Выбрать главу

Ese día llevaba el cabello rubio rojizo recogido en dos trenzas cortas que colgaban a ambos lados del cuello. Eso le daba una apariencia curiosamente aniñada, y no había contribuido a aumentar mi autoestima durante la clase, mientras me tiraba una y otra vez al suelo, me obligaba a rendirme y me propinaba un sinfín de puñetazos y patadas, firmes pero generosamente calculados.

En una ocasión, riendo, se había colocado detrás de mí y me había dado un buen cachete en el trasero, como si ella fuera un borracho lascivo de taberna y yo, una camarera con un corpiño escotado.

– Pero ¿por qué? -pregunté-. ¿Con qué propósito me enseñas? Si Tempi se equivocó al enseñarme, ¿por qué continuar enseñándome más?

Vashet asintió en señal de aprobación.

– Me preguntaba cuánto tardarías en hacerme esa pregunta -dijo-. Debería haber sido una de las primeras.

– Me han dicho que hago demasiadas preguntas -dije-. Por eso ahora procuro ir con más cuidado.

Vashet se inclinó hacia delante y de pronto adoptó una actitud formal.

– Sabes cosas que no deberías saber. A Shehyn no le importa que conozcas el Lethani, aunque hay quien no comparte su opinión. Sin embargo, respecto a nuestro Ketan estamos todos de acuerdo: no es para los bárbaros. Es solo para los Adem, y solo para los que seguimos la vía del árbol espada.

»Eso es lo que piensa Shehyn -continuó-. Si formaras parte de la escuela, formarías parte de Ademre. Si formaras parte de Ademre, ya no serías un bárbaro. Y si ya no fueras un bárbaro, no sería inadecuado que supieras estas cosas.

Tenía cierta lógica, aunque algo enrevesada.

– Y eso significa también que Tempi no se habría equivocado al enseñarme.

– Exacto -confirmó Vashet-. En lugar de traer a casa un cachorro que nadie quiere, sería como si hubiera devuelto un cordero extraviado al redil.

– ¿Solo puedo ser un cordero o un cachorro? -Di un suspiro-. Lo encuentro indecoroso.

– Peleas como un cachorro -dijo Vashet-. Con entusiasmo y torpeza.

– Pero ¿no formo ya parte de la escuela? -pregunté-. Al fin y al cabo, me estás enseñando.

Vashet negó con la cabeza.

– Duermes en la escuela y comes con nosotros, pero eso no te convierte en alumno. Muchos niños estudian el Ketan con la esperanza de ingresar en la escuela y vestir el rojo algún día. Viven y estudian con nosotros. Están en la escuela, pero no forman parte de ella, ¿lo entiendes?

– No me explico que haya tantos que quieran hacerse mercenarios -comenté con toda la delicadeza de que fui capaz.

– Tú pareces bastante interesado -repuso Vashet con aspereza.

– A mí me interesa aprender -dije-, no convertirme en mercenario. Lo digo sin ánimo de ofender.

Vashet estiró el cuello para liberar la tensión acumulada en los músculos.

– Eso es por culpa de tu idioma. En las tierras bárbaras, los mercenarios son el peldaño más bajo del escalafón social. Por muy necio o inútil que sea un hombre, siempre puede llevar un garrote y ganarse medio penique al día custodiando una caravana. ¿No es así?

– Ese estilo de vida tiende a atraer a tipos duros -dije.

– Nosotros no somos de esa clase de mercenarios. Nos pagan, pero escogemos qué trabajos queremos hacer. -Hizo una pausa-. Si peleas por tu bolsa, eres un mercenario. ¿Cómo llamáis al que lucha por deber hacia su país?

– Soldado.

– ¿Y al que pelea para defender la ley?

– Alguacil.

– ¿Y al que pelea para defender su reputación?

Esa tuve que pensarla un poco.

– ¿Duelista, quizá?

– ¿Y al que pelea por el bien de otros?

– Amyr -dije sin pensarlo.

Vashet me miró ladeando la cabeza.

– Esa es una respuesta interesante -dijo.

Levantó un brazo, mostrándome con orgullo la manga de su camisa roja.

– A los Adem nos pagan para vigilar, perseguir y proteger. Peleamos por nuestra tierra, nuestra escuela y nuestra reputación. Y peleamos por el Lethani. Con el Lethani. En el Lethani. Todo eso a la vez. En adémico llamamos Cethan a quien viste el rojo. -Me miró-. Y eso es algo de lo que nos enorgullecemos mucho.

– Entonces, un mercenario ocupa un rango muy alto en el escalafón adem -dije.

Vashet asintió con la cabeza.

– Pero los bárbaros no conocen esa palabra, y aunque la conocieran, no la entenderían. De modo que tenemos que contentarnos con «mercenario».

Vashet arrancó dos largas briznas de hierba y empezó a entretejerlas formando un cordón.

– Por eso la decisión de Shehyn es tan difícil. Tiene que sopesar lo que es correcto y lo que es más conveniente para su escuela. Y teniendo también en cuenta el bien de toda la vía del árbol espada. En vez de tomar una decisión apresurada, está jugando a un juego más paciente. Personalmente, creo que confía en que el problema se resuelva por sí solo.

– ¿Cómo puede el problema solucionarse por sí solo? -pregunté.

– Podrías haberte escapado -contestó Vashet-. Muchos daban por hecho que lo harías. Si yo hubiera decidido que no valía la pena enseñarte, también le habría solucionado el problema a Shehyn. Podrías haber muerto durante el entrenamiento, o haber quedado mutilado.

La miré fijamente.

– A veces se producen accidentes -dijo Vashet encogiendo los hombros-. No pasa a menudo, pero pasa. Si tu maestra hubiera sido Carceret…

Hice una mueca.

– Y ¿cómo pasa uno a ser oficialmente miembro de la escuela? ¿Hay un examen o algo así?

Vashet negó con la cabeza.

– Primero, alguien tiene que presentarte como candidato y defender que mereces ingresar en la escuela.

– ¿Tempi? -pregunté.

– Alguien importante -aclaró Vashet.

– Supongo que esa eres tú -dije con voz pausada.

Vashet sonrió y se dio unos golpecitos en la nariz torcida; luego me señaló a mí.

– Solo has necesitado dos intentos. Si sigues progresando hasta convencerme de que no me avergonzarás, te presentaré como candidato y podrás hacer el examen.

Siguió entretejiendo las briznas de hierba, moviendo las manos con un patrón constante y complicado. Era la primera vez que veía a un Adem jugueteando con algo mientras hablaba. Los Adem no podían hacer eso, claro. Necesitaban tener siempre una mano libre para hablar.

– Si apruebas el examen, dejarás de ser un bárbaro. Tempi quedará vindicado, y todos estarán contentos. Excepto los que no lo están, claro.

– ¿Y si no apruebo el examen? -pregunté-. O si tú decides que no soy lo bastante bueno para presentarme.

– Entonces las cosas se complican. -Se levantó-. Ven, Shehyn me ha dicho que hoy quiere hablar contigo. No sería correcto que llegásemos tarde.

Vashet me guió hasta el pequeño grupo de edificios bajos de piedra. La primera vez que los había visto había creído que formaban el pueblo, pero ahora sabía que componían la escuela. Aquel grupo de edificios era como una Universidad en miniatura, solo que allí no había un régimen programado como al que yo estaba acostumbrado.

Tampoco había un sistema jerárquico formal. A los que vestían el rojo los trataban con deferencia, y era evidente que mandaba Shehyn. Aparte de eso, únicamente percibí una vaga impresión de una jerarquía social. Tempi ocupaba un puesto bastante bajo y de poco prestigio. Vashet ocupaba un puesto bastante alto y respetado.

Cuando llegamos a la cita, Shehyn estaba realizando el Ketan. La observé en silencio mientras se movía a la velocidad de la miel extendiéndose por el tablero de una mesa. El Ketan adquiere mayor dificultad cuanto más despacio lo ejecutas, pero ella hacía los movimientos a la perfección.

Tardó media hora en terminar, y después abrió una ventana. Una ráfaga de viento trajo el dulce olor a hierba de verano y el sonido de las hojas.

Shehyn se sentó. Respiraba con normalidad, aunque estaba cubierta de una fina capa de sudor.