Felurian me sonrió, «entonces sí hubo dos mundos, dos cielos, dos juegos de estrellas.» Levantó la piedra redonda y lisa, «pero una sola luna, redonda y entera en el cielo mortal.»

Su sonrisa se desvaneció, «pero uno de los modeladores era más grande que los demás, a él no le parecía suficiente hacer una estrella, él impuso su voluntad por el mundo y la arrancó de su casa.»

Felurian alzó la piedra hacia el cielo y cerró un ojo con cuidado. Ladeó la cabeza como si tratara de hacer encajar la curva de la piedra con los cuernos vacíos del creciente que brillaba en el cielo, «ese fue el momento crucial, los antiguos conocedores comprendieron que hablando no conseguirían detener a los modeladores.» Metió la mano en el agua, «él robó la luna, y entonces llegó la guerra.»

«¿Quién? ¿Quién la robó?», pregunté.

Sus labios dibujaron un amago de sonrisa, «¿quién, quién?», canturreó.

«¿Fue alguien de las cortes faen?», pregunté.

Felurian negó con la cabeza, divertida, «no. ya te he dicho que fue antes que los fata. el primer modelador, el más grande.»

«¿Cómo se llamaba?»

Felurian negó con la cabeza, «no se pueden decir nombres, no hablaré de aquel, aunque esté encerrado tras las puertas de piedra.»

Antes de que pudiera hacer más preguntas, Felurian me cogió la mano y volvió a encerrar la piedra entre nuestras palmas, «ese modelador del ojo oscuro y cambiante estiró la mano hacia el negro firmamento. arrancó la luna, pero no consiguió que se quedase, por eso ahora ella se mueve entre el mundo fata y el perecedero.»

Me miró con gesto solemne, algo poco común en su hermoso rostro. «tu cuento ya tienes, tus cómos y tus quiénes, pero aguza ese oído de mochuelo, que hay un último secreto.» Sacó nuestras manos entrelazadas a la superficie del agua, «ahora viene la parte en la que has de estar atento.»

Los ojos de Felurian eran negros en aquella penumbra, «tu mundo y el mío, seducidos, tiran de la luna como los padres de un hijo; no quieren soltarlo, se niegan a dejarlo.»

Se retiró, y nos alejamos tanto como pudimos sin soltar la piedra atrapada en nuestras manos, «cuando está dividida, y una mitad en tu cielo, ya ves lo lejos que de ti quedo.» Felurian estiró la mano que tenía libre hacia mí y la agitó sobre el agua como si intentara en vano asir algo, «no importa si besarnos es nuestro deseo; el espacio entre tú y yo no está maduro para eso.»

Felurian avanzó hacia mí y apretó la piedra contra mi pecho, «y mientras tu luna va creciendo, los feéricos notamos que nos va atrayendo. nos arrastra hacia vosotros mientras brilla, ahora, una visita nocturna es más sencilla que cruzar una puerta a la ligera o saltar de un bote a la ribera.» Me sonrió, «estaba llena cuando, errando por la espesura, encontraste, hombrecito, a Felurian y su laguna.»

La idea de todo un mundo de seres fata atraído por la luna llena era perturbadora. «Y eso, ¿a todos los Fata les sucede?»

Felurian encogió los hombros y asintió con la cabeza, «si saben el camino y quieren, acontece, lo cierto es que existen un millar de puertas, que llevan de mi mundo al tuyo al estar entreabiertas.»