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– … algo aquí-oí decir a una mujer detrás de mí-. Si quieres pelearte con alguien, te lo llevas afuera y no te molestes en volver a entrar. No te pago para que te pelees con los clientes. ¿Me has oído?

– No te pongas así, Blanca -dijo el violinista para tranquilizar a la mujer-. Solo estaba mostrándole un poco los dientes. Ha sido él el que se ha ofendido. No puedes reprocharme que me ría de ellos con las historias que cuentan.

Me di la vuelta y vi al violinista dando explicaciones a una airada mujer de mediana edad. Era un palmo más baja que él, y tuvo que ponerse de puntillas para hincarle un dedo en el pecho.

Entonces fue cuando oí una voz a mi lado que exclamaba:

– Madre de Dios, Seb. ¿Has visto eso? ¡Mira! Se mueve sola.

– Estás borracho como una cuba. Solo es el viento.

– Esta noche no sopla viento. Se mueve sola. ¡Mira!

Era mi shaed, por supuesto. Varias personas más se habían fijado en que ondulaba suavemente, movido por una brisa inexistente. Me pareció un efecto bastante bonito, pero me di cuenta de que la gente se estaba alarmando. Una o dos personas alejaron sus sillas de mí, inquietas.

Blanca tenía los ojos clavados en mi shaed, que seguía ondeando con suavidad; vino hacia mí y se paró enfrente.

– ¿Qué es eso? -me preguntó con solo una pizca de miedo en la voz.

– Nada que deba preocuparla -respondí con tranquilidad, y le acerqué un pliegue para que lo examinara-. Es mi capa de sombra. Me la hizo Felurian.

El violinista dejó escapar un ruidito de desdén.

Blanca le lanzó una mirada fulminante y acarició mi capa tímidamente con una mano.

– Es muy suave -murmuró, y levantó la cabeza. Cuando nuestras miradas se encontraron, puso cara de sorpresa y exclamó-: ¡Pero si eres el chico de Losi!

Antes de poder preguntarle qué quería decir, oí otra voz de mujer que preguntaba:

– ¿Qué pasa?

Me di la vuelta y vi a una camarera pelirroja que se acercaba hacia nosotros. Era la misma que me había hecho pasar tanta vergüenza en nuestra primera visita a la Buena Blanca.

– ¡Es tu chico, aquel de la cara fina de hace tres ciclos! -dijo Blanca apuntándome con la barbilla-. ¿No te acuerdas de que me lo señalaste? Con la barba no lo había reconocido.

Losi se puso delante de mí. Unos rizos de un rojo intenso le acariciaban la piel pálida y desnuda de los hombros. Sus peligrosos ojos verdes recorrieron mi shaed y ascendieron lentamente hasta mi cara.

– Sí, es él -confirmó mirando de reojo a Blanca-. Con barba o sin ella.

Dio otro paso adelante, apretándose casi contra mí.

– Los chicos siempre se dejan barba para parecer más hombres. -Sus brillantes ojos color esmeralda se clavaron en los míos esperando verme sonrojarme y farfullar, tal como había hecho la vez anterior.

Pensé en todo lo que había aprendido con Felurian, y sentí que aquella risa extraña y salvaje volvía a brotar en mí. La reprimí lo mejor que pude, pero noté que daba volteretas dentro de mí cuando miré a la camarera a los ojos y sonreí.

Losi dio un paso atrás, asustada, y se puso colorada hasta las orejas.

Blanca vio que se tambaleaba y la sujetó.

– ¿Qué te pasa, muchacha?

Losi desvió la mirada.

– Míralo, Blanca. Míralo bien. Tiene un aire fata. Mírale los ojos.

Blanca escudriñó mi rostro, intrigada; entonces también ella se ruborizó un poco y cruzó los brazos ante el pecho, como si yo la hubiera visto desnuda.

– Señor misericordioso -dijo con un hilo de voz-. Entonces es todo cierto, ¿no?

– Hasta la última palabra -confirmé.

– ¿Cómo lograste huir de ella? -me preguntó Blanca.

– ¡Por favor, Blanca! -saltó el violinista, incrédulo-. No irás a creerte los cuentos de ese cachorro, ¿verdad?

Losi se dio la vuelta y, enfurecida, dijo:

– Se nota cuándo un hombre sabe tratar a una mujer, Ben Crayton. Ya sé que tú no entiendes de eso. Cuando este muchacho estuvo aquí hace un par de ciclos, me gustó su cara y pensé que no estaría mal retozar un poco con él. Pero cuando intenté camelármelo… -Dejó la frase inacabada, como si no encontrara las palabras.

– Ya me acuerdo -dijo un hombre que estaba junto a la barra-. Cómo me reí. Creí que iba a mearse encima. No pudo decirle ni una palabra.

El violinista encogió los hombros.

– ¿Y qué? Después conoció a la hija de algún granjero. Eso no significa…

– Cállate, Ben -dijo Blanca con voz autoritaria pero serena-. Algo ha cambiado en él, y no tiene nada que ver con la barba. -Escudriñó mi cara-. Tienes razón, chica. Tiene un aire fata. -El violinista fue a decir algo más, pero Blanca lo fulminó con la mirada-. Cállate o lárgate. No quiero peleas aquí esta noche.

El violinista miró alrededor y comprobó que no tenía aliados. Colorado y enfurruñado, recogió su violín y salió de la taberna.

Losi volvió a acercarse a mí, recogiéndose el pelo.

– ¿Era tan hermosa como dicen? -Alzó la barbilla, orgullosa-. ¿Más hermosa que yo?

Titubeé un momento, y luego dije en voz baja:

– Era Felurian, la más hermosa de todas. -Estiré un brazo para acariciarle un lado del cuello, donde su rojo cabello iniciaba la cascada de rizos; me incliné hacia delante y le susurré siete palabras al oído-: Pero a ella le faltaba tu fuego.

Y me amó por esas siete palabras, y su orgullo quedó a salvo.

– ¿Cómo conseguiste huir? -me preguntó Blanca.

Recorrí la estancia con la mirada y noté que todos estaban pendientes de mí. Aquella salvaje risa fata volvió a cabriolear dentro de mí. Compuse una sonrisa perezosa. Mi shaed se infló.

Fui hasta el centro de la estancia, me senté en el escalón de la chimenea y les conté la historia.

O mejor dicho: les conté una historia. Si les hubiera contado toda la verdad, no me habrían creído. ¿Que Felurian me había dejado marchar porque yo tenía una canción como rehén? Sencillamente, aquello no encajaba con el guión clásico.

Así pues, lo que les conté era más parecido a la historia que ellos esperaban oír. En esa versión, yo perseguía a Felurian hasta Fata. Nuestros cuerpos se enredaban y se amaban en el claro crepuscular. Luego, mientras descansábamos, yo le tocaba música ligera para hacerla reír, música misteriosa para fascinarla, música dulce para hacerla llorar.

Pero cuando intenté marcharme de Fata, ella no me dejó. Apreciaba demasiado mi… maestría.

Supongo que no debería andarme con remilgos. Insinué con bastante claridad que Felurian me valoraba mucho como amante. No puedo disculpar ese comportamiento; únicamente puedo decir que era un joven de dieciséis años, orgulloso de mis habilidades recién adquiridas y un poco jactancioso.

Les conté que Felurian había intentado retenerme en Fata, que habíamos mantenido un duelo mágico. Para esa parte copié un poco a Táborlin el Grande. Añadí fuego y rayos.

Al final vencí a Felurian, pero le perdoné la vida. Ella, agradecida, me tejió aquella capa feérica, me enseñó magias secretas y me regaló una hoja de plata como prenda de su favor. La hoja de plata me la inventé, por supuesto. Pero si Felurian no me hubiera hecho tres regalos, no habría sido una historia como es debido.

En resumen, una buena historia. Y si bien no era del todo cierta… bueno, al menos contenía parte de verdad. Diré, en mi defensa, que habría podido prescindir por completo de la verdad y haberles contado una historia mucho mejor. Las mentiras son más fáciles, y casi siempre tienen más sentido.

Losi no dejó de mirarme durante mi relato, y me pareció que lo interpretaba todo como un desafío a la destreza de las mujeres mortales. Cuando terminé de contar mi historia, reivindicó su derecho sobre mí y me llevó a su habitación del último piso de la Buena Blanca.

Aquella noche dormí muy poco, y Losi estuvo más cerca de matarme de lo que había estado Felurian jamás. Resultó una compañera deliciosa, tan maravillosa como Felurian.