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– Tampoco perjudicará mi reputación -dije. Atenuar.

Hubo una pausa en la conversación, y entonces Shehyn hizo el signo de solemnidad.

– Hace poco me preguntaste por los Rhinta. ¿Te acuerdas? -dijo.

Con el rabillo del ojo vi que Vashet se removía en su asiento.

Asentí, emocionado.

– He recordado una historia sobre ellos. ¿Te gustaría oírla?

Hice el signo de sumo interés.

– Es una historia muy antigua, tan antigua como Ademre. Siempre se cuenta igual. ¿Estás preparado para oírla? -Profunda formalidad. Había un deje de ceremonia en su voz.

Volví a asentir. Súplica implorante.

– Como ocurre con todo, hay unas normas. Te contaré la historia una vez. Después, no podrás hablar de ella. Después, no podrás hacer preguntas. -Nos miró a Vashet y a mí. Profunda seriedad-. No podrás hablar de esta historia hasta que hayas dormido mil noches. No podrás hacer preguntas hasta que hayas viajado mil kilómetros. Ahora que lo sabes, ¿quieres oírla?

Asentí por tercera vez; mi emoción iba en aumento.

Shehyn habló con gran parsimonia:

– Hubo en un tiempo un reino poderoso habitado por gentes poderosas. No eran Ademre. Eran lo que era Ademre antes de que nos convirtiéramos en lo que somos.

»Pero en ese tiempo ellos eran ellos mismos, hombres y mujeres justos y fuertes. Cantaban canciones de poder y peleaban tan bien como los Ademre.

»Esa gente tenía un gran imperio. El nombre de su imperio se ha perdido. Ya no tiene importancia, pues el imperio cayó, y desde ese tiempo la tierra se ha roto y el cielo ha cambiado.

»En el imperio había siete ciudades y una ciudad. Los nombres de las siete ciudades se han olvidado, porque cayeron víctimas de la traición y el tiempo las destruyó. La ciudad también se destruyó, pero su nombre se conserva. Se llamaba Tariniel.

»E1 imperio tenía un enemigo, como todos los imperios. Pero el enemigo no era lo bastante poderoso para destruirlo. El enemigo no era lo bastante fuerte para hundirlo, ni tirando ni empujando. El nombre del enemigo todavía se recuerda, pero deberá esperar.

«Como el enemigo no podía vencer mediante la fuerza, se movió como un gusano dentro de un fruto. El enemigo no era del Lethani. Envenenó a otros siete contra el imperio, y olvidaron el Lethani. Seis traicionaron a las ciudades que confiaban en ellos. Seis ciudades cayeron y sus nombres se olvidaron.

»Uno recordó el Lethani, y no traicionó a una ciudad. Esa ciudad no cayó. Uno de ellos recordó el Lethani y el imperio no perdió la esperanza. Con una ciudad en pie. Pero el nombre de esa ciudad también se olvidó, y quedó enterrado en el tiempo.

»Pero se conservan siete nombres. El nombre de uno y el de los seis que lo siguieron. Siete nombres se han conservado tras el derrumbamiento del imperio, en la tierra rota y en el cielo cambiado. Siete nombres se han conservado durante el largo deambular de Ademre. Siete nombres se han conservado, los nombres de los siete traidores. Recuérdalos y conócelos por sus siete señales:

Cyphus lleva la llama azul.

Stercus es esclavo del hierro.

Ferule, frío y de ojo oscuro.

Usnea solo vive en la podredumbre.

Dalcenti, gris, no habla nunca.

La pálida Alenta trae la peste.

El último es el señor de los siete:

odiado. Perdido. Insomne. Cuerdo.

Alaxel lleva el yugo de la sombra.

Capítulo 129

Interludio: barullo de susurros

¡Reshi! -gritó Bast con el rostro desencajado-. ¡No! ¡Para!

– Estiró ambos brazos como si quisiera taparle la boca al posadero-. ¡No debes decir esas cosas!

Kvothe sonrió forzadamente.

– Bast, ¿a ti quién te enseñó el significado de tu nombre?

– Tú no, Reshi. -Sacudió la cabeza-. Hay cosas que saben todos los niños fata. No es bueno decir esas cosas en voz alta. Nunca.

– Y ¿por qué? -preguntó Kvothe con su mejor tono de maestro.

– Porque hay cosas que saben cuándo se pronuncia su nombre. -Bast tragó saliva-. Saben dónde se pronuncia.

Kvothe dio un suspiro de exasperación.

– No hay ningún peligro en decir un nombre una vez, Bast. -Se reclinó en la silla-. ¿Por qué crees que los Adem tienen sus tradiciones alrededor de esa historia en particular? ¿Una historia que solo se cuenta una vez y sobre la que no se pueden hacer preguntas?

Bast entornó los ojos, pensativo, y Kvothe sonrió sin despegar los labios.

– Exacto. Buscar a alguien que pronuncia tu nombre una sola vez es como seguir el rastro de un hombre por un bosque a partir de una sola huella.

– ¿De verdad se puede hacer? -preguntó Cronista, vacilante, como si le diera miedo interrumpir-. ¿En serio?

Kvothe asintió sombríamente.

– Supongo que así fue como encontraron a mi troupe cuando yo era pequeño.

Cronista miró alrededor con nerviosismo; arrugó la frente e hizo un esfuerzo evidente para serenarse. El resultado fue que se quedó muy quieto en la silla, aparentando tanto nerviosismo como antes.

– ¿Significa eso que podrían venir aquí? ¿Has hablado de ellos lo suficiente para…?

Kvothe le quitó importancia con un ademán.

– No. Los nombres son la clave. Los nombres reales. Los nombres profundos. Y yo los he evitado precisamente por ese motivo. Mi padre era muy riguroso con los detalles. Llevaba años haciendo preguntas y desenterrando viejas historias sobre los Chandrian. Supongo que encontró algunos de sus viejos nombres y los puso en su canción…

Cronista mudó la expresión al entenderlo.

– … y la ensayó una y otra vez -dijo.

El posadero compuso un amago de sonrisa.

– Sin descanso, conociéndolo. No tengo ninguna duda de que mis padres hicieron todo lo que pudieron para pulir cada detalle de su canción antes de cantarla en público. Eran unos perfeccionistas. -Dio un suspiro de cansancio-. Para los Chandrian, debió de ser como si alguien hiciera señales de fuego sin parar. Supongo que si no los encontraron antes fue únicamente porque mis padres viajaban constantemente.

– Y por eso mismo no deberías decir esas cosas en voz alta, Reshi -terció Bast.

Kvothe arrugó el entrecejo.

– He dormido mis mil noches y he recorrido varios miles de kilómetros desde entonces, Bast. No hay peligro en pronunciarlos una vez. Con el infierno que se está desatando en el mundo últimamente, puedes estar seguro de que la gente cuenta viejas historias más a menudo. Si los Chandrian están atentos por si oyen algún nombre, no me cabe duda de que les llega un lento barullo de susurros desde Arueh hasta el mar Circular.

La expresión de Bast ponía de manifiesto que no se quedaba en absoluto tranquilo.

– Además -continuó Kvothe dando un suspiro de cansancio-, es bueno escribirlos. Tal vez le sean útiles a alguien, algún día.

– Sigo pensando que deberías tener más cuidado, Reshi.

– ¿Qué he hecho estos años sino tener cuidado, Bast? -replicó Kvothe; su irritación había salido por fin a la superficie-. Y ¿de qué me ha servido? Además, si lo que dices del Cthaeh es cierto, todo acabará con lágrimas haga lo que haga, ¿no es así?

Bast abrió la boca, pero volvió a cerrarla; era evidente que no sabía qué decir. Entonces le lanzó una mirada a Cronista suplicándole su apoyo.

Al verlo, Kvothe se volvió también hacia Cronista y arqueó una ceja con curiosidad.

– Yo no lo sé, desde luego -dijo Cronista; abrió su cartera y sacó un paño manchado de tinta-. Ya habéis visto los dos el máximo alcance de mi habilidad nominadora: Hierro. Y por pura chiripa, se mire como se mire. El maestro nominador me declaró una absoluta pérdida de tiempo.

– Eso me suena -murmuró Kvothe.

Cronista encogió los hombros.

– En mi caso, le tomé la palabra.

– ¿Te acuerdas de qué excusa te dio?