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– Yo también estoy intrigado -admití. Retiré el círculo abierto del fuego una vez más, me acerqué a Alleg y se lo apreté contra la palma.

El falso Ruh dio una sacudida y despertó con un grito.

– ¡No está muerto! -exclamó Krin con voz estridente.

Yo ya le había examinado la herida.

– Está muerto -dije con frialdad-. Lo que pasa es que todavía no ha parado de moverse. -Me volví y lo miré a los ojos-. ¿Qué me dices, Alleg? ¿Cómo te hiciste con esos dos carromatos de Edena?

– Eres un canalla Ruh -me insultó, desafiante.

– Sí -afirmé-. Lo soy. Y tú no. ¿Cómo aprendiste las señales y las costumbres de mi familia?

– ¿Cómo lo supiste? -me preguntó él a su vez-. Sabíamos lo que teníamos que decir, cómo teníamos que saludar. Sabíamos lo del agua y el vino y lo de las canciones antes de la cena. ¿Cómo lo supiste?

– ¿Creísteis que me engañaríais? -repliqué; la ira volvía a enroscarse dentro de mí como un muelle-. ¡Esta es mi familia! ¿Cómo no iba a darme cuenta? Los Ruh no hacen las cosas que hicisteis vosotros. Los Ruh no roban, no secuestran niñas.

Alleg sacudió la cabeza con una sonrisa burlona. Tenía sangre en los dientes.

– Todo el mundo sabe las cosas que vosotros hacéis.

Perdí los estribos.

– ¡Creen que lo saben! ¡Creen que los rumores son ciertos! ¡Los Ruh no hacen esto! -Señalé alrededor con ambos brazos-. ¡Si la gente cree esas cosas es por culpa de personas como tú! -Mi ira se inflamó aún más, y me puse a gritar-: ¡Y ahora dime lo que quiero saber, o hasta Dios llorará cuando se entere de lo que te he hecho!

Alleg palideció, y tuvo que tragar saliva antes de hablar.

– Había un anciano que viajaba con su esposa y otro par de artistas. Viajé durante medio año con ellos, de guardián. Al final me adoptaron. -Se quedó sin aliento y jadeó un poco intentando recuperarlo.

Pero ya había dicho suficiente.

– Y los mataste.

Alleg negó enérgicamente con la cabeza.

– No, nos atacaron en el camino. -Señaló los otros cadáveres con un débil ademán-. Nos sorprendieron. A los artistas los mataron, pero a mí… solo me dejaron inconsciente.

Contemplé la hilera de cadáveres y noté que mi rabia se avivaba, pese a que ya lo había sabido. Era la única explicación de que aquella gente se hubiera hecho con un par de carromatos de Edena con las señales intactas.

– Después les enseñé… -prosiguió Alleg- cómo tenían que actuar para hacerse pasar por una troupe. -Tragó saliva, transido de dolor-. Una buena vida.

Me di la vuelta, asqueado. En cierto modo, Alleg era uno de los nuestros. Un miembro adoptado de la familia. Saberlo hacía que aquella situación fuera diez veces peor. Volví a meter la herradura entre las brasas y mientras se calentaba miré a la chica. Krin observaba a Alleg, y sus ojos habían recuperado toda su dureza.

No estaba seguro de que fuera lo más adecuado, pero le ofrecí el hierro. Krin lo cogió, y su rostro se ensombreció.

Alleg no pareció comprender lo que estaba a punto de pasar hasta que la chica le apretó la marca candente contra el pecho. Gritó y se retorció, pero no tuvo fuerzas para apartarse. Krin torció el gesto mientras presionaba el hierro contra la piel de Alleg, y unas lágrimas de rabia se agolparon en sus ojos.

Transcurrido un largo minuto, retiró el hierro y se quedó de pie llorando en silencio. La dejé llorar.

Alleg la miró y, pese a todo, consiguió reunir fuerzas para hablar.

– Ay, muchacha, pasamos buenos ratos, ¿verdad? -Krin dejó de llorar y lo miró-. ¿No…?

Le di una fuerte patada en el costado antes de que pudiera decir nada más. Alleg se puso rígido, atenazado por el dolor, y entonces me lanzó un escupitajo sanguinolento. Le propiné otra patada y se quedó inmóvil.

Sin saber qué más hacer, cogí el hierro y empecé a calentarlo de nuevo.

Después de un largo silencio, pregunté:

– ¿Sigue Ellie dormida?

Krin asintió con la cabeza.

– ¿Crees que le serviría de algo ver esto?

Krin caviló un momento mientras se frotaba la cara con una mano.

– Creo que no -dijo por fin-. De hecho, dudo que entendiera nada. No está bien de la cabeza.

– ¿Sois las dos de Levinshir? -pregunté para combatir el silencio.

– Mi familia tiene una granja al norte de Levinshir -contestó Krin-. El padre de Ellie es el alcalde.

– ¿Cuándo llegaron estos a vuestro pueblo? -pregunté mientras apretaba la marca contra el dorso de otra mano. El olor dulzón a carne quemada empezaba a impregnar la atmósfera.

– ¿Qué día es hoy?

Conté mentalmente.

– Abatida.

– Llegaron al pueblo en Zeden. -Hizo una pausa-. ¿Hace cinco días? -Parecía asombrada-. Nos alegramos de la oportunidad de ver una obra de teatro y oír alguna noticia. De escuchar un poco de música. -Agachó la cabeza-. Habían acampado en los límites del pueblo, al este. Cuando fui a que me leyeran la mano, me dijeron que volviera por la noche. Se mostraron muy simpáticos, y parecía todo muy emocionante.

Krin miró los carromatos y prosiguió:

– Cuando fui por la noche, los encontré a todos sentados alrededor de la hoguera. Me cantaron canciones. La anciana me ofreció té. Ni siquiera se me ocurrió pensar que… No sé, parecía mi abuela. -Desvió la mirada hacia el cadáver de la anciana, y luego la apartó-. No recuerdo qué pasó después. Desperté a oscuras en uno de los carromatos. Me habían atado, y… -Se le quebró la voz y se frotó distraída las muñecas. Miró hacia la tienda-. Supongo que a Ellie también la invitaron.

Terminé de marcarles las manos a los cadáveres. Tenía pensado marcarles también la cara, pero al hierro le costaba calentarse en las brasas, y aquella labor empezaba a asquearme. No había dormido nada, y la ira que tan intensamente había ardido dentro de mí se había reducido a un parpadeo y me había dejado frío y entumecido.

Señalé la olla de gachas de avena que había apartado del fuego.

– ¿Tienes hambre?

– Sí -respondió Krin. Luego echó un vistazo rápido a los cadáveres y rectificó-: No.

– Yo tampoco. Ve a despertar a Ellie. Os llevaré a casa.

Krin fue corriendo hacia la tienda. Cuando se metió dentro, me volví hacia la hilera de cadáveres.

– ¿Alguien tiene algún inconveniente en que abandone la troupe? -pregunté.

Como nadie puso objeciones, me di la vuelta.

Capítulo 133

Sueños

Tardé una hora en llevar los carromatos hasta una zona de bosque frondoso y esconderlos. Destruí las señales Edena de los costados y desenganché los caballos. Como solo había una silla de montar, cargué a los otros dos caballos con comida y todos los objetos de valor que encontré.

Cuando volví con los caballos, Krin y Ellie estaban esperándome. O mejor dicho: Krin estaba esperándome; Ellie se hallaba de pie a su lado, con expresión ausente y la mirada desenfocada.

– ¿Sabes montar? -pregunté a Krin.

La chica asintió, y le di las riendas del caballo que había ensillado. Puso un pie en el estribo; entonces se detuvo y sacudió la cabeza. Bajó el pie poco a poco.

– Prefiero andar -dijo.

– ¿Crees que Ellie se mantendrá encima del caballo?

Krin miró a la otra chica. Uno de los caballos la acarició con el hocico, curioso, y no obtuvo respuesta.

– Seguramente. Pero no creo que sea lo mejor, después de…

Asentí, comprensivo.

– Entonces iremos todos a pie.

– ¿ Cuál es el corazón del Lethani? -preguntaba a Vashet.

– El éxito y la acción correcta.

– ¿Qué es más importante, el éxito o la acción correcta?

– Son lo mismo. Si actúas correctamente, consigues el éxito.