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– Sí, algo había oído -dijo lanzándome una mirada de complicidad-. En Imre hay muchas chicas que aseguran que eres incansable. -Se incorporó y empezó a resbalar hacia el borde de la piedra. La camisola se le arrugó y se deslizó lentamente por sus muslos.

Iba a comentar lo de su cicatriz, con la esperanza de dirigir la conversación hacia su mecenas, cuando vi que Denna se había quedado quieta y me miraba mientras yo tenía la vista puesta en sus piernas desnudas.

– ¿Qué dicen exactamente? -pregunté por decir algo, más que por curiosidad.

Se encogió de hombros.

– Algunas creen que intentas diezmar la población femenina de Imre. -Siguió avanzando hacia el borde de la piedra, y la camisola siguió subiendo, impidiéndome concentrarme.

– Diezmar implicaría a una de cada diez -dije tratando de convertirlo en un chiste-. Eso es poco ambicioso, incluso tratándose de mí.

– Ah, me tranquilizas -repuso ella-. ¿Y te las traes a todas a…? -Dio un grito ahogado y resbaló por el borde de la piedra. Consiguió pararse justo en el momento en que yo estiraba el brazo para ayudarla.

– Si las traigo, ¿adónde? -pregunté.

– Si les traes rosas, bobo -dijo ella, cortante-. ¿O también ya has pasado esa página?

– ¿No quieres que te lleve en brazos? -pregunté.

– Sí -me contestó. Pero antes de que pudiera acercarme a cogerla, ella resbaló el resto del camino hasta el agua, y su camisola se elevó a una altura escandalosa antes de pisar el lecho del río. El agua la cubrió hasta las rodillas, mojándole solo el dobladillo.

Fuimos hasta el itinolito y, en silencio, nos pusimos la ropa, ya seca. Denna se preocupó por el dobladillo mojado de su camisola.

– Habría podido llevarte en brazos, lo sabes -dije en voz baja.

Denna se llevó la palma de la mano a la frente.

– Si me dices otra frase de siete palabras, me desmayo. -Se abanicó con la otra mano-. ¿Qué voy a hacer contigo?

– Amarme. -Pretendía decirlo con toda la frivolidad de que fuera capaz. En broma. Convirtiéndolo en un chiste. Pero cometí el error de mirarla a los ojos al hablar. Me distrajeron, y cuando las palabras salieron de mi boca, acabaron sonando muy diferentes a como yo había planeado.

Durante una milésima de segundo, me sostuvo la mirada con resuelta ternura. Entonces compuso una sonrisa atribulada que apenas levantó una comisura de sus labios.

– Ah, no -dijo-. No caeré en esa trampa. Yo no pienso ser una de tantas.

Apreté los dientes, entre confundido, abochornado y asustado. Había sido demasiado atrevido y lo había estropeado todo, como siempre había temido. ¿Cuándo se me había ido de las manos la conversación?

– ¿Perdóname? -dije, atontado.

– Más te vale. -Denna se arregló la ropa, moviéndose con una rigidez poco habitual en ella, y se pasó las manos por el pelo tejiendo una gruesa trenza. Sus dedos manejaron los mechones y por un instante pude leer, más claro que el agua: «No me hables».

Quizá sea necio, pero hasta yo sé leer una señal tan evidente. Cerré la boca y me callé lo siguiente que iba a decir.

Entonces Denna vio que le miraba el pelo y retiró las manos con timidez, sin llegar a atarse la trenza. Rápidamente, los mechones se deshicieron y el pelo volvió a colgar suelto alrededor de sus hombros. Se llevó las manos delante del cuerpo y empezó a hacer girar, nerviosa, uno de sus anillos.

– Espera un momento -dije-. Casi se me olvida. -Metí la mano en el bolsillo interior de mi chaleco-. Tengo un regalo para ti.

Denna se quedó mirando la mano que le tendía; sus labios dibujaban una línea delgada.

– ¿Tú también? -me preguntó-. Sinceramente, creía que tú eras diferente.

– Eso espero -dije, y abrí la mano. Había pulido el anillo, y el sol se reflejaba en los bordes de la piedra azul claro.

– ¡Oh! -Denna se tapó la boca con ambas manos, y de pronto se le empañaron los ojos-. ¿Es mi…? -Alargó ambas manos para cogerlo.

– Lo es -confirmé.

Le dio vueltas con las manos; luego se quitó uno de los anillos que llevaba y se lo puso.

– Sí, lo es -dijo, atónita, y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas-. ¿Cómo pudiste…?

– Se lo quité a Ambrose -dije.

– Ah -dijo ella. Desplazó el peso del cuerpo de una pierna a otra, y noté que el silencio volvía a cernerse entre nosotros.

– No fue muy complicado -mentí-. Solo lamento haber tardado tanto en recuperarlo.

– No hay forma de que pueda agradecértelo. -Denna estiró las manos y tomó una de las mías entre las suyas.

Supongo que creeréis que aquello ayudó. Que un regalo y las manos entrelazadas arreglarían las cosas entre nosotros. Pero había vuelto el silencio, más intenso que antes. Tan denso que habríais podido untarlo en el pan y coméroslo. Hay silencios que ni las palabras pueden ahuyentar. Y aunque Denna me tocaba la mano, no me la sujetaba. Hay un mundo de diferencia.

Denna miró al cielo.

– Va a cambiar el tiempo -dijo-. Deberíamos volver antes de que empiece a llover.

Asentí, y nos pusimos en marcha. A medida que avanzábamos, las nubes proyectaban su sombra por el paisaje que dejábamos atrás.

Capítulo 149

Enredos

La taberna de Anker's estaba prácticamente vacía. Los únicos clientes en una de las mesas del fondo eran Sim y Fela. Fui hacia ellos y me senté dando la espalda a la pared.

– ¿Y bien? -dijo Sim nada más dejarme caer en el asiento-. ¿Cómo te fue ayer?

Ni le respondí; no tenía ganas de hablar de aquello.

– ¿Qué pasó ayer? -quiso saber Fela.

– Kvothe pasó el día con Denna -explicó Sim-. Todo el día.

Encogí los hombros.

Sim abandonó el tono optimista.

– ¿No tan bien como esperabas? -me preguntó con más delicadeza.

– No mucho -respondí. Miré al otro lado de la barra y le hice una seña a Laurel para que me trajera un poco de lo que hubiera en los fogones.

– ¿Te interesa la opinión de una dama? -preguntó Fela con dulzura.

– Me conformaría con la tuya.

Simmon soltó una carcajada y Fela hizo una mueca.

– No te lo tendré en cuenta -dijo-. Venga, cuéntaselo todo a tía Fela.

Le hice un resumen. Describí la situación lo mejor que pude, pero lo fundamental parecía resistirse a una explicación. Cuando intentaba expresarlo con palabras, parecía estúpido.

– Y eso es todo -dije tras varios minutos de abordar torpemente el tema-. O es todo de lo que quiero hablar. Denna me desconcierta como nada en el mundo. -Arranqué una astilla del tablero de la mesa con un dedo-. Odio no entender una cosa.

Laurel me trajo pan caliente y un cuenco de sopa de patata.

– ¿Algo más? -me preguntó.

– No, gracias. -Le sonreí, y luego, cuando se dio la vuelta y volvió a la barra, observé su vista trasera.

– Muy bien -dijo Fela poniéndose seria-. Empecemos por tus puntos a favor. Eres encantador, guapo y muy cortés con las mujeres.

– Pero ¿no has visto cómo miraba a Lauren hace un momento? -terció Sim riendo-. Es un libidinoso de miedo. Mira a más mujeres de las que yo podría mirar si tuviera dos cabezas sobre un cuello giratorio como el de un búho.

– Es verdad -admití.

– Hay maneras y maneras de mirar -le dijo Fela a Simmon-. Hay hombres que te repasan con una mirada grasienta. Te dan ganas de darte un baño. Otros lo hacen con una mirada agradable que te ayuda a saber que eres hermosa. -Se pasó una mano por el pelo distraídamente.

– Tú no necesitas que te lo recuerden -dijo Simmon.

– Todos necesitamos que nos lo recuerden -lo contradijo ella-. Pero Kvothe es diferente. Él lo hace con mucha seriedad. Cuando te mira, notas que toda su atención está centrada en ti. -Se rió de mi expresión de bochorno-. Esa fue una de las cosas que me gustó de ti cuando nos conocimos.

El rostro de Simmon se ensombreció, y traté de adoptar un aire absolutamente inofensivo.