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Seguimos moviéndonos con la lentitud del sol poniente.

Pensé en lo que había dicho el Cthaeh. El único dato potencialmente útil de toda nuestra conversación. «Te reías de las hadas hasta que viste una. No me extraña que todos tus vecinos civilizados también desechen la existencia de los Chandrian. Tendrías que dejar muy lejos tus preciosos rincones para encontrar a alguien dispuesto a tomarte en serio. No tendrías ninguna esperanza hasta que llegaras a la sierra de Borrasca.»

Felurian me había asegurado que el Cthaeh solo decía la verdad.

– ¿Podría acompañarte? -pregunté.

– ¿Acompañarme? -dijo Tempi mientras sus manos describían un elegante círculo pensado para romper los huesos largos del brazo.

– Viajar contigo. Seguirte. Hasta Haert.

– Sí.

– ¿Te ayudaría a solucionar tus problemas?

– Sí.

– Iré contigo.

– Gracias.

Capítulo 109

Bárbaros y locos

Sinceramente, nada deseaba más que volver a Severen. Quería dormir en una cama limpia y mullida y aprovechar el favor del maer mientras todavía gozaba de él. Quería encontrar a Denna y arreglar las cosas entre nosotros.

Pero Tempi se había metido en problemas por enseñarme. No podía largarme y dejar que él se enfrentara solo. Es más, el Cthaeh me había dicho que Denna ya se había marchado de Severen. Aunque en realidad yo no necesitaba que ningún oráculo feérico me dijera eso. Yo llevaba un mes fuera, y Denna nunca se quedaba mucho tiempo en el mismo sitio.

De modo que a la mañana siguiente nuestro grupo se dividió. Dedan, Hespe y Marten se dirigirían hacia el sur, a Severen; informarían al maer y recogerían su paga. Tempi y yo iríamos hacia el nordeste, hacia la sierra de Borrasca y hacia Ademre.

– ¿Seguro que no quieres que le lleve la caja? -me preguntó Dedan por quinta vez.

– Prometí al maer que le devolvería el dinero personalmente -mentí-. Pero sí necesito que le entregues esto. -Le tendí una carta que había escrito la noche anterior-. Aquí le explico por qué tuve que nombrarte jefe del grupo. -Sonreí-. Quizá recibas una bonificación por ello.

Dedan se hinchó de orgullo y cogió la carta. Marten, que estaba cerca, hizo un ruido que podía interpretarse como una tos.

Por el trayecto conseguí sonsacarle a Tempi algunos detalles. Al final me enteré de que lo tradicional era que alguien de su estatus social obtuviera permiso antes de tomar a un pupilo.

Lo que complicaba más el asunto era que yo fuera forastero. Un bárbaro. Por lo visto, al enseñar a una persona como yo, Tempi había hecho algo más que violar una tradición. Había traicionado la confianza de su maestra y de su gente.

– ¿Habrá un juicio o algo parecido? -le pregunté.

– Ningún juicio. Shehyn me hará preguntas. Yo diré: veo en Kvothe buen hierro esperando. Él es del Lethani. Necesita que el Lethani lo guíe. -Me apuntó con la barbilla-. Shehyn te preguntará del Lethani para saber si yo he visto bien. Shehyn decidirá si eres hierro que vale la pena golpear. -Describió un círculo con una mano, haciendo el signo de inquietud.

– Y ¿qué pasará si no lo soy? -pregunté.

– ¿A ti? -Inseguridad-. ¿A mí? Me cortarán.

– ¿Te cortarán? -pregunté. Confiaba en haberlo entendido mal.

Tempi levantó una mano y agitó los dedos.

– Adem. -Apretó el puño y lo agitó-. Ademre. -Abrió la mano y se tocó el dedo meñique-. Tempi. -Se tocó los otros dedos-. Amigo. Hermano. Madre. -Se tocó el pulgar-. Shehyn. -Entonces hizo como si se cortara el dedo meñique y lo tirara-. Me cortarán.

No lo matarían, pero lo exiliarían. Empecé a respirar más tranquilo hasta que me fijé en los ojos pálidos de Tempi. Por un instante vi una grieta en su máscara plácida y perfecta, y detrás vislumbré la verdad. La muerte habría sido un castigo más amable que el exilio. Tempi estaba aterrado. Nunca había visto a nadie tan asustado.

Acordamos que lo más conveniente era que me pusiera por completo en manos de Tempi durante el viaje a Haert. Contaba con quince días aproximadamente para pulir lo que había aprendido hasta hacerlo brillar. Confiaba en poder causar una buena impresión a los superiores de Tempi cuando me presentara ante ellos.

El primer día, antes de empezar, Tempi me ordenó que guardara el shaed. Obedecí a regañadientes. Lo doblé hasta formar un bulto asombrosamente pequeño que apenas ocupaba sitio en mi macuto.

Tempi marcó un ritmo extenuante. Primero practicamos juntos aquellos ejercicios de calentamiento que tantas veces le había visto ejecutar. Entonces, en lugar de caminar a buen paso, como solíamos hacer, corrimos durante una hora. Luego realizamos el Ketan y Tempi corrigió mis innumerables errores. Luego recorrimos dos kilómetros a pie.

Por último nos sentamos y hablamos del Lethani. El hecho de que esas discusiones fueran en adémico no facilitaba las cosas, pero convinimos que debía hacer una inmersión en ese idioma para que cuando llegáramos a Haert pudiera hablar como una persona civilizada.

– ¿Cuál es el propósito del Lethani? -me preguntó Tempi.

– ¿Darnos un camino que seguir? -contesté.

– No -repuso Tempi severamente-. El Lethani no es un camino.

– ¿Cuál es el propósito del Lethani, Tempi?

– Guiarnos en nuestras acciones. Si sigues el Lethani actúas correctamente.

– ¿No es un camino?

– No. El Lethani es lo que nos ayuda a escoger un camino.

Entonces volvíamos a empezar el ciclo. Correr una hora, realizar el Ketan, andar dos kilómetros, hablar del Lethani. Eso nos llevaba cerca de dos horas, y una vez terminada nuestra breve charla, volvíamos empezar.

En una ocasión, durante la charla del Lethani, empecé a hacer el signo de atenuar. Pero Tempi puso una mano encima de la mía, impidiéndomelo.

– Cuando estamos hablando del Lethani no debes hacer eso. -Con la mano izquierda hizo rápidamente emoción, negación y varios signos más que no reconocí.

– ¿Por qué?

Tempi se quedó pensando un momento.

– Cuando hablas del Lethani, no debe salir de aquí. -Me dio unos golpecitos en la cabeza-. Ni de aquí. -Me dio unos golpecitos en el pecho, sobre el corazón, y deslizó los dedos hasta mi mano izquierda-. El verdadero conocimiento del Lethani vive más hondo. Vive aquí. -Me hincó dos dedos en el vientre, bajo el ombligo-. Debes hablar desde aquí, sin pensar.

Poco a poco fui comprendiendo las normas tácitas de nuestras discusiones. No solo tenían que servir para enseñarme el Lethani, sino que también tenían que revelar hasta qué punto tenía enraizado mi conocimiento del Lethani.

En consecuencia, tenía que contestar las preguntas deprisa, sin aquellas pausas solemnes que caracterizaban las conversaciones adámicas. No tenía que dar una respuesta muy meditada, sino una respuesta ferviente. Si de verdad entendía el Lethani, ese conocimiento se reflejaría en mis respuestas.

Correr. Ketan. Andar. Discutir. Completamos el ciclo tres veces antes de la pausa del mediodía. Seis horas. Yo estaba cubierto de sudor y casi convencido de que iba a morirme. Tras una hora para descansar y comer, nos pusimos de nuevo en camino. Completamos otros tres ciclos antes de parar a pernoctar.

Montamos el campamento junto al camino. Me comí la cena medio dormido, extendí mi manta y me envolví en el shaed. Con lo agotado que estaba, me pareció blando y caliente como un edredón de plumas.

Tempi me despertó en plena noche. Pese a que una parte de mí, la más animal, lo odió profundamente, nada más moverme comprendí que era necesario. Tenía el cuerpo rígido y dolorido, pero los movimientos lentos y familiares del Ketan me ayudaron a aflojar los apretados músculos. Tempi me hizo estirarme y beber agua, y luego dormí como un tronco el resto de la noche.