Выбрать главу

– ¿No lo harías? -Sim me miró a los ojos.

– Claro que no.

Sim desvió la mirada hacia Fela; luego volvió a mirarme a mí y preguntó con curiosidad:

– ¿Puedes explicarme por qué?

Me quedé pensándolo.

– Porque… -Dejé la frase en el aire y sacudí la cabeza-. Es que… No, no puedo. Sé que no puedo comerme una piedra ni atravesar una pared. Es así.

Me concentré un instante y empecé a sentir mareo. Me tapé los ojos con una mano e intenté ignorar un vértigo repentino.

– Dime que es así, por favor -dije, muy asustado-. No puedo comerme una piedra, ¿verdad?

– Tienes razón -se apresuró a confirmar Fela-. No puedes.

Dejé de hurgar en mi mente en busca de respuestas, y aquel extraño vértigo desapareció.

Sim me miraba de hito en hito.

– Me gustaría saber qué ha sido eso -dijo.

– Creo que yo tengo una ligera idea -murmuró Fela.

Saqué la ficha de marfil de admisiones de mi bolsa de dinero.

– Solo quería que intercambiáramos nuestras fichas -dije-. A menos que estés dispuesta a dejar que te vea desnuda. -Levanté la bolsa con la otra mano y miré a Fela a los ojos-. Sim dice que eso está mal, pero él no entiende nada de mujeres. Quizá no tenga los tornillos bien apretados, pero de eso me acuerdo perfectamente.

Tardé cuatro horas en empezar a recuperar mis inhibiciones, y dos más en afianzarlas. Simmon pasó todo el día conmigo, paciente como un sacerdote, explicándome que no, que no tenía que ir a comprar una botella de aguardiente. No, no tenía que ir a darle una patada al perro que ladraba al otro lado de la calle. No, no tenía que ir a Imre a buscar a Denna. No. Tres veces no.

Cuando se puso el sol, volvía a ser el de siempre y volvía a tener mi moral más o menos intacta. Simmon me sometió a un extenso interrogatorio antes de acompañarme a mi habitación de Anker's, donde me hizo jurar por la leche de mi madre que no saldría de la habitación hasta la mañana siguiente. Lo juré.

Pero no estaba normal del todo. Mis emociones todavía corrían en caliente, y prendían por cualquier cosa. Peor aún: no solo había recuperado la memoria, sino que esta había vuelto con un entusiasmo intenso e incontrolable.

Mientras estaba con Simmon, la situación no me había parecido tan grave. Su presencia me ofrecía una agradable distracción. Pero a solas en mi buhardilla de Anker's, me hallaba a merced de mi memoria. Era como si mi mente estuviera decidida a desenvolver y examinar cada cosa afilada y dolorosa que había visto.

Quizá penséis que los peores recuerdos eran los del día que mataron a mi troupe. De cómo volví a nuestro campamento y lo encontré todo en llamas. Las macabras siluetas de los cadáveres de mis padres bajo la débil luz del crepúsculo. El olor a lona chamuscada y a sangre y a pelo quemados. Mis recuerdos de quienes los habían asesinado. De los Chandrian. Del hombre que habló conmigo, sin parar de sonreír. De Ceniza.

Eran malos recuerdos, pero a lo largo de los años los había rescatado y los había examinado tan a menudo que ya apenas me producían dolor. Recordaba el tono y el timbre de la voz de Haliax con la misma claridad con que recordaba los de la voz de mi padre. Podía visualizar sin dificultad el rostro de Ceniza. Aquella sonrisa que mostraba unos dientes perfectos. Su cabello blanco y rizado. Sus ojos, negros como gotas de tinta. Su voz, cargada de frío invernal, diciendo: «Sé de unos padres que han estado cantando unas canciones que no hay que cantar».

Quizá penséis que esos eran los peores recuerdos. Pero os equivocáis.

No. Los peores recuerdos eran los de mis primeros años de vida. El lento balanceo y las sacudidas del carromato, mi padre llevando las riendas sueltas. Sus fuertes manos sobre mis hombros, mostrándome cómo debía colocarme sobre el escenario para que mi cuerpo dijera «orgulloso», o «triste», o «tímido». Sus dedos colocando bien los míos sobre las cuerdas de su laúd.

Mi madre cepillándome el cabello. Sus brazos rodeándome. La perfección con que mi cabeza encajaba en la curva de su cuello. Cómo por la noche me acurrucaba en su regazo junto al fuego, adormilado, feliz y seguro.

Esos eran los peores recuerdos. Preciosos y perfectos. Afilados como un bocado de cristales rotos. Tumbado en la cama, tensaba todos los músculos de mi cuerpo hasta formar un nudo tembloroso, sin poder dormir, sin poder pensar en otras cosas, sin poder dejar de recordar. Otra vez. Y otra. Y otra.

Entonces oí unos golpecitos en mi ventana. Era un sonido tan débil que no lo percibí hasta que cesó. Entonces oí abrirse la ventana detrás de mí.

– ¿Kvothe? -susurró la voz de Auri.

Apreté los dientes para contener los sollozos y me quedé tan quieto como pude, confiando en que ella pensara que estaba dormido y se marchase.

– ¿Kvothe? -Volvió a llamar-. Te he traído… -Hubo un momento de silencio, y luego dijo-: Oh.

Oí un leve sonido detrás de mí. Auri entró por la ventana, y la luz de la luna proyectó su diminuta sombra en la pared. Noté moverse la cama cuando se sentó en ella.

Una mano pequeña y fría me acarició la mejilla.

– No pasa nada -dijo Auri en voz baja-. Ven aquí.

Empecé a llorar en silencio, y ella deshizo con cuidado el apretado nudo de mi cuerpo hasta que mi cabeza reposó en su regazo. Empezó a murmurar, apartándome el cabello de la frente; yo notaba el frío de sus manos contra la ardiente piel de mi cara.

– Ya lo sé -dijo con tristeza-. A veces es muy duro, ¿verdad?

Me acarició el cabello con ternura, y mi llanto se intensificó. No recordaba la última vez que alguien me había tocado con cariño.

– Ya lo sé -repitió-. Tienes una piedra en el corazón, y hay días en que pesa tanto que no se puede hacer nada. Pero no deberías pasarlo solo. Deberías haberme avisado. Yo lo entiendo.

Contraje todo el cuerpo y de pronto volví a notar aquel sabor a ciruela.

– La echo de menos -dije sin darme cuenta. Antes de que pudiera agregar algo más, apreté los dientes y sacudí la cabeza con furia, como un caballo que intenta liberarse de las riendas.

– Puedes decirlo -dijo Auri con ternura.

Volví a sacudir la cabeza, noté sabor a ciruela, y de pronto las palabras empezaron a brotar de mis labios.

– Decía que aprendí a cantar antes que a hablar. Decía que cuando yo era un crío ella tarareaba mientras me tenía en brazos. No me cantaba una canción; solo era una tercera descendente. Un sonido tranquilizador. Y un día me estaba paseando alrededor del campamento y oyó que yo le devolvía el eco. Dos octavas más arriba. Una tercera aguda y diminuta. Decía que aquella fue mi primera canción.

Nos la cantábamos el uno al otro. Durante años. -Se me hizo un nudo en la garganta y apreté los dientes.

– Puedes decirlo -dijo Auri en voz baja-. No pasa nada si lo dices.

– Nunca volveré a verla -conseguí decir. Y me puse a llorar a lágrima viva.

– No pasa nada -dijo Auri-. Estoy aquí. Estás a salvo.

Capítulo 8

Preguntas

Los días siguientes no fueron ni agradables ni productivos.

La hora de admisiones de Fela era para finales del ciclo, así que me propuse sacarle el máximo partido al tiempo que había ganado. Intenté hacer algunas piezas sueltas en la Factoría, pero volví rápidamente a mi habitación cuando me puse a llorar mientras inscribía un embudo de calor. No solo no podía mantener el Alar adecuado, sino que además no me convenía que la gente creyera que me había derrumbado por el estrés del examen de admisión.

Esa noche, cuando traté de arrastrarme por el estrecho túnel que conducía al Archivo, volví a notar el sabor a ciruela y me invadió un miedo tremendo a aquel espacio reducido y oscuro. Afortunadamente, solo había avanzado unos tres metros; aun así, estuve a punto de provocarme una conmoción cerebral al tratar de salir del túnel marcha atrás, y me dejé las palmas de las manos en carne viva escarbando la piedra, presa de pánico.