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«¿Cómo es que nunca me había enterado? Se diría que alguien debiera de haber notado que a la hierba de los mortales los Fata iban a danzar…»

Felurian rió. «pero ¿acaso no acaba de pasar? el mundo es grande y el tiempo es largo, pero tú dices que oíste mi canto, antes de verme en el calvero, acariciando la luz de la luna en mi pelo.»

Fruncí el entrecejo. «Sin embargo, me parece que debería de haberme tropezado con más señales de los que se pasean de un mundo al del otro lado.»

Felurian encogió los hombros, «casi todos los fata son gente sutil y ladina que hacen menos ruido que el humo de la cocina, algunos se mueven entre los tuyos shaedados, glamorados como una Mula cargada de fardos o ataviados con ropajes dignos de una duquesa.» Me miró con franqueza, «sabemos impedir que se nos vea.»

Volvió a cogerme la mano, «a muchos de los más oscuros les divertiría de vosotros hacer uso. ¿qué les impide traspasar, luego? hierro, espejo, fuego, olmo y cenizas y cuchillos de cobre, esposas de granjeros con el corazón de roble, que saben las reglas de los juegos a que jugamos y nos ofrecen pan para alejarnos, pero lo que más teme mi gente es la parte de nuestro poder que se pierde cuando pisamos vuestra tierra perecedera.»

«Damos muchos problemas, no merece la pena», admití sonriendo.

Felurian estiró un brazo y me acarició los labios con la yema de un dedo, «puedes reírte cuanto quieras mientras llena perdura, pero que sepas que hay una mitad más oscura.» Se separó de mí sin soltarme la mano y tiró de mí por el agua formando un perezoso espiral, «un mortal sagaz teme la noche que ni una pizca de esa dulce luz derroche.»

Se llevó mi mano hacia el pecho, girando y arrastrándome por el agua hacia ella, «un paso u otro en una noche así, tan negra, podría meterte en la mitad oscura, o en su estela, y llevarte hasta fata, aunque sea involuntariamente.» Se interrumpió y me miró con seriedad, «donde tu estancia deberá ser permanente.»

Felurian dio un paso hacia atrás en el agua, tirando de mí. «y en un terreno tan extraño e inusual, ¿cómo no va a ahogarse un ser mortal?»

Di otro paso hacia ella y no encontré nada bajo los pies. De pronto la mano de Felurian ya no estaba entrelazada con la mía, y el agua negra se cerró sobre mi cabeza. Atragantándome, ciego, empecé a agitar desesperadamente los brazos y las piernas tratando de salir a la superficie.

Tras un largo y aterrador momento, las manos de Felurian me sujetaron y me arrastraron hasta la superficie como si yo no pesara más que un gatito. Me acercó a su cara, ante sus ojos oscuros, duros y centelleantes.

Con voz nítida, dijo: «hago esto para que escuches y no te quepa duda alguna, un hombre sabio contempla con temor la noche sin luna».

Capítulo 103

Como lo más natural del mundo

Pasaba el tiempo. Felurian me llevó Hacia el Día, a una parte del bosque aún más antigua y más espectacular que la que rodeaba el claro del crepúsculo. Una vez allí, trepamos a árboles altos y anchos como montañas. En las ramas más altas, notabas que el enorme árbol oscilaba mecido por el viento como un barco en el mar embravecido. Allí arriba, con solo el cielo azul alrededor y el lento movimiento del árbol, Felurian me enseñó hiedra en el roble.

Se me ocurrió enseñar a Felurian a jugar a tak, y descubrí que ya sabía. Me ganó con facilidad, y jugó una partida tan bonita que Bredon habría llorado si la hubiera visto.

Aprendí algo del idioma fata. Un poquito. Cuatro cosas sueltas.

Bueno, para ser sincero tengo que admitir que fracasé estrepitosamente en mi intento de aprender el idioma fata. Felurian no era precisamente una maestra muy paciente, y el idioma era de una complejidad desconcertante. Mi fracaso superaba la mera incompetencia, hasta el punto de que Felurian me prohibió expresamente que intentara hablarlo en su presencia.

En total adquirí unas pocas frases y una buena dosis de humildad. Ambas cosas me parecieron útiles.

Felurian me enseñó varias canciones faen. Me costaba más recordarlas que las canciones de los mortales, porque sus melodías eran sinuosas y escurridizas. Cuando intentaba tocarlas con el laúd, las cuerdas parecían raras bajo mis dedos, y me hacían vacilar y tropezar como un muchacho del campo que nunca hubiera tenido un laúd en las manos. Me aprendía las letras de memoria, pero no tenía ni la más remota idea de lo que significaban las palabras.

Y mientras seguíamos trabajando en mi shaed. O mejor dicho, Felurian trabajaba en él. Yo hacía preguntas, observaba e intentaba no sentirme como un niño curioso en la cocina. A medida que íbamos sintiéndonos más cómodos uno con otro, mis preguntas se hicieron más insistentes…

«Pero ¿cómo?», pregunté por enésima vez. «La luz no pesa, no tiene sustancia. Se comporta como una onda. En teoría no puedes tocarla.»

Felurian había terminado con la luz de estrellas y estaba entretejiendo luz de luna en el shaed. No levantó la cabeza cuando contestó: «demasiados pensamientos, mi kvothe, sabes demasiado para ser feliz».

Aquel comentario se parecía demasiado a algo que habría podido decir Elodin, y eso me hizo sentir incómodo. No me dejé distraer. «En teoría no puedes…»

Me propinó un ligero golpe con el codo y vi que tenía ambas manos ocupadas, «dulce llama», dijo, «acércame eso.» Apuntó a un rayo de luna que traspasaba las copas de los árboles hasta llegar al suelo y caer a mi lado.

Su voz tenía aquel tono de sutil autoridad, y sin pensarlo, cogí el rayo de luna como si fuera un racimo de uva que colgara en una parra. Lo sentí brevemente en los dedos, frío y efímero. Perplejo, me quedé inmóvil, y de pronto volvió a ser un rayo de luna normal y corriente. Lo atravesé varias veces con la mano, pero no noté nada.

Felurian sonrió, estiró un brazo y cogió el rayo como si fuera lo más natural del mundo. Con la otra mano me acarició la mejilla, y entonces volvió a concentrarse en la labor que tenía en el regazo y entretejió la hebra de luz de luna en los pliegues de sombra.

Capítulo 104

El Cthaeh

Después de que Felurian me ayudara a descubrir de qué era yo capaz, participé más activamente en la creación de mi shaed. Felurian parecía satisfecha con mis progresos, pero yo me sentía frustrado. No había normas que seguir, ni datos que recordar. Por ese motivo mi agudo ingenio y mi buena memoria de artista de troupe me servían de muy poco, y mi avance me parecía enojosamente lento.

Al final conseguí tocar mi shaed sin temor a estropearlo, y cambiar su apariencia a mi antojo. Con un poco de práctica podía convertirlo de capa corta en manto de duelo con capucha, o cualquier forma intermedia.

Sin embargo, sería injusto que me atribuyera ni un pelo del mérito por su confección. Felurian fue quien recogió la sombra y la tejió con la luz de la luna y del fuego y del día. Mi contribución más importante fue la sugerencia de que debería tener numerosos bolsillitos.

Cuando nos llevamos el shaed hasta la luz del día, pensé que el trabajo ya estaba terminado. Mis sospechas parecieron confirmarse cuando pasamos un largo periodo nadando, cantando y disfrutando de la mutua compañía por otros medios.

Pero Felurian evitaba hablar del shaed siempre que yo se lo proponía. A mí no me importaba, pues todas sus tácticas evasivas eran maravillosas. Pero por ese motivo tenía la impresión de que una parte del shaed estaba inacabada.

Una mañana despertamos abrazados, y pasamos quizá una hora besándonos para abrirnos el apetito; luego devoramos nuestro desayuno de fruta, pan blanco, panal de miel y aceitunas.

Entonces Felurian se puso seria y me pidió un trozo de hierro.

Me sorprendió su petición. Hacía un tiempo se me había ocurrido retomar algunos de mis hábitos rutinarios. Utilizando la superficie de la laguna como espejo, me afeité con mi pequeña navaja. Al principio Felurian parecía complacida con lo suaves que me habían quedado las mejillas y la barbilla, pero cuando fui a besarla, me apartó y se puso a resoplar como si quisiera limpiarse la nariz. Me dijo que apestaba a hierro; me mandó al bosque y me ordenó que no regresara hasta que me hubiese quitado aquel hedor acre de la cara.