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– Muy bien, imbécil -dijo con satisfacción-. Ahora te vas a enterar.

Le asestó un puñetazo, pero Kvothe se apartó y propinó una fuerte patada que golpeó al soldado justo encima de la rodilla. El soldado barbudo dio un gruñido de sorpresa y se tambaleó ligeramente. Entonces Kvothe se le acercó más, lo sujetó por el hombro, lo agarró por la muñeca y le retorció el brazo estirado.

El soldado no tuvo más remedio que agacharse, haciendo una mueca de dolor. Entonces dio una brusca sacudida con el brazo y se soltó del posadero. Kvothe solo tuvo un instante para poner cara de sorpresa antes de que el soldado le golpeara en la sien con el codo.

El posadero se tambaleó hacia atrás, tratando de ganar un poco de distancia y tiempo para despejarse. Pero el soldado lo siguió, con los puños en alto, esperando una oportunidad para golpear.

Antes de que Kvothe pudiera recuperar el equilibrio, el soldado le descargó un puñetazo en el vientre. El posadero soltó el aire dolorosa y bruscamente, y cuando empezaba a doblarse por la cintura, el soldado le encajó otro puñetazo en un lado de la cara, que le hizo girar la cabeza a Kvothe y lo envió trastabillando hacia atrás.

Kvothe consiguió mantenerse en pie sujetándose a una mesa. Parpadeando, lanzó un violento puñetazo para mantener apartado al soldado de la barba. Pero el hombre se limitó a apartarle el puño y agarró al posadero por la muñeca con una mano inmensa, con la misma facilidad con que un padre agarra a un chiquillo díscolo en la calle.

Kvothe intentó liberar la muñeca; la sangre le resbalaba por un lado de la cara. Confundido, hizo un rápido movimiento con ambas manos; luego lo repitió, tratando de soltarse. Con la mirada desenfocada, se miró la muñeca y repitió aquel movimiento, pero sus manos solo escarbaron inútilmente el puño cubierto de cicatrices del soldado.

El soldado de la barba miró al atónito posadero entre curioso y divertido; entonces alargó un brazo y le arreó un sopapo en un lado de la cabeza.

– Eres todo un luchador, chico -dijo-. Me has dado una vez.

Detrás de ellos, el rubio estaba poniéndose lentamente en pie.

– Cabronazo de mierda… Me ha dado un puñetazo.

El soldado más corpulento tiró de la muñeca del posadero obligándolo a avanzar.

– Pídele disculpas, imbécil.

El posadero parpadeó varias veces, aturdido; abrió la boca como si fuera a decir algo, y entonces se tambaleó. O mejor dicho: pareció que se tambaleara. Hacia la mitad del recorrido, el movimiento se volvió deliberado, y el posadero pisó con fuerza con el talón, apuntando a la bota del soldado. Al mismo tiempo, le golpeó con la frente en la nariz.

Pero el soldado se limitó a reír y movió la cabeza hacia un lado al mismo tiempo que sacudía de nuevo al posadero tirándole de la muñeca.

– Basta de tonterías -lo reprendió, y le asestó un revés.

El posadero dejó escapar un grito y se llevó una mano a la nariz, que estaba sangrando. El soldado sonrió y, como de pasada, le dio un rodillazo a Kvothe en la entrepierna.

Kvothe se dobló por la cintura; al principio jadeaba sin resuello, y luego hizo algunos ruidos entrecortados como de arcadas.

Moviéndose con despreocupación, el soldado soltó la muñeca de Kvothe; estiró un brazo y cogió la botella de vino de encima de la barra. La agarró por el cuello y la enarboló como si fuera un garrote. Cuando chocó contra la cabeza del posadero, produjo un fuerte ruido, casi metálico.

Kvothe se derrumbó.

El soldado miró con curiosidad la botella de vino antes de volver a dejarla encima de la barra. Entonces se agachó, cogió al posadero por la camisa y arrastró su cuerpo inerte hasta un espacio despejado. Le dio con la punta de la bota hasta que, todavía inconsciente, Kvothe se movió un poco.

– Te he dicho que te ibas a enterar -gruñó el soldado, y le pegó una fuerte patada en el costado.

El soldado rubio se les acercó frotándose un lado de la cara.

– Tenías que hacerte el listo, ¿¡verdad? -dijo, y escupió en el suelo. Echó una pierna hacia atrás y le propinó una fuerte patada al posadero, que aspiró entre los dientes pero no articuló sonido alguno.

– Y tú… -El barbudo apuntó con un grueso dedo a Cronista-. Tengo más de una bota. ¿Quieres que te enseñe la otra? Ya me he pelado los nudillos, no me importa pelármelos un poco más si quieres perder un par de dientes.

Cronista miró alrededor y pareció sorprenderse de verse de pie. Se sentó despacio en la silla.

El soldado rubio fue cojeando a recoger la bolsa del suelo, mientras su amigo permanecía junto a Kvothe.

– Supongo que creíste que debías intentarlo -le dijo al posadero, que estaba aovillado en el suelo, y le dio otra contundente patada en el costado-. Idiota. Un posadero enclenque contra dos soldados del rey. -Meneó la cabeza y volvió a escupir-. ¿Quién te has creído que eres?

Kvothe empezó a emitir un sonido grave y rítmico. Era un ruido débil y seco que arañaba los bordes de la estancia. Kvothe hizo una pausa e inspiró dolorosamente.

El soldado de la barba arrugó la frente y le dio otra patada.

– Te he hecho una pregunta, imbécil…

El posadero volvió a hacer aquel ruido, pero más fuerte que antes. Solo entonces se dieron cuenta de que estaba riéndose. Cada risotada entrecortada sonaba como si tosiera para expulsar un fragmento de cristal. Pese a todo, era una risa, llena de misteriosa diversión, como si el pelirrojo hubiera oído un chiste que únicamente él pudiera entender.

Duró un rato. El soldado de la barba encogió los hombros y volvió a llevar una pierna hacia atrás.

Entonces Cronista carraspeó, y los dos hombres se volvieron para mirarlo.

– Con el fin de que sigamos portándonos como personas civilizadas -dijo-, creo que debería mencionar que el posadero ha enviado a su ayudante a hacer un recado. No creo que tarde mucho en volver.

El soldado de la barba golpeó a su compañero en el pecho con el dorso de la mano.

– Tiene razón. Larguémonos de aquí.

– Espera un momento -dijo el rubio. Fue hasta la barra y agarró la botella de vino-. Venga, vámonos.

El barbudo sonrió y fue detrás de la barra, pisando al posadero en lugar de pasarle por encima. Cogió una botella al azar, y al hacerlo tiró media docena más al suelo. Rodaron por el mostrador entre los dos enormes barriles, y una, alta y de color zafiro, cayó lentamente por el borde y se rompió al llegar al suelo.

Menos de un minuto más tarde, los soldados habían recogido sus macutos y salían por la puerta.

Cronista corrió hacia Kvothe, que seguía tumbado en el suelo de madera. El pelirrojo ya estaba incorporándose con gran esfuerzo.

– Qué vergüenza -dijo Kvothe. Se palpó la cara ensangrentada y se miró los dedos. Volvió a reír, una risa recortada y falta de alegría-. Por un instante se me ha olvidado quién era.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Cronista.

Kvothe se tocó la cabeza con gesto tentativo.

– Me parece que voy a necesitar un par de puntos.

– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó Cronista trasladando el peso del cuerpo de una pierna a otra.

– No te me eches encima. -Kvothe se levantó torpemente y se dejó caer en uno de los taburetes altos de la barra-. Si quieres, puedes traerme un vaso de agua. Y quizá un trapo mojado.

Cronista corrió a la cocina. Se le oyó rebuscar frenéticamente, seguido del ruido de varias cosas que caían al suelo.

Kvothe cerró los ojos y apoyó todo el cuerpo en la barra.

– ¿Por qué está la puerta abierta? -preguntó Bast al cruzar la entrada-. Hace una noche más fría que las tetas de una bruja. -Se quedó paralizado, conmocionado-. ¡Reshi! ¿Qué ha pasado? ¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Qué ha pasado?

– Ah, Bast-dijo Kvothe-. Cierra la puerta, ¿quieres?

Bast entró corriendo con cara de susto. Kvothe estaba sentado junto a la barra en un taburete, con la cara hinchada y ensangrentada. Cronista estaba de pie a su lado, dándole toquecitos en la cabeza, sin mucha maña, con un trapo húmedo.