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– No le ayudes a regatear, chico -dijo Alleg como si gruñera-. Tengo la impresión de que esta negociación ya va a ser bastante difícil.

Lo medité un poco.

– Supongo que podría quedarme… -Dejé la respuesta en el aire, sin definirme.

Alleg compuso una sonrisa cómplice.

– ¿Pero…?

– Pero a cambio te pediré tres cosas.

– Hummm. Tres cosas. -Me miró de arriba abajo-. Como en las historias.

– Me parece justo -me apresuré a decir.

Alleg asintió, vacilante.

– Supongo que sí. Y ¿cuánto tiempo viajarías con nosotros?

– Hasta que nadie ponga objeciones a mi marcha.

– ¿Alguien tiene algún inconveniente? -preguntó Alleg mirando alrededor.

– ¿Y si nos pide un carromato? -preguntó Tim. Su voz me sobresaltó, áspera y bronca como dos ladrillos rozados uno contra otro.

– ¿Qué más da? Viajará con nosotros -argumentó Alleg-. Al fin y al cabo, esos carromatos son de todos. Y como no podrá marcharse a menos que nosotros le dejemos…

Nadie planteó más objeciones. Alleg y yo nos estrechamos la mano y hubo una breve ovación.

– ¡Por Kvothe y sus canciones! -dijo Kete alzando su jarra-. Tengo el presentimiento de que valdrá la pena, nos cueste lo que nos cueste.

Todos bebieron, y yo levanté a mi vez la jarra.

– Juro por la leche de mi madre que ninguno de vosotros hará jamás un trato mejor del que habéis hecho conmigo esta noche. -Eso provocó otra ovación, más entusiasta, y todos volvieron a beber.

Alleg se secó los labios y me miró a los ojos.

– Veamos, ¿qué es lo primero que quieres pedirnos?

Agaché la cabeza.

– En realidad no es gran cosa. No tengo mi propia tienda. Si voy a viajar con mi familia…

– ¡No digas ni una palabra más! -Alleg alzó su jarra de madera, como un rey que concede un favor-. ¡Te cedo mi propia tienda, con un lecho de pieles y mantas de un palmo de grosor! -Les hizo una señal a Fren y a Josh, que estaban sentados al otro lado de la hoguera-. Id a preparársela.

– No hace falta -me apresuré a intervenir-. Puedo hacerlo yo solo.

– Déjalo, es bueno para ellos. Les hace sentirse útiles. Y por cierto… -Le hizo una seña a Tim-. Tráelas, ¿quieres?

Tim se levantó y se llevó una mano al estómago.

– Enseguida. Ahora mismo vuelvo. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia el bosque-. No me encuentro muy bien.

– ¡Eso te pasa por comer como un cerdo! -le gritó Otto. Se volvió hacia nosotros y dijo-: Algún día se dará cuenta de que no puede comer más que yo sin ponerse enfermo después.

– Como Tim está ocupado pintando un árbol, iré yo a buscarlas -dijo Laren con un entusiasmo débilmente velado.

– Esta noche estoy yo de guardia -intervino Otto-. Ya voy yo.

– Voy yo -terció Kete con exasperación. Miró a los otros dos, que seguían sentados, y fue detrás del carromato que yo tenía a mi derecha.

Josh y Fren salieron del otro carromato con una tienda, cuerdas y estacas.

– ¿Dónde quieres ponerla? -preguntó Josh.

– Eso no es algo que haya que preguntarle a un hombre, ¿verdad, Josh? -bromeó Fren golpeando a su amigo con un codo.

– Ronco un poco -les advertí-. Será mejor que me pongáis un poco apartado de los demás. -Señalé-. Allí, entre esos dos árboles, estará bien.

– Porque normalmente ya se sabe dónde quiere ponerla un hombre, ¿no, Josh? -continuó Fren mientras ambos se alejaban y empezaban a montar la tienda.

Kete volvió al cabo de un minuto con un par de hermosas jóvenes. Una era delgada y tenía el pelo liso y negro, cortado a lo chico. La otra era más redondeada, con el pelo rubio y rizado. Ambas parecían muy decaídas y no aparentaban más de dieciséis años.

– Te presento a Krin y a Ellie -dijo Kete señalando a las chicas.

– Son una de las cosas que nos salieron bien en Levinshir -explicó Alleg con una sonrisa-. Esta noche, una de ellas te calentará la cama. Es mi regalo al nuevo miembro de nuestra familia. -Las miró de arriba abajo-. ¿A cuál prefieres?

Las miré a las dos.

– Es una elección difícil. Déjame pensarlo un rato.

Kete las sentó cerca del fuego y les puso un cuenco de estofado en las manos a cada una. La chica del pelo rubio, Ellie, comió un poco con expresión ausente; luego se detuvo, como un juguete que se queda sin cuerda. Tenía la mirada perdida, casi ciega, como si observara algo que ninguno de nosotros podía ver. Krin, en cambio, tenía los ojos fieramente clavados en el fuego. Estaba rígida, con el cuenco en el regazo.

– Chicas -las reprendió Alleg-, ¿no sabéis que todo irá mucho mejor cuando empecéis a colaborar?

Ellie dio otro bocado y se paró. Krin seguía mirando fijamente el fuego, con la espalda tiesa y el semblante severo.

Sin levantarse, Anne les hincó la cuchara de madera.

– ¡Comed!

La reacción de las chicas fue la misma que antes: un lento bocado y una tensa rebelión. Frunciendo el ceño, Anne se inclinó más hacia ellas y agarró firmemente a la morena por la barbilla, mientras con la otra mano cogía el cuenco de estofado.

– No lo hagas -le exhorté-. Ya comerán cuando tengan hambre. -Alleg me miró con curiosidad-. Sé lo que me digo. Dadles algo de beber.

Al principio pareció que la anciana continuaría de todos modos, pero entonces encogió los hombros y le soltó la barbilla a Krin.

– Bueno. Estoy harta de alimentar por la fuerza a esta cría. Solo nos ha causado problemas.

Kete se sorbió ruidosamente la nariz para expresar su aprobación.

– Esa zorra me atacó cuando la desaté para que se bañara -dijo, y se apartó el pelo de un lado de la cara para revelar unos arañazos-. Casi me saca un ojo.

– Y quiso escapar -añadió Anne con el ceño fruncido-. Ahora tengo que drogaría por las noches. -Puso cara de indignada y añadió-: Que se muera de hambre si quiere.

Laren volvió junto al fuego con dos jarras y se las puso en las manos a las chicas, que no opusieron resistencia.

– ¿Es agua? -pregunté.

– No, cerveza -me contestó Laren-. Si no comen nada, es mejor que beban cerveza.

Reprimí una protesta. Ellie bebió con la misma expresión ausente con que había comido. Krin apartó los ojos del fuego y miró primero la jarra y luego a mí. Su parecido con Denna me produjo una fuerte conmoción. Sin quitarme la vista de encima, Krin bebió. Su mirada endurecida no delataba nada de lo que estaba pasando dentro de su cabeza.

– Dejad que se sienten a mi lado -dije-. Quizá eso me ayude a decidirme.

Kete las trajo junto a mí. Ellie se dejó llevar; Krin, en cambio, estaba rígida como un palo.

– Ten cuidado con esta -me previno Kete señalando a la morena-. Araña mucho.

Entonces llegó Tim, algo pálido. Se sentó junto al fuego, y Otto le dio un codazo en las costillas.

– ¿Quieres un poco más de estofado? -le preguntó con malicia.

– Vete al cuerno -le espetó Tim.

– Te sentará bien beber un poco de cerveza -le aconsejé.

Tim asintió; se notaba que agradecería cualquier cosa que pudiera ayudarlo. Kete le llevó una jarra llena de cerveza.

Tenía a las dos chicas sentadas una a cada lado, mirando al fuego. Ahora que las tenía más cerca, vi cosas que hasta ese momento se me habían pasado por alto. Krin tenía un cardenal en la parte de atrás del cuello. La rubia tenía las muñecas ligeramente señaladas por haber estado maniatada, mientras que Krin las tenía muy rasguñadas y despellejadas. Por lo demás, olían a limpio. Llevaban el pelo cepillado y les habían lavado la ropa recientemente. Kete se había ocupado de ellas.

Además, de cerca eran aún más hermosas. Estiré un brazo para tocarles los hombros. Krin se encogió y luego se puso rígida. Ellie no reaccionó en absoluto.

La voz de Fren llegó proveniente de los árboles:

– Ya está. ¿Quieres que encendamos una lámpara?