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Entonces Shehyn se dirigió a mí:

– Al final -dijo-, ¿por qué me han golpeado? -Curiosidad.

Repasé mentalmente los últimos momentos del combate, tan aprisa como pude.

Hice el signo de incerteza respetuosa, procurando imprimirle toda la sutileza que Vashet me había estado enseñando.

– Colocaste un poco mal el talón -dije-. El talón izquierdo.

– Muy bien -dijo Shehyn. Hizo el signo de aprobación satisfecha con suficiente detenimiento para que cualquiera que nos estuviera mirando pudiera verlo. Y todos nos estaban mirando, claro.

Aturdido por aquel elogio, pero consciente de que me observaban, mantuve un semblante adecuadamente inexpresivo mientras Shehyn se alejaba, con Penthe detrás.

Incliné la cabeza hacia Vashet.

– Me gusta el gorrito de Shehyn -dije.

Vashet sacudió la cabeza y suspiró.

– Vamos. -Me dio un empujoncito en el hombro y se levantó-. Será mejor que nos marchemos antes de que estropees la buena impresión que has causado hoy.

Esa noche, a la hora de la cena, me senté donde siempre, en un rincón de una de las mesas junto a la pared más alejada de la comida. Como nadie quería acercarse a menos de tres metros de mí, no tenía sentido que me sentara donde otros quizá quisieran hacerlo.

Mi buen humor todavía me fortalecía, de modo que no me afligí en exceso cuando percibí un destello de rojo que se sentaba enfrente de mí. Carceret, otra vez. Un par de veces al día se las ingeniaba para acercárseme lo suficiente y susurrarme unas palabras. Ese día se había retrasado.

Pero levanté la cabeza y me sorprendió ver que era Vashet. Ella dio una cabezada y clavó su mirada imperturbable en mi cara de desconcierto. Entonces me recompuse, le devolví la cabezada y comimos un rato en amigable silencio. Cuando hubimos terminado, nos quedamos un rato charlando tranquilamente de cosas sin importancia.

Salimos juntos del comedor, y una vez fuera pasé a hablar en atur para poder expresar debidamente algo a lo que llevaba horas dándole vueltas.

– Vashet -dije-, se me ha ocurrido que estaría bien que pudiera pelear con alguien cuya habilidad sea parecida a la mía.

Vashet se rió y sacudió la cabeza.

– Eso sería como meter a dos vírgenes en una cama. Entusiasmo, pasión e ignorancia no forman una buena combinación. Alguien puede resultar herido.

– No creo que sea justo llamar virginal a mi forma de pelear -rebatí-. Ya sé que estoy muy por debajo de tu nivel, pero tú misma dijiste que mi Ketan es bastante bueno.

– Dije que tu Ketan era bastante bueno teniendo en cuenta el tiempo que llevas estudiándolo -me corrigió-. Que es menos de dos meses. Es decir, un periodo insignificante.

– Es muy frustrante -admití-. Si consigo asestarte un golpe, es porque tú me dejas. No tiene ningún valor, porque me lo has regalado tú. No me lo he ganado yo mismo.

– Cualquier golpe que me des está ganado -dijo ella-. Aunque yo te lo ofrezca. Pero te entiendo. Un combate igualado tiene su encanto.

Fui a decir algo más, pero ella me tapó la boca con una mano.

– He dicho que te entiendo. Deja de pelear cuando ya has ganado. -Sin levantar la mano de mis labios, me dio unos golpecitos con la yema del dedo-. Está bien. Sigue progresando y te buscaré a alguien de tu mismo nivel para que puedas pelear.

Capítulo 116

Estatura

Casi estaba empezando a sentirme cómodo en Haert. Mi dominio del idioma se consolidaba y me sentía menos aislado porque ya podía intercambiar breves cortesías con la gente. De vez en cuando Vashet comía conmigo, y eso me ayudaba a sentirme un poco menos marginado.

Esa mañana habíamos trabajado con la espada, lo cual significaba un comienzo de día fácil. Vashet todavía me estaba enseñando cómo se incorporaba la espada al Ketan, y los momentos en que peleábamos eran pocos y muy espaciados. Tras unas horas, trabajamos en mi adémico, y luego volvimos a practicar con la espada.

Después de comer pasamos a la pelea con las manos. Tenía la impresión de que, al menos en eso, sí estaba mejorando. Al cabo de media hora, Vashet no solo respiraba entrecortadamente sino que empezó a sudar un poco. Yo seguía sin ser rival para ella, desde luego; pero tras muchos días de humillante descuido por su parte, Vashet empezaba a tener que poner un poquito de esfuerzo para mantenerse por delante de mí.

Seguimos peleando, y noté que… ¿cómo puedo decirlo sin parecer grosero? Vashet olía maravillosamente. No olía a perfume, a flores ni a nada parecido. Olía a sudor limpio, a metal aceitado y a hierba aplastada de cuando, poco antes, la había tirado al suelo. Era un olor agradable. Vashet…

Supongo que no puedo describirlo con delicadeza. Lo que quiero decir es que olía a sexo. No olía como si acabara de practicarlo, sino como si estuviera hecha de él. Cuando se me acercó para forcejear conmigo, su olor, combinado con la presión de su cuerpo contra el mío… Fue como si alguien hubiera activado un interruptor en mi cabeza. Solo podía pensar en besar su boca, en mordisquearle la suave piel del cuello, en arrancarle la ropa y lamerle el sudor de…

No hice nada de todo eso, por supuesto. Pero en aquel momento no había nada que deseara más. Me da vergüenza recordarlo, pero no voy a justificarme; solo diré que era muy joven y estaba sano y en forma. Y Vashet era una mujer muy atractiva, aunque me llevara diez años.

Pensad también que acababa de pasar de los tiernos brazos de Felurian a los apasionados brazos de Losine, y de ahí a un largo y árido entrenamiento con Tempi durante el viaje a Haert. Es decir, que llevaba tres ciclos sintiéndome exhausto, angustiado, confundido y aterrorizado, una cosa detrás de otra.

Pero aquello ya era historia. Vashet era una buena maestra y siempre se aseguraba de que yo estuviera descansado y relajado. Cada vez estaba más seguro de mis capacidades y me encontraba más cómodo a su lado.

De modo que no es de extrañar que tuviera la reacción que tuve.

Sin embargo, en ese momento me asusté y me abochorné como solo podía hacer un joven de mi edad. Me aparté de Vashet, ruborizado y mascullando una disculpa. Intenté disimular mi erección, pero con eso solo conseguí atraer más atención sobre ella.

Vashet se quedó mirando lo que mis manos trataban en vano de ocultar.

– Vaya, vaya. Creo que lo interpretaré como un cumplido y no como una extraña técnica de ataque nueva.

Si fuera posible morir de vergüenza, me habría muerto allí mismo.

– ¿Quieres ocuparte de eso tú solo? -me preguntó Vashet con desenvoltura-. ¿O prefieres hacerlo en compañía?

– ¿Cómo dices? -pregunté. Fue lo único que se me ocurrió decir.

– Venga, hombre. -Me señaló las manos-. Aunque pudieras dejar de pensar en eso, sin duda te haría perder el equilibrio. -Soltó una risita-. Tienes que solucionarlo antes de continuar la clase. Puedes ocuparte tú solo, o podemos buscar un sitio donde el suelo esté blando y ver quién gana de los tres.

El tono despreocupado de su voz me convenció de que la había interpretado mal. Entonces esgrimió una sonrisita de complicidad y comprendí que la había interpretado perfectamente.

– De donde yo vengo, una maestra y un alumno jamás… -Vacilé tratando de buscar una forma educada de distender la situación.

Vashet me miró y puso los ojos en blanco; esa expresión de exasperación desentonó en su cara de Adem.

– Y vuestros maestros y alumnos, ¿tampoco pelean nunca? ¿Nunca hablan? ¿Nunca comen juntos?

– Pero esto -dije-. Esto…

Vashet dio un suspiro.

– Tienes que recordarlo, Kvothe. Vienes de unas tierras bárbaras. Gran parte de lo que te han enseñado es desatinado y absurdo. Y lo peor de todo son las extrañas costumbres que vosotros los bárbaros habéis construido alrededor del sexo.