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A medida que pasaban los días, fue reduciéndose la tensión entre nosotros, tan lentamente como los cardenales de mi cara. Me gusta pensar que al final habría desaparecido por completo, pero no tuvimos tiempo suficiente para comprobarlo.

Llegó como un relámpago en el cielo azul y despejado.

Vashet abrió la puerta a mi llamada, pero en lugar de salir afuera, se quedó en el umbral.

– Mañana harás el examen -anunció.

Al principio no entendí de qué me hablaba. Me había concentrado tanto en la práctica de la espada, en el entrenamiento con Celean, en el idioma y en el Lethani que casi me había olvidado del propósito de todo aquello.

Noté una oleada de emoción en el pecho, seguida de un nudo helado en el estómago.

– ¿Mañana? -pregunté, atontado.

Vashet asintió y sonrió débilmente al ver mi expresión.

Su contenida reacción no contribuyó a tranquilizarme.

– ¿Tan pronto?

– Shehyn cree que es lo mejor. Si esperamos otro mes, podría empezar a nevar, y eso te impediría elegir libremente.

Vacilé un momento y dije:

– No me estás contando toda la verdad, Vashet.

Otra débil sonrisa y un encogimiento de hombros.

– En eso tienes razón, aunque Shehyn cree que no es prudente esperar. Eres adorable, a tu torpe manera de bárbaro. Cuanto más tiempo permanezcas aquí, más gente habrá que sienta simpatía por ti…

Noté que el frío se instalaba en mis entrañas.

– Y si tienen que mutilarme, es mejor que lo hagan antes de que más gente se dé cuenta de que en realidad soy una persona de verdad, y no un bárbaro anónimo -dije con aspereza, aunque no tanta como me habría gustado.

Vashet agachó la cabeza y asintió.

– No debería decírtelo, pero Penthe le puso un ojo morado a Carceret hace un par de días por una discusión sobre ti. Celean también se ha encariñado contigo, y habla con los otros niños. Te observan desde los árboles mientras entrenas. -Hizo una pausa-. Y no son los únicos.

En el tiempo que llevaba en Haert había aprendido lo suficiente para interpretar las pausas de Vashet. De pronto, su circunspección y su silencio cobraban sentido.

– Shehyn debe proteger los intereses de la escuela -expuso-. Debe decidir según lo que es correcto. No puede dejarse influir por el hecho de que unos pocos te tengan simpatía. Al mismo tiempo, si toma una decisión correcta y muchos en la escuela se sienten contrariados, eso tampoco es bueno. -Otro encogimiento de hombros-. Así que…

– ¿Estoy preparado?

Vashet tardó en contestar.

– Esa no es una pregunta fácil -reconoció-. No te invitan a la escuela únicamente por tu habilidad. Es un examen de aptitud, de idoneidad. Si uno de nosotros falla, puede volver a intentarlo. Tempi hizo el examen cuatro veces antes de ser admitido. Tú solo tendrás una oportunidad. -Me miró a los ojos-. Y tanto si estás preparado como si no, ha llegado el momento.

Capítulo 123

Hoja que Gira

A la mañana siguiente Vashet vino a buscarme cuando yo estaba terminando de desayunar.

– Ven -me dijo-. Carceret se ha pasado toda la noche rezando para que haya un vendaval, pero solo soplan ráfagas.

No entendí qué quería decir, pero tampoco me apetecía preguntar. Devolví la bandeja de madera y al darme la vuelta vi a Penthe allí de pie. Tenía un cardenal amarillento en el mentón.

Penthe no dijo nada y se limitó a cogerme ambos brazos en señal de apoyo. Luego me dio un fuerte abrazo. Se me había olvidado lo bajita que era, y me sorprendió ver que su cabeza solo me llegaba por el pecho. El comedor estaba aún más silencioso de lo que era habitual, y aunque nadie me miraba abiertamente, todos me observaban.

Vashet me llevó hasta el pequeño parque donde nos habíamos visto por primera vez e iniciamos los ejercicios de calentamiento. Aquella rutina me relajó y calmó mi ansiedad hasta reducirla a un rumor sordo. Cuando terminamos, Vashet me condujo al valle escondido del árbol espada. No me sorprendió. ¿En qué otro sitio podía celebrarse el examen?

Había una docena de personas dispersas por el prado, alrededor del árbol. La mayoría llevaban el rojo de mercenario, pero vi a tres con ropa de colores más claros. Deduje que debían de ser miembros importantes de la comunidad, o quizá mercenarios retirados que todavía tenían relación con la escuela.

Vashet señaló el árbol. Al principio creí que quería que me fijara en su movimiento. Tal como me había adelantado, hacía un día ventoso, y las ramas azotaban furiosamente el aire. Entonces vislumbré un destello metálico junto al tronco. Me fijé y vi que había una espada atada al tronco del árbol.

Me acordé de Celean danzando entre las hojas afiladas hasta dar una palmada al tronco. Claro.

– Alrededor del pie del árbol hay una serie de objetos -dijo Vashet-. El examen consiste en que vayas hasta allí, escojas uno y lo traigas.

– ¿Eso es el examen? -pregunté más bruscamente de lo que tenía planeado-. ¿Por qué no me lo dijiste?

– ¿Por qué no me lo preguntaste? -replicó ella con aspereza, y entonces apoyó suavemente una mano sobre mi brazo-. Te lo habría explicado -dijo-. Al final. Pero sabía que si te lo contaba demasiado pronto, querrías probarlo y te harías daño.

– Bueno, pues menos mal que lo hemos dejado para hoy -dije, y suspiré. Disculpa resignada-. ¿Qué pasa si entro y me quedo hecho trizas?

– Cortarse es inevitable -dijo Vashet, y se apartó el cuello de la camisa para enseñarme un par de cicatrices pálidas y delgadas que tenía en el hombro-. La cuestión es cuánto, y dónde, y cómo te comportas. -Se colocó bien la camisa con un encogimiento de hombros-. Las hojas no hacen cortes profundos, pero ten cuidado con la cara y el cuello, donde los vasos sanguíneos y los tendones están cerca de la superficie. Un corte en el torso o en el brazo se puede curar fácilmente. Una oreja cercenada, no tanto.

Miré el árbol, que en ese momento recibía una ráfaga de viento. Las ramas se agitaron frenéticamente.

– ¿Qué te impide entrar a gatas?

– El orgullo -contestó Vashet escudriñando mi rostro-. ¿Quieres que todos te recuerden como el que se arrastró el día del examen?

Asentí con la cabeza. Aquello era especialmente importante en mi caso. Era un bárbaro, y por lo tanto tenía que demostrar el doble.

Volví a mirar el árbol. Había unos diez metros desde el perímetro de las ramas hasta el tronco. Recordé las cicatrices que había visto en el cuerpo de Tempi y en la cara de Carceret.

– De modo que esto es una prueba de temple -dije-. Una prueba de orgullo.

– Es una prueba de muchas cosas -aclaró Vashet-. Tu comportamiento tiene mucha importancia. Podrías taparte la cara con los brazos y correr hasta el tronco. Al fin y al cabo, la línea recta es la más rápida. Pero ¿qué revela eso de ti? ¿Eres un toro que embiste a ciegas? ¿Eres un animal sin sutileza ni elegancia? -Sacudió la cabeza frunciendo el entrecejo-. Espero algo mejor de un alumno mío.

Entorné los ojos y traté de ver qué otros objetos había alrededor del tronco.

– Supongo que no puedo preguntar cuál es la elección correcta.

– Hay muchas elecciones correctas, y muchas incorrectas. Eso varía en cada caso. El objeto que traigas revelará mucho. Lo que hagas con ese artículo después también revelará mucho. Cómo te conduzcas revelará mucho. -Encogió los hombros-. Shehyn tendrá en cuenta todas esas cosas antes de decidir si mereces ser admitido en la escuela.

– Si tiene que decidirlo Shehyn, ¿qué hacen aquí los demás?

Vashet esbozó una sonrisa forzada, y vi la ansiedad oculta en lo más profundo de sus ojos.

– Shehyn no representa a toda la escuela. -Señaló a los otros Adem que estaban de pie alrededor del árbol espada-. Tampoco representa a la totalidad de la vía de la Latantha.

Miré alrededor y me di cuenta de que aquel puñado de camisas que no eran rojas no eran de colores claros, sino blancas. Eran los jefes de otras escuelas. Habían viajado hasta Haert para presenciar el examen del bárbaro.