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– ¿Te contó Tempi los noventa y nueve cuentos? -me preguntó sin preámbulos-. ¿Sobre Aethe y los inicios de los Adem?

Negué con la cabeza.

– Muy bien -dijo Shehyn-. No le corresponde a él hacer tal cosa, y no podría hacerlo correctamente. -Miró a Vashet-. ¿Cómo va con el idioma?

– Deprisa, como van estas cosas -respondió Vashet. Sin embargo.

– Muy bien -dijo Shehyn, y empezó a hablar en un atur preciso, con ligero acento-: Lo contaré así, para que haya menos interrupciones y menos malentendidos.

Hice el signo de gratitud respetuosa, esmerándome al máximo.

– Esta es una historia de hace muchos años -dijo Shehyn con parsimonia-. Antes de esta escuela. Antes de la vía del árbol espada. Antes de que los Adem conocieran el Lethani. Esta es una historia del inicio de todas esas cosas.

»La primera escuela adem no enseñaba el arte de la espada. Aunque parezca extraño, la fundó un hombre llamado Aethe que aspiraba a dominar el arco y la flecha.

Shehyn hizo un paréntesis en su relato para aclarar:

– Deberías saber que, en aquellos días, el uso del arco estaba muy extendido. Su dominio estaba muy valorado. Éramos pastores, y nuestros enemigos nos agredían frecuentemente. El arco era la mejor arma que teníamos para defendernos.

Shehyn se reclinó en la silla y continuó:

– Aethe no se había propuesto fundar una escuela. En aquellos días no había escuelas. Solo aspiraba a mejorar sus habilidades. Puso en ello todo su empeño, hasta que pudo dispararle a una manzana a una distancia de treinta metros. Siguió entrenándose hasta que consiguió dispararle a la mecha de una vela encendida. Al poco tiempo, el único blanco que se le resistía era un trozo de seda suspendida y agitándose al viento. Aethe perseveró hasta que consiguió adivinar cómo soplaría el viento; una vez conseguido eso, ya no fallaba nunca.

»Empezaron a circular historias de su gran talento, y otros acudieron a él. Entre ellos estaba una joven llamada Rethe. Al principio, Aethe dudó que Rethe tuviera la fuerza necesaria para tensar el arco. Pero al poco tiempo la consideraba su alumna más aventajada.

»Como ya he dicho, eso sucedió hace muchos años y muy lejos de donde nos encontramos ahora. En aquellos días, los Adem no teníamos el Lethani para guiarnos, y por eso fue una época dura y sangrienta. En aquellos días, no era inusual que un Adem matara a otro por orgullo, o por una discusión, o para demostrar su habilidad.

»Comp Aethe era el mejor arquero, muchos lo retaban. Pero un cuerpo no es un blanco difícil para quien puede disparar contra un trozo de seda agitado por el viento. Aethe les daba muerte con la facilidad con que se corta el trigo. Se llevaba una sola flecha al duelo, y declaraba que si esa sola flecha no era suficiente, merecía que lo mataran.

»Aethe se hizo mayor, y su fama se extendió. Se instaló y fundó la primera escuela adem. Pasaron los años, y Aethe entrenó a muchos Adem para convertirlos en guerreros mortíferos. Todos sabían que si dabas a un alumno de Aethe tres flechas y tres monedas, tus tres peores enemigos nunca volverían a molestarte.

»Y así fue como la escuela se hizo rica, célebre y gloriosa. Y también Aethe.

«Entonces Rethe fue a hablar con él. Rethe, su mejor alumna. Rethe, la que estaba más cerca de su oído y de su corazón.

»Rethe habló con Aethe, y discreparon. Luego discutieron. Luego gritaron tan fuerte que toda la escuela podía oírlos a través de las gruesas paredes de piedra.

»Y al final, Rethe retó a Aethe a un duelo. Aethe aceptó, y todos sabían que el vencedor controlaría la escuela a partir de ese día.

»Como era quien había sido retado, Aethe fue el primero en escoger el lugar. Decidió situarse en medio de un bosquecillo de árboles jóvenes cuyo balanceo tapaba intermitentemente su figura. En circunstancias normales, no se habría molestado en tomar tantas precauciones, pero Rethe era su mejor alumna, y sabía leer el viento tan bien como él. Aethe se llevó su arco de cuerno. Se llevó una sola y afilada flecha.

«Entonces Rethe escogió dónde quería situarse. Subió a lo alto de un monte; su silueta se recortaba contra el cielo desnudo. No llevaba ni arco ni flecha. Y cuando llegó a la cima, se sentó tranquilamente en el suelo. Eso fue quizá lo más extraño, pues era bien sabido que Aethe solía disparar a su enemigo en la pierna en lugar de matarlo.

«Aethe vio que su alumna se sentaba y le embargó la ira. Cogió su única flecha y armó el arco. Tensó la cuerda. La cuerda que le había hecho Rethe, tejida con las largas y fuertes hebras de su propio cabello.

Shehyn me miró a los ojos.

– Lleno de ira, Aethe disparó su flecha, que golpeó a Rethe como un rayo.

«Aquí. -Se señaló con dos dedos la curva interior del pecho izquierdo-. Todavía sentada, con la flecha sobresaliendo de su pecho, Rethe se sacó una larga cinta de seda blanca de debajo de la camisa. Arrancó una pluma blanca de la flecha, la mojó en su sangre y escribió cuatro versos en la cinta.

«Rethe sostuvo la cinta en alto unos momentos y dejó que el viento la hiciera ondear primero hacia un lado y luego hacia otro. Entonces Rethe soltó la cinta, que revoloteó por el aire, subiendo y bajando arrastrada por la brisa. Retorciéndose en el viento, la cinta zigzagueó entre los árboles y fue a parar contra el pecho de Aethe.

«Los versos rezaban:

Aethe, junto a mi corazón.

Sin vanidad, la cinta.

Sin deber, el viento.

Sin sangre, la victoria.

Oí un débil ruido y vi que Vashet lloraba discretamente. Tenía la cabeza agachada, y las lágrimas resbalaban por su cara y goteaban en su camisa roja, dejando en ella manchas más oscuras.

Shehyn continuó:

– Hasta que no leyó esos versos, Aethe no se dio cuenta de la profunda sabiduría que poseía su alumna. Fue corriendo a curarle las heridas a Rehthe, pero la punta de la flecha se había alojado demasiado cerca de su corazón, y era imposible arrancársela.

»Rethe solo vivió tres días, y el desconsolado Aethe no se separó de su lado. Le entregó a Rethe el control de la escuela, y escuchó sus palabras, y en todo ese tiempo la punta de su flecha seguía clavada junto al corazón de su alumna.

»En esos tres días, Rethe dictó noventa y nueve historias, y Aethe las transcribió. Esos relatos son el inicio de nuestro conocimiento del Lethani. Son las raíces de todo Ademre.

»A1 final del tercer día, Rethe terminó de contarle la historia número noventa y nueve a Aethe, que ya se consideraba el alumno de su alumna. Cuando Aethe terminó de escribir, Rethe le dijo: "Queda una última historia, más importante que todas las demás, y esa se sabrá cuando despierte".

«Entonces Rethe cerró los ojos y se durmió. Y mientras dormía, murió.

«Aethe vivió cuarenta años más, y dicen que nunca volvió a matar. En esos años, le oyeron decir a menudo: "Gané el único duelo que he perdido".

«Siguió dirigiendo la escuela y entrenando a sus alumnos para convertirlos en maestros del arco. Pero también les enseñaba a ser sabios. Les contaba las noventa y nueve historias, y así fue como todo Ademre conoció el Lethani. Y así fue como nos convertimos en lo que somos.

Hubo una larga pausa.

– Gracias, Shehyn -dije, e hice lo mejor que pude el signo de gratitud respetuosa-. Me gustaría mucho oír esas noventa y nueve historias.

– Esas historias no son para los bárbaros -replicó Shehyn. Pero no parecía ofendida por mi petición, e hizo un signo que combinaba reproche y pesar. Entonces cambió de tema-: ¿Cómo va tu Ketan?

– Me esfuerzo para mejorar, Shehyn.

Shehyn miró a Vashet.

– ¿Es cierto?

– No cabe duda de que se esfuerza -dijo Vashet, que todavía tenía los ojos enrojecidos de llorar. Diversión irónica-. Pero también hay progresos.

Shehyn asintió. Aprobación con reservas.