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Pero no, no la hizo descender.

– ¡Muy bien! -dijo exasperada, alzando las manos-. Eres un majadero enclenque. ¡Muy bien! ¡Mierda y cebollas! Ponte la camisa. Me está dando frío de verte.

Me dejé caer hasta sentarme en el banco.

– Menos mal -dije. Empecé a ponerme la camisa, pero era difícil, porque me temblaban las manos. Y no era de frío.

Vashet lo vio.

– ¡Lo sabía! -dijo triunfante, apuntándome con un dedo-. Te has plantado ahí como si no te importara que te ahorcaran. ¡Sabía que estabas a punto de echar a correr como un conejo! -Dio un pisotón en el suelo, frustrada-. ¡Sabía que debía pegarte!

– Me alegro de que no lo hayas hecho -repuse. Conseguí ponerme la camisa, y entonces me di cuenta de que estaba del revés. Decidí dejármela para no volver a arrastrarla otra vez por mi dolorida espalda.

– ¿Qué ha sido lo que me ha delatado? -me preguntó Vashet.

– Nada. Ha sido una interpretación magistral.

– Entonces, ¿cómo has sabido que no iba a abrirte el cráneo?

– Me lo he pensado mucho -dije-. Si Shehyn hubiera querido realmente echarme, no tenía más que ordenarme que me largara. Si hubiera querido verme muerto, también podría haberlo hecho.

Me froté las manos sudadas en los pantalones.

– Eso significaba que realmente te habían escogido para ser mi maestra. De modo que solo había tres opciones lógicas. -Levanté un dedo-. Esto era un ritual de iniciación. -Levanté otro dedo-. Era una prueba de mi determinación…

– O de verdad intentaba echarte -terminó Vashet sentándose en el otro banco, enfrente de mí-. ¿Y si te hubiera dicho la verdad y te hubiese golpeado hasta hacerte sangrar?

– Al menos lo habría sabido. -Me encogí de hombros-. Pero no parecía probable que Shehyn te hubiera elegido a ti. Si hubiera querido que me dieran una paliza, le habría encargado a Carceret que lo hiciera. -Ladeé la cabeza-. Por curiosidad, ¿qué era? ¿Un rito iniciático o una prueba de determinación? ¿Todos los aspirantes pasan por esto?

Vashet sacudió la cabeza.

– Determinación. Necesitaba estar segura de ti. No estaba dispuesta a perder el tiempo enseñando a un cobarde o a alguien que temiera recibir un par de golpes. También necesitaba saber si estabas entregado.

– Sí, parecía lo más probable -dije asintiendo con la cabeza-. He pensado que podía ahorrarme unos cuantos días de verdugones y forzar la situación.

Vashet me miró largamente; la curiosidad se reflejaba en su rostro.

– He de admitir que ningún alumno se me había ofrecido a recibir una brutal paliza solo para demostrarme que valía la pena que le dedicara mi tiempo.

– Pues eso no ha sido nada -dije con desenfado-. Una vez me tiré desde un tejado.

Pasamos una hora hablando de cosas sin importancia, dejando que poco a poco se diluyera la tensión entre los dos. Me pidió que le contara lo de los azotes, y yo le resumí la historia, contento de tener la oportunidad de explicarme. No quería que Vashet me tomara por un delincuente.

Después me examinó las cicatrices más de cerca.

– El que te curó sabía lo que hacía -comentó, admirada-. Es un trabajo muy limpio. De los mejores que he visto.

– Le haré llegar el cumplido -repliqué.

Me acarició suavemente el borde del verdugón que me recorría toda la espalda.

– Por cierto, siento lo de tu espalda.

– Me duele mucho más que aquellos azotes, eso te lo aseguro.

– En un par de días se te habrá curado -dijo-. Lo cual no quiere decir que esta noche no vayas a dormir boca abajo.

Me ayudó a ponerme bien la camisa, y luego se sentó en el otro banco, enfrente de mí.

Titubeé un poco antes de decir:

– No te ofendas, Vashet, pero pareces diferente de los otros Adem que he conocido. Aunque la verdad es que no he conocido a muchos.

– Lo que te pasa es que añoras el lenguaje corporal -dijo ella.

– Sí, en parte es eso. Pero tú pareces más… expresiva que los otros Adem que he visto aquí. -Me señalé la cara.

Vashet se encogió de hombros.

– De donde yo vengo, aprendemos tu idioma de niños. Y trabajé cuatro años de guardaespaldas y capitana para un poeta de los Pequeños Reinos que además era rey. Seguramente hablo atur mejor que nadie en Haert. Incluido tú.

Pasé por alto ese último comentario.

– Entonces, ¿no creciste aquí?

Vashet negó con la cabeza.

– Soy de Feant, una ciudad que hay más al norte. Allí somos… más cosmopolitas. En Haert solo hay una escuela, y todos están estrechamente ligados a ella. Y el árbol espada es una de las vías más antiguas. Muy formal. Yo crecí siguiendo la vía del gozo.

– Ah, pero ¿hay otras escuelas?

Vashet asintió.

– Esta es una de las muchas escuelas que siguen la Latantha, la vía del árbol espada. Es de las más antiguas, después del Aethe y el Aratan. Hay otras vías, quizá tres docenas. Pero algunas son muy pequeñas, y solo tienen una o dos escuelas donde enseñan su Ketan.

– ¿Por eso tu espada es diferente? -pregunté-. ¿Te la trajiste de la otra escuela?

– ¿Qué sabes tú de mi espada? -me preguntó Vashet mirándome con los ojos entrecerrados.

– La sacaste para pelar la rama de sauce -dije-. La espada de Tempi estaba bien hecha, pero la tuya es diferente. El puño está gastado, y sin embargo la hoja parece nueva.

Me miró con curiosidad.

– Veo que tienes los ojos bien abiertos.

Encogí los hombros.

– En sentido estricto no es mi espada -dijo Vashet-. Yo solo la tengo a mi cuidado. Es vieja, y la hoja es su parte más vieja. Me la dio Shehyn.

– ¿Por eso viniste a esta escuela?

Vashet negó con la cabeza.

– No. Shehyn me dio la espada mucho más tarde. -Llevó una mano hacia atrás y tocó el puño con cariño-. No. Vine aquí porque aunque la Latantha es muy formal, sus seguidores sobresalen en el uso de la espada. Yo ya había aprendido cuanto podía de la vía del gozo. En otras tres escuelas me rechazaron, hasta que Shehyn me aceptó. Es una mujer muy inteligente, y se dio cuenta de que enseñándome podía ganar algo.

– Supongo que es una suerte para ambos que Shehyn tenga una mentalidad abierta -comenté.

– Para ti más -dijo Vashet-. Entre las diferentes vías hay cierta competencia. Mi ingreso en la Latantha fue un pequeño triunfo personal para Shehyn.

– No debe de haber sido fácil -dije-. Venir aquí y ser una extraña para todos.

Vashet encogió los hombros, y su espada ascendió y descendió detrás de su hombro.

– Al principio sí -admitió-. Pero saben reconocer el talento, y a mí me sobra. Los que estudian la vía del gozo me consideraban rígida y pesada. En cambio, aquí me consideran más bien salvaje. -Sonrió-. Es grato poder ponerse un traje nuevo.

– ¿La vía del gozo también enseña el Lethani? -pregunté.

– Eso es objeto de un debate considerable -dijo Vashet riendo-. La respuesta más sencilla es que sí. Todos los Adem estudian el Lethani de un modo u otro. Sobre todo, los miembros de las escuelas. Pero el Lethani se presta a diversas interpretaciones. Algunas escuelas rechazan aquello a lo que otras se aferran.

Me miró con seriedad.

– ¿Es cierto que dijiste que el Lethani proviene del mismo sitio que la risa?

Asentí.

– Fue una buena respuesta -dijo-. Mi maestra de la vía del gozo me dijo eso mismo una vez. -Arrugó el entrecejo-. Te veo pensativo. ¿Por qué?

– Te lo diría -dije-, pero no quiero decepcionarte.

– Me decepcionas si le ocultas algo a tu maestra -replicó ella con seriedad-. Debemos confiar el uno en el otro.

Suspiré.

– Me alegro de que te guste la respuesta que di. Pero sinceramente, no sé qué significa.

– No te he preguntado qué significa -replicó Vashet.

– No es más que una respuesta absurda -dije-. Sé que vosotros dais mucho valor al Lethani, pero no alcanzo a comprenderlo. Solo he encontrado una forma de fingirlo.