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– ¿Crees que te la cambiará?

– Ya se ha ofrecido.

– Voy a buscarla -anunció Sim poniéndose en pie.

– Te espero aquí.

Sim asintió con entusiasmo y miró con nerviosismo alrededor.

– Lo mejor será que no hagas nada hasta que yo vuelva -dijo mientras abría la puerta-. Quédate sentado sobre las manos y no te muevas.

Sim solo tardó cinco minutos en volver, y seguramente fue una suerte.

Oí unos golpes en la puerta.

– Soy yo -dijo Sim desde fuera-. ¿Va todo bien ahí dentro?

– ¿Sabes qué? -dije a través de la puerta-. He intentado pensar algo gracioso que hacer mientras no estabas, pero no se me ha ocurrido nada. -Miré alrededor-. Creo que eso significa que el humor tiene su origen en la transgresión social. No puedo transgredir porque no sé distinguir qué es lo socialmente inaceptable. A mí todo me parece lo mismo.

– Es posible que tengas razón -dijo, y entonces me preguntó-: Pero ¿has hecho algo?

– No -contesté-. He decidido portarme bien. ¿Has encontrado a Fela?

– Sí. Está aquí, conmigo. Pero antes de que entremos, tienes que prometer que no harás nada sin preguntármelo primero. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -dije riendo-. Pero no me hagas hacer estupideces delante de ella.

– Te lo prometo -dijo Sim-. ¿Por qué no te sientas? Por si acaso.

– Ya estoy sentado.

Sim abrió la puerta. Vi a Fela asomándose por encima de su hombro.

– Hola, Fela -la saludé-. Necesito que me cambies la ficha.

– Antes -dijo Sim- tendrías que ponerte la camisa. Eso es un dos.

– Ah -dije-. Lo siento. Tenía calor.

– Podrías haber abierto la ventana.

– He pensado que sería más seguro limitar mis interacciones con los objetos externos -expliqué.

– Eso sí que ha sido buena idea -dijo Sim arqueando una ceja-. Solo que en este caso te ha desviado un poco.

– ¡Uau! -oí exclamar a Fela en el pasillo-. ¿Lo dice en serio?

– Completamente -confirmó Sim-. Mira, no estoy seguro de que debas entrar.

– Ya estoy vestido -dije tras ponerme la camisa-. Si vas a estar más tranquilo, puedo quedarme sentado sobre las manos. -Volví a meter las manos bajo las piernas.

Sim dejó entrar a Fela, y luego cerró la puerta.

– Eres bellísima, Fela -declaré-. Te daría todo el dinero que llevo en mi bolsa si me dejaras verte desnuda solo dos minutos. Te daría todo lo que tengo, excepto mi laúd.

No sabría decir cuál de los dos se puso más colorado. Creo que fue Sim.

– No debería haber dicho eso, ¿verdad?

– No -confirmó Sim-. Eso ha sido un cinco.

– Pues no tiene ningún sentido -protesté-. En los cuadros aparecen mujeres desnudas. Y la gente compra esos cuadros, ¿no? Las mujeres posan ante los pintores.

– Es verdad -admitió Sim-. Pero no importa. Quédate sentado un momento y no digas ni hagas nada, ¿vale?

Asentí.

– No puedo creerlo -dijo Fela. El rubor se estaba borrando de sus mejillas-. Lo siento, pero no puedo dejar de pensar que me estáis gastando una broma.

– Ojalá -dijo Sim-. Esa sustancia es peligrosísima.

– ¿Cómo es que recuerda los cuadros de desnudos y no recuerda que en público debes llevar la camisa puesta? -le preguntó a Sim sin dejar de mirarme.

– No me parecía que fuera importante -expliqué-. Cuando me azotaron, me quité la camisa. Y eso fue en público. Es curioso que una cosa así pueda acarrearte problemas.

– ¿Sabes qué pasaría si trataras de apuñalar a Ambrose? -me preguntó Sim.

Pensé un momento. Era como tratar de recordar lo que habías desayunado un mes atrás.

Supongo que habría un juicio -dije despacio-. Y la gente me invitaría a copas.

Fela se tapó la boca con una mano para ahogar una risa.

– Veamos -dijo Simmon-. ¿Qué es peor, robar un pastel o matar a Ambrose?

Medité unos momentos y pregunté:

– ¿Un pastel de carne o de fruta?

– ¡Uau! -exclamó Fela, impresionada-. Es… -Sacudió la cabeza-. Casi me pone la piel de gallina.

– Es una obra de alquimia aterradora -dijo Simmon asintiendo con la cabeza-. Se trata de una variación de un sedante llamado plombaza. Ni siquiera tienes que ingerirlo. Se absorbe a través de la piel.

Fela se quedó mirándolo.

– ¿Cómo es que sabes tanto de eso? -preguntó.

– Mandrag nos habla de esa sustancia en todas sus clases de alquimia -aclaró Sim esbozando una débil sonrisa-. He oído esa historia un montón de veces. Es su ejemplo favorito de los malos usos de la alquimia. Hace unos cincuenta años, un alquimista la empleó para destrozarles la vida a varios funcionarios del gobierno de Atur. Lo descubrieron porque una condesa enloqueció en medio de una boda, mató a una docena de personas y… -Sim se interrumpió y meneó la cabeza-. En fin, fue espantoso. Tan espantoso que la amante del alquimista lo entregó a los guardias.

– Espero que recibiera su merecido.

– Ya lo creo -dijo Sim con gravedad-. El caso es que no afecta a todos de la misma manera. No produce solamente una reducción de la inhibición. También hay una amplificación de la emoción. Una liberación del deseo oculto combinada con una extraña variedad de memoria selectiva, así como amnesia moral.

– Yo no me encuentro mal -dije-. Es más, me encuentro muy bien. Pero me preocupa el examen de admisión.

– ¿Lo ves? -Sim me señalaba-. Se acuerda del examen de admisión. Es importante para él. En cambio, otras cosas… han dejado de existir.

– ¿Se conoce alguna cura? -preguntó Fela sin disimular su inquietud-. ¿No deberíamos llevarlo a la Clínica?

– Creo que no -dijo Simmon con nerviosismo-. Tal vez le administraran un purgante, pero no hay ninguna droga en su organismo. La alquimia no funciona así. Kvothe está bajo la influencia de principios desvinculados. Y esos principios no los puedes eliminar como harías con el mercurio o el ófalo.

– Lo del purgante no suena nada bien -tercié-. Lo digo por si mi voto cuenta para algo.

– Y cabe la posibilidad de que crean que se ha derrumbado por el estrés de admisiones -siguió diciéndole Sim a Fela-. Les pasa a unos cuantos alumnos todos los años. Lo encerrarían en el Refugio hasta estar seguros…

Me levanté y apreté los puños.

– Prefiero estar cortado en pedazos en el infierno que encerrado en el Refugio -dije furioso-. Ni que sea una hora. Ni que sea un minuto.

Sim palideció y dio un paso hacia atrás al mismo tiempo que alzaba las manos con las palmas hacia fuera, como si quisiera defenderse. Pero habló con voz firme y serena:

– Te lo digo tres veces, Kvothe. Para.

Paré. Fela me observaba con los ojos muy abiertos, asustada.

– Te lo digo tres veces, Kvothe. Siéntate -continuó Simmon con firmeza.

Me senté.

Fela, que estaba de pie detrás de Simmon, lo miraba sorprendida.

– Gracias -dijo Simmon, y bajo las manos-. Estoy de acuerdo. La Clínica no es el mejor sitio para ti. Podemos solucionar esto aquí.

– A mí también me parece mejor -dije.

– Aunque todo saliera bien en la Clínica -continuó Simmon-. Porque supongo que se acentuará tu tendencia a decir lo que piensas. -Esbozó una sonrisa irónica-. Los secretos son la piedra angular de la civilización, y sé que tú tienes más que la mayoría de la gente.

– Yo no creo que tenga secretos -lo contradije.

Sim y Fela rompieron a reír a la vez.

– Me temo que acabas de demostrar que Sim tiene razón -dijo Fela-. A mí me consta que tienes unos cuantos.

– Y a mí también -dijo Sim.

– Eres mi piedra de toque. -Me encogí de hombros. Luego sonreí a Fela y saqué mi bolsa de dinero.

– ¡No, no, no! -saltó Sim-. Ya te lo he dicho. Verla desnuda sería lo peor que podrías hacer ahora mismo.

Fela entrecerró un poco los ojos.

– ¿Qué pasa? -pregunté-. ¿Temes que la tire al suelo y la viole? Solté una carcajada.